Lo estrafalario y lo normal
En un puerto italiano
al pie de la montaña
vive nuestro amigo Marco
en una humilde morada.
(Alfredo Garrido García)
Hace unos días leía una entrevista a Cecilia Bartolomé, directora del magnífico documental de la Transición española Después de... (dividido en dos partes, No se os puede dejar solos y Bien atado). Contaba que con miedo cuando grababan los actos de Fuerza Nueva o de otros grupos de extrema derecha querían evitar registrar las manifestaciones más esperpénticas por temor a represalias de estos, por temor a que los acusasen de dar una imagen extravagante y burlesca del fascismo, aunque realmente ese esperpento era el que estaban viendo. Sin embargo, precisamente eran los propios fascistas los que, orgullosos, querían ser grabados en sus manifestaciones más ridículas y esperpénticas, y no sólo no se sintieron ridiculizados al ver sus ridículas imágenes en el documental, sino que se sintieron orgullosamente identificados en él, esas manifestaciones que a nosotros nos parecen ridículas realmente los representaba.
Algo parecido ocurre con las extravagantes imágenes del asalto al Capitolio de EEUU este miércoles. Esas actitudes y vestimentas involuntariamente humorísticas para nosotros, en realidad para un cierto sector de gente pueden ser vistas como heroicas. Pero lo mismo ocurre al revés, actitudes que a nosotros nos parecen normales, nuestros gustos culturales y musicales, son vistos por otra gente como extravagancias, manifestaciones extremas, incluso es bastante común que estudios sociales académicos que chocan contra lo que “como todo el mundo sabe” sean vistos como locuras de un par de dementes. Quienes ven como extremistas canciones de rock o rap con compromiso social han normalizado el berrear en fiestas atrocidades como la canción Mátalas procedente de uno de los países con más asesinatos machistas.
Como cuando desde la mirada etnocéntrica se hacen burlas de otras culturas cuyas costumbres parecen extravagantes a nuestros ojos, pues consideramos que nuestros modos de vida son naturales y no históricamente construidos, ocurre también en el seno de nuestra propia sociedad.
Una serie de personajes con vestimentas de pieles y cuernos de bisontes asaltando un congreso nos parecen estrafalarias, nos causa risa, mientras que si fuera con toda una parafernalia militar (que también la hubo) nos causaría más miedo y preocupación, aunque los primeros podrían ser capaces de cometer las mismas atrocidades que los segundos. Son códigos culturales, unos asumidos como normales porque se acercan a lo que siempre hemos visto, y otros que nos suenan extraños y ajenos. Nos parece normal que en un acto oficial aparezcan una serie de señores vestidos de etiquetas y con corbata, pero hay gente que vería como ridículo si en ese mismo acto hubiese gente con traje de mago o vestidos de guanche, o más aún, gente que vería como estrafalario ir vestido normal, de calle, como cualquier hijo de vecino, como ocurrió con algunos comentarios vertidos contra mí en la toma de posesión del Cabildo Insular de La Palma en 2015. La vestimenta trae consigo siempre una serie de significados que se generan histórica, subjetiva y colectivamente.
Y con esto no quiero decir que todo vale, que son simplemente distintos modos de ver las cosas, pero también como mucha gente ha señalado, frente a esto ni siquiera argumentar con datos objetivos funciona. Esto ocurre ahora frente a las teorías de la conspiración, pero también lleva ocurriendo desde hace tiempo en debates políticos. O como ya me espetaron en alguna ocasión “datos y datos ¿sólo sabes dar datos? ¿no tienes argumentos?”.
No hay que caer en el relativismo cultural, pero frente a las realidades objetivas no hay que ver las subjetividades como una mera distorsión de la realidad. Las subjetividades forman parte de la propia realidad y son históricamente generadas, no podemos prescindir de ellas, pero es importante saber de qué subjetividades hablamos y cuáles son aceptables o no. Los derechos humanos no nacen de la naturaleza, fueron una creación humana, una serie de conceptos que se generaron en un contexto social, político, económico e histórico determinado, y ello no significa que debamos desdeñarlo. Como tampoco debemos desdeñar la batalla por los marcos conceptuales, o mejor dicho, la batalla cultural. No es postmodernismo, pues ningún materialista que se precie ha de renunciar al elemento subjetivo-cultural y jugar con él.
Dailos González Díaz
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