Los plataneros de La Palma se lanzan a la conquista de la nueva fajana del volcán
En el bar San Borondón, en Tazacorte (4.600 habitantes), se discute sobre las nuevas fajanas que ha creado el volcán de La Palma en la Playa de los Guirres, a menos de cuatro kilómetros de allí. “Para trabajar eso hay que hablar directamente con el presidente”, dice José Ángel, que ha perdido varias hectáreas de terreno bajo la lava y quiere empezar a picar piedra ya mismo para recuperar algo. “No van a hacer nada, para que eso sea productivo tienen que pasar muchos años”, le responde Cervando, rebajando sus esperanzas. Ambos, aun así, no ven con malos ojos la idea de convertir lo que hoy es un malpaís sin utilidad en la plantación más rica de la isla, como ya hicieron sus antepasados tras la erupción del volcán de San Juan en 1949.
Por entonces, una colada de lava también alcanzó el mar. Y creó una fajana, la de Las Hoyas, de donde salían los mejores plátanos de toda Canarias hasta septiembre de este año. Quien conoce bien cómo se hizo todo eso es Valentín, hijo de José González, uno de los muchos hombres que siendo adolescentes emigraron a La Palma en la década de los años 50 para recoger tierra del monte, cavar túneles y marcar con cal las rocas del volcán. De ahí salieron muchas fincas, casi todas del mismo dueño: el notario Mariano Muñoz de Dios.
“La gente decía que eso [la fajana] no servía para nada. Y como él [el notario] era listo, compró los terrenos de la costa y pidió que lindaran con el mar. Los compró casi todos”, cuenta Valentín, que habla sobre Muñoz de Dios como una especie de visionario que sabía la riqueza que iba a dar esa zona a pesar de ser vista por alguno de sus antiguos propietarios como un “peñón volcánico”, según recoge la revista Agropalca.
“Los años cincuenta del pasado siglo fueron un tanto trágicos para los Verdugo Bartlett. Además del volcán, en La Laguna (Tenerife) mueren los restantes miembros de la familia: Josefa en 1950, el famoso poeta Manuel en 1951, Domingo en 1952 y finalmente Julia en 1953. Asimismo, muere en 1950 el medianero citado”, señala el artículo El boniato en La Palma y la familia Verdugo. “La finca, que ya no era sino un 'peñón volcánico', como la define Josefa, va a ser vendida a Daniel García Sosa y a Mariano Muñoz de Dios, al que recuerdo como padrino en la bendición”.
El notario compró la mayoría de las fincas, no invirtió mucho y aprovechó el clima. Cuenta Valentín que las plantaciones cerca del mar (y de esto él dice que sabe mucho, ya que trabaja en ellas dirigiendo obras) son más productivas. Sin embargo, cuando Muñoz de Dios se remangaba la camiseta por la lluvia de billetes que se le venía encima, se topó con la negativa de su socio, Daniel García, que pidió un 50% del suelo adquirido, según narra Valentín.
“El notario lo compró todo, pero no lo puso a su nombre, sino al de Daniel. Y cuando se lo fue a pedir, este último dijo: no, el 50%. Entonces, de ahí para allá tiene el notario”, y Valentín apunta al faro de Punta Lava, en Tazacorte, “y de ahí para acá tiene Daniel García. Pero también hubo propietarios que no quisieron vender, pequeños trozos de parcela que no se vendieron”.
Todo esto hoy es ciencia ficción, porque sería inviable que un par de hombres llegaran a los dos deltas lávicos que ha creado el volcán de La Palma, de poco más de 48 hectáreas, y señalizaran con arcilla la tierra que les corresponde o han adquirido. Pero así se hizo en el 49. Y después de eso, aterrizaron los trabajadores, como José González, que salió de Gran Canaria con destino a La Palma con 14 años. “Después vinieron las máquinas, la gente trabajó todo eso a mano, trajeron la tierra del monte y empezaron a hacer fincas”.
Sin embargo, el problema ahora es precisamente ese: sacar la tierra del monte. Los agricultores palmeros, deseosos de poder repetir lo que hicieron sus padres y abuelos hace 70 años, también son conocedores de que eso no se cumplirá tan fácilmente. La mayor parte del terreno está protegido, especialmente en El Paso, el municipio donde se encuentra la Caldera de Taburiente, el parque natural más grande de La Palma, con unas 4.690 hectáreas de superficie. Pero antes era diferente. Los trabajadores subían a la cumbre y extraían lo que necesitaban de noche, relata Valentín, que lo describe todo como una gran historia protagonizada por su padre.
“Nosotros no vamos a ver nada de eso”, lamenta Cervando desde la barra del bar San Borondón. “Cargaban la tierra en los camiones antiguos. Explanaban en la fajana y rellenaban. Hacían como macetas, porque debajo de todo esto hay piedra”. “La fajana de Las Hoyas… a pico y pala se trabajó”, agrega José Ángel.
De momento, aún es muy pronto para saber qué hacer con las generadas por esta última erupción. El consejero de Transición Ecológica del Gobierno de Canarias, José Antonio Valbuena, ha negado que el Ejecutivo esté pensando en proteger las coladas del volcán. Mientras, los que han vivido del plátano toda su vida, como Valentín (y la mayoría de los palmeros del Valle de Aridane), ya vislumbran un futuro cultivando sobre ella, como hizo su padre hace varias décadas y él mismo en la que se creó tras la explosión del Teneguía en 1971. “Si no nos dejan trabajar, tendremos que coger la maleta y marcharnos. Porque así es como vivimos aquí. De otro modo pasaremos hambre”.
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