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El abrazo de una madre

El abrazo, de Juan Genovés.

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La libertad es la hermana de la democracia y la enemiga de la dictadura. Es tan frágil que requiere atenciones continuas. No implica que tenga los huesos de cristal, pero sostiene el esqueleto de las decisiones y las acciones de millones de personas. No es fácil cargar con ese peso cuando la violencia y la intolerancia acechan en cada rincón para ahogarnos en el oscuro pozo de las prohibiciones y las obligaciones, desposeyéndonos de nuestra autonomía y voluntad para tomar decisiones y encadenando la conciencia individual y la crítica para vivir rodeados del aliento del miedo y la obediencia ciega.  

Domingo por la mañana. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Pienso en esto, mientras observo atentamente El abrazo, de Juan Genovés, un cuadro que reflejó las ansias de libertad en los días convulsos de la Transición. Prácticamente, estoy solo, acompañado de mi hermana. Atrás he dejado a la multitud devorando El Guernica, de Picasso, con sus teléfonos móviles y sus selfies. La reconciliación de un país y la denuncia de la guerra. Dos mensajes: la libertad y la muerte, respectivamente, plasmados en sendos cuadros relativos a otros tantos momentos concretos de la historia reciente de España, cuando todavía las ideas seguían bañadas en blanco y negro y pedían permiso para secarse al sol.   

Una madre y su hija se detienen en mitad de la sala, a escasos metros de mí. No existe la vorágine de otros espacios del museo. Todo es relativamente más pausado, a modo y semejanza de una estación de metro durante la noche en esa misma ciudad, donde conviven pocos rostros, aunque todos anónimos, y mucho silencio, encajado como el calzo en una puerta.  

La madre se agacha un poco, con el semblante serio y con una actitud comprometida ante la lección de vida que quiere darle a su hija o, al menos, intentarlo. Le marca los ritmos, el aprendizaje, el significado de conceptos, el compromiso con la cultura. En cambio, ella, con apenas seis o siete años, no tiene el reloj del tiempo en la muñeca de su mano y disfruta risueña de ese momento divertido en su infancia. Permanece ajena a la intención de su progenitora, sonriendo en todo momento, dejándose llevar por el entorno que espera explorar.

Esa imagen también es arte. Considero que ambas son afortunadas. Me fijo en la posición del brazo de la mujer, que debe rondar los cuarenta. Su mano permanece anclada al hombro de la niña, atrapándola con suavidad, aunque de manera firme. No le hace falta imponerse. No lo necesita porque hay un código de amor entre ambas, presente en la jerarquía de la edad y la experiencia que acumula y representa aquella como madre. 

Está preparada para exponer algo que, quizás, marcará el devenir de su pequeña. Tal vez, dentro de unos años, cuando ya no esté, cuando ya no le acompañe al museo, esta última se acuerde de ese día, rememorando cómo una explicación, que forja los conocimientos, dio sentido a muchas de las cosas que la conformaron después como mujer. Ahora, en ese preciso momento, representa la alegoría de la inocencia y la infancia, que pronto desaparecerán.

Mientras tanto, sigo allí, mirando multitud de portadas del periódico ABC, que están expuestas sobre el suelo a modo de recorrido histórico por sus casi cuarenta años como dictador, condicionando la vida de millones de personas que sufrieron y no tuvieron más remedio que adaptarse y resignarse. Es la antítesis frente a El abrazo y la madre e hija, pero lejos ya en el tiempo, muestra de una realidad que espero que nunca más vuelva.  

La mujer le dice a su pequeña que mire el cuadro que tiene a su espalda. Ella, sonriendo aún, como si se tratase de un juego en el que es la protagonista y del que saldrá victoriosa, se gira para buscar su ubicación. Entonces, le comenta, con bastante seriedad y templanza, que lo grave en su memoria. Hay mucha responsabilidad y firmeza en sus palabras. La niña obedece y creo adivinar que hace un recorrido visual simple, sin mucha profundidad. Luego, le indica que se acerque a él y que lea su título. De nuevo, obedece. La madre la observa. Sabe que, algún día, hará ese mismo camino para irse de casa, pero ella siempre estará ahí, firme, esperándola para abrazarla cuando regrese. Otros no regresaron porque fueron detenidos y torturados hasta matarlos por pensar distinto, como tampoco se devolvió el tiempo a quienes pasaron parte de su vida entre rejas por luchar para cambiar la sociedad. Por eso, sabe qué significa ese cuadro.

La niña regresa. Ahora toca la aclaración, la simbiosis entre quien, desde la madurez, desentraña a otra el significado de aquella imagen para que comprenda cómo ha evolucionado la ciudadanía. El abrazo de las personas del cuadro simboliza la libertad, caminando juntas y unidas hacia el presente para conquistar derechos y libertades comunes que conformarán el mañana. El anonimato de sus rostros representa a todos y todas, pero también el recuerdo de quienes cayeron por el camino por manifestar libremente sus ideas. Ahí está la reconciliación nacional, tras la dictadura, en un abrazo que las une, sin atender a sus diferencias.   

La madre coloca otra vez su mano sobre el hombro de su hija durante la explicación. Personifica el cariño eterno que le profesa, su trayectoria para que aprenda unos valores esenciales y necesarios y para que comprenda que su construcción como persona y mujer se basará en el respeto de las ideas de otros, los cuales también harán lo oportuno con las suyas. Sus opiniones jamás estarán determinadas por imposiciones.    

Hubo algo bonito en aquel instante. Una lección de historia, un viaje a la reflexión a través de un cuadro. A lo mejor, un día, ella, esa niña, convertida ya en madre, continuará el ciclo y le contará a su propia hija cómo su abuela la trajo un día al museo para enseñarle la importancia de un abrazo y todo lo que hubo que luchar y perder para conseguirlo. 

Sonreí. En el suelo, Franco se retorcía entre tanta portada de periódico porque la libertad es un bien preciado, aunque frágil, que nos pertenece a todos y todas, y somos responsables de que su llama siga guiándonos frente a quienes imponen la irracionalidad, la violencia y el miedo.

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