CINTILLO: LA PALMA ARQUEOLÓGICA, LOS ASTRÓNOMOS DEL PASADO /y 3

Las Cabras, el templo solar de los aborígenes palmeros

Las estaciones de cazoletas y canalillos, abundantes en la geografía de Canarias, están catalogadas como grabados rupestres. Aunque es muy difícil datarlas, existe un consenso entre los arqueólogos de las dos universidades públicas del Archipiélago de que son de factura indígena y que se usaron, como describen las crónicas, para ritos y ceremonias cultuales por parte de la sociedad prehispánica de las Islas. Hay algunas que incluso tienen una conexión astronómica: es el caso de los almogarenes de Bentayga, Amurga o Cuatro Puertas en Gran Canaria (ver Gran Canaria arqueológica, del cielo a la tierra, serie publicada en marzo en este periódico) y también de la estación de Las Cabras, en el antiguo cantón de Aherguareme, municipio de Fuencaliente, La Palma.

Este tipo de yacimientos rupestres son propios de culturas prehistóricas o protohistóricas como la de los guanches. En la España peninsular tenemos testimonios de este legado. La estación con más cazoletas, con cerca de 8.000 unidades, es La Cava de Garcinarro (Cuenca) y data de la Edad del Hierro; aproximadamente 4.000 años de antigüedad. Las de Canarias no son tan antiguas porque todas son de la era común, ya que el poblamiento indígena del Archipiélago se produjo en la era común -después de Cristo-, como certifican todas las dataciones de restos humanos y semillas realizadas hasta ahora.

Estaciones rupestres de canales y cazoletas en la isla de Tenerife (producido en 2016 y de libre acceso en Youtube) es un documental muy interesante porque voces autorizadas de la comunidad científica aportan las claves sobre esta tipología de yacimientos arqueológicos. La catedrática Carmina del Arco la define muy bien: “Es un conjunto de vestigios de la cultura indígena que se encuentran grabados en distintos soportes y articulan una red de canales que convergen entre sí o en algunas pocetas”.  El arqueólogo y profesor Juan Francisco Navarro añade: “Las cazoletas son hoyos labrados en la roca y generalmente unidos entre si por canalitos hasta constituir unos circuitos por los que cualquier líquido va discurriendo, de tal manera que ese mismo líquido, una vez colmatada una cazoleta sale por otro canal y sigue sucesivamente”.

Estos cuencos de diversos tamaños suelen ser circulares pero también hay ejemplos de cazoletas cuadradas y rectangulares. No siempre hay canales, como vemos en muchas estaciones de costa. Los expertos, a tenor de lo que describen las crónicas de ceremonias con derramamiento de líquidos, libaciones que se hacían con agua o leche, asocian estas manifestaciones rupestres con lugares cultuales de la población indígena. El catedrático Antonio Tejera señala que estos yacimientos “eran conocidos en Gran Canaria con el nombre de almogarén, que significa lugar sagrado en la lengua canaria antigua, que a su vez tiene una clara connotación religiosa en las lenguas bereberes norteafricanas”. En este sentido, Carmina del Arco apunta que “el hecho de que las encontremos registradas en cada una de las islas parecería llevarnos a la consideración de que están dentro del acervo cultural” de los primeros colonos de las islas.

Estos yacimientos, según los testimonios citados, se pueden vincular a la cosmovisión de los antiguos canarios. En algunos casos, incluso se relacionan a eventos astronómicos, como han demostrado los astrónomos del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) César Estévez y Juan Belmonte  en tres almogarenes de Gran Canaria. En La Palma, al menos hay un enclave que presumiblemente tiene una conexión astronómica: se trata de la estación de cazoletas –carece de canales- de Las Cabras, en la costa del municipio de Fuencaliente.

Miguel Martín González es profesor de historia. No es astrónomo pero desde hace unos treinta años investiga la cosmovisión de los aborígenes palmeros. Su ordenador está cargado de programas informáticos de astronomía, con los que ha cotejado si determinados eventos astronómicos que observa desde yacimientos arqueológicos también se producían, por ejemplo, hace mil años, cuando los benahoaritas eran los únicos habitantes de la Isla (ver los dos primeros reportajes de esta serie sobre los astrónomos del pasado).

“Las cazoletas de la estación de Las Cabras se labraron en ese preciso lugar porque es un marcador del solsticio de verano”. Así de contundente se expresa Martín. Desde este punto del litoral, como pudimos comprobar el pasado 17 de abril, destaca la Montaña del Lajío, la única que se ve desde el yacimiento. “Solo durante el solsticio de verano, el sol se pone en la cima del Lajío, exclusivamente los días previos y posteriores al día del solsticio astronómico”, como ha comprobado el historiador después de muchas observaciones in situ.

Miguel Martín no solo se quedó con su observación y con la comprobación informática de que en época indígena el sol marcaba el yacimiento durante el solsticio, sino que recorrió la costa de la zona para ver si el fenómeno –la puesta de sol sobre la cima de la Montaña del Lajío- desde otras localizaciones cercanas se observaba. Negativo. Por eso concluye que “las cazoletas de Las Cabras son un marcador del inicio del verano”. Este yacimiento, afirma Miguel Martín, “está vinculado al mundo religioso prehispánico; aquí se une la cosmovisión con la arqueoastronomía”.

Ritual de comunión

El origen del topónimo de Las Cabras se debe al ritual de bañar a cabras durante el inicio del verano en la playa que baña las cazoletas, rito que se ejecutaba en ese lugar hasta hace menos de un siglo, similar al que aún se celebra en Puerto de la Cruz, en Tenerife, en la festividad de San Juan, y en otras localizaciones del este de La Palma. 

La estación tiene 280 cazoletas divididas en dos grupos. Desde uno de los grupos se observa el fenómeno astronómico. “Miramos el paisaje”, describe Martín, “y lo único que destaca es la montaña, de hecho es la única montaña que se ve desde este lugar. Vamos a cien metros, en el otro extremo de la playa, y está vacío de cazoletas”. El profesor de Historia ha comprobado que “desde esa otra posición, a la misma altura de la línea de costa y desde la que también se ve la montaña, el sol entra por la ladera pero no por la cima”. 

El otro grupo de cazoletas está en la misma Punta de Las Cabras, a pocos metros del marcador solsticial, y está bañado por el mar y cubierto con la pleamar. Martín lo asocia con el denominado ritual de comunión, “un concepto que se usa mucho en antropología”. Es un ritual que consiste en compartir con los dioses de una cultura. Ante la evidencia de que el mar es una fuente de vida, los indígenas, interpreta Martín, lo veneraban. “Hicieron las cazoletas justo en el rompiente para hacer un ritual en marea baja, poniendo leche o agua en su interior; con la marea alta, el mar se apropia de lo que le ofreces. Es un intercambio, un ritual de comunión”. Este concepto es “muy antiguo”, explica el investigador. “Los antropólogos lo han estudiado en muchas culturas del planeta”. En cualquier caso, no hay pruebas que certifiquen esta tesis del ritual de comunión; solo indicios razonables.

 La Veta de Almácigo

La Palma atesora más de un centenar de yacimientos de cazoletas y canalillos. Eduardo Pérez Cáceres es el autor del primer estudio de cazoletas de mar en la Isla. La estación con mayor número de piletas está en la costa de Mazo, se trata de Punta Ganado con cerca de 400 unidades. Miguel Martín González, en su libro Cosmovisión awara, editado por la editorial Bilenio en 2022, argumenta la vinculación de estos conjuntos con la cosmovisión de los awaras o benahoaritas, los primeros colonos de La Palma, y en algunos casos una posible relación astronómica con el sol, la luna o algunas estrellas estrellas. Uno de ellos es la Veta de Almácigo, una estación de montaña en una de las laderas de la Caldera de Taburiente.

La estación de cazoletas no tiene la belleza ni la cantidad de cuencos de las que vimos en la costa durante la realización de esta serie; de hecho es muy rudimentaria y en absoluto destaca frente a la infinidad de conjuntos repartidos por la geografía de Canarias. Sin embargo, tiene dos particularidades: un canalillo de más de centenar metros que se intercala con las cazoletas y un sendero guanche que hicieron los antiguos para llegar hasta ahí a través de una veta de toba volcánica.

¿Por qué hicieron este yacimiento en ese lugar concreto? No sabremos nunca la respuesta, pero sí tenemos tres certezas. La primera: desde el yacimiento se observa una de las montañas más hermosas de La Palma, el Pico Bejenado, un gigante de 1.854 metros en el corazón del parque nacional de La Caldera de Taburiente; fue una montaña sagrada para los benahoaritas como reflejan las estaciones de grabados que custodia. La segunda: durante el solsticio de verano, el sol sale justo por la cima del Bejenado; ¿ocurría este fenómeno en época aborigen? Miguel Martín afirma que sí, que lo ha contrastado con el programa Stellarium Astronomy Software. La tercera: hay una cueva funeraria junto a la estación que prospectó la arqueóloga Nuria Álvarez, en la que se encontraron restos humanos de dos indígenas; esta circunstancia aporta un aura de lugar sagrado.

Con la cautela propia de un científico que no ha investigado el yacimiento durante el solsticio de verano -aunque ha estado en la Veta de Almácigo- pero sí con la experiencia que atesora tras una dilatada carrera importantes yacimientos del planeta, el astrónomo del IAC Juan Antonio Belmonte tiene dudas de que estemos ante un marcador solsticial. “Es un santuario de cerca de 200 metros de largo, ¿dónde te colocas para ver el fenómeno?”, para determinar que estamos ante un marcador, nos comenta tras observar el vídeo que está encima de este párrafo. “Simbólicamente es atractivo y la forma de pirámide que da la sombra del Bejenado está curiosa”, describe el astrónomo, pero “no puede ser un marcador cuando el lugar de observación tiene 200 metros de largo y la propia cumbre del Bejenado cubre un cierto rango de horizonte”. No obstante, afirma que “no deja de ser sugerente”.

Lo que es indudable, tal como ha contrastado el historiador Martín González, fundador de la Asociación Iruene La Palma y director de la revista Iruene, es que hace 1.000 años, tal como ha verificado con sus programas informáticos estelares, en la época guanche el sol salía durante los días del solsticio de verano justo en la cima de tan emblemática montaña desde Veta de Almácigo.

La investigación de este tipo de yacimientos de canales y cuencos tiene un largo camino por delante. A nivel nacional, solo hemos encontrado –no quiero decir que no haya más- dos artículos firmados por doctores de las universidades de Murcia y Extremadura. En Canarias, tampoco hay demasiado literatura científica al respecto. En los XXIV Coloquios de Historia Canaria Americana, Miguel Ángel M. Díaz, la catedrática Carmina del Arco y Pablo Atoche presentaron una ponencia con una recopilación detallada de las fuentes escritas tras la Conquista. En definitiva, como expusieron los citados historiadores en 2020, “el  estudio  de  estos  yacimientos  rupestres  se  ha  ido  incrementando  exponencialmente en Canarias hasta llegar a constituirse como uno de los elementos culturales más significativos del  patrimonio  arqueológico  de  las  islas.  Las  cartas  arqueológicas  insulares  han  corroborado  su  variabilidad  dentro del territorio, permitiendo contrastar su inserción en los diferentes ámbitos culturales indígenas abriendo las expectativas a un debate sobre sus orígenes y significación”.