Tenía mimbres para interpretar la farsa de un escritor de alterne y barra, paseante ocasional por los focos y el aplauso, pero eligió primorosamente la opción del suicidio a plazos. Haciéndolo, no sólo incomodaba a los amigos: nos ofreció su segunda gran novela urbana, sin tener siquiera que escribirla.