El hoy conocido como Castillo de la Luz, antigua Fortaleza de Las Isletas, reconstruido como sala de exposiciones en el año 2015 por Nieto Sobejano Arquitectos, acoge la exposición Una mirada insular hasta el próximo domingo 1 de octubre incluido. Óscar Domínguez, el pintor tinerfeño, es un referente ineludible en la ebullición de las vanguardias parisinas de las primeras décadas del siglo XX y los dos artistas grancanarios, Millares y Chirino, dos baluartes del arte abstracto, componentes ambos del Grupo El Paso.
Un total de 50 piezas, entre ellas, alguna pintadera y préstamos del Museo Canario, dato significativo es también saber que tanto Millares como Chirino hicieron de este museo su aula de aprendizaje, asiduos visitantes, recorrieron sus salas y se dejaron impregnar de la sabiduría y la tradición que reflejarían después en su obra.
Aunque no parezca haber más que el origen insular y la dedicación al arte como nexo de unión entre estos artistas de épocas diferentes, según Juan Manuel Bonet, comisario de esta exposición y actual director del Instituto Cervantes, partiendo de Cueva de Guanches, pintura de Óscar Domínguez y perteneciente hoy a la colección del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, la exposición propone una mirada al interés que comparten los tres artistas al indagar en las raíces prehispánicas del archipiélago.
La importancia de ese substrato primitivo que a ellos sirvió como basamento artístico no ha sido puesto de manifiesto con la importancia requerida, si nos referimos al mundo del arte y de la cultura, o al menos, no en las obras que han llegado a ver la luz. El diálogo de lo presente con nuestra tradición es necesario y vital, puesto que nos constituye e identifica. En el caso de los artistas convocados, podemos ver cómo concentraron su atención en algún momento de su proceso creativo en los orígenes de nuestra cultura aborigen. Acudieron a la tradición, sin por ello rechazar lo ajeno o suplantarlo. La exploración de un espacio simbólico donde conviven lo propio y lo ajeno está representado en esta muestra, que bien podría apuntar una vía de reflexión sobre problemas actuales de ámbito cultural e identitario. Es una pena que no miremos donde hay señales que puedan abrirnos la mente y estemos tan distraídos con las lecturas interesadas del presente. Las actuales y próximas generaciones nos agradecerían una reflexión más distanciada sobre cultura e identidad, basada en la indagación de artistas señeros como los que forman esta exposición. La noción de identidad enriquecida que encontramos en sus pinturas y esculturas cumple una triple función: evitar la ruptura en la historia, establecer una continuidad con la obra de los ancestros y asumir el pasado al proyectarlo a un nuevo futuro.
El recorrido por ese diálogo entre pasado y presente, cultura e identidad, forma y discurso tiene momentos sublimes. Es un gozo contemplar el cuadro Cueva de Guanches de Óscar Domínguez. Su estética surrealista nos sorprende, embelesa o nos puede abrumar. O la sensación de asombro que nos producen las arpilleras de Manolo Millares o los Afrocanes de Chirino, expuestos en esta muestra. Pero más allá del goce y el asombro, es necesario entender el acercamiento de tres artistas de reconocimiento universal que avanzaron sin desligarse de la procedencia, sin desviarse de su propia singularidad. ¿Sería eso lo que les dio un impulso inicial a su carrera artística?, ¿fue el hecho de salir de las islas lo que les permitió lograr el éxito?, ¿estaríamos hoy hablando de ellos si no hubieran salido fuera de Canarias?
Me inclino a pensar que en ninguna de las obras se lee una oposición a lo común, ni la valoración de lo exclusivo, más bien se agradece reconocernos a través de símbolos, materiales, paisajes y mostrar a la humanidad parte de lo que somos. No nos trasladan el conflicto sobre identidad, cultura y arte. No sabemos si llegaron a resolverlo, pero se ocuparon de él de una manera honesta y explícita, lo trabajaron y aquí puede observarse parte del resultado. El producto de esta tensión está implícito en la belleza de la obra del que ya transitó por distancias y abismos.
Un recorrido a varias voces
En la primera sala se exponen El Drago de Domínguez, una arpillera de Manolo Millares y una de las espirales de Chirino, tres elementos que hacen referencia al mundo aborigen. De paso encontramos algunas piezas que pertenecen a la obra permanente de la Fundación, entre ellas, Mi patria es una roca, cuyo título corresponde a un verso del poeta y escritor grancanario Nicolás Estévanez, de su famoso poema Canarias.
Ya en el primer nivel del castillo comienza el recorrido por la vanguardia: Oscar Domínguez y la época de entreguerras. En esta zona se muestran fotos y referencias de la exposición surrealista que se hizo en Tenerife del año 1935, a la que acudió André Breton, iniciador y principal teórico del movimiento. Un grabado de Agustín Espinosa y recortes de La Gaceta de Arte, dirigida por el crítico Eduardo Westerdhal, publicación donde se encontraban numerosas firmas de la época de vanguardias como Gutiérrez Albelo. La muestra de distintos documentos y libros pretende poner de manifiesto las afinidades entre los surrealistas y los artistas de la posguerra.
En la tercera planta nos espera Millares, con una fusión entre el mundo aborigen y la España Negra, su particular respuesta al horror y al sufrimiento del ser humano, su lectura descarnada de la época más oscura de nuestro país.
Los Afrocanes y las Reinas negras de Chirino amplían el foco hacia referencias culturales que podrían asociarse a la africanidad, lectura que, por otro lado, sigue siendo un tema discutido aunque vinculado al origen de su obra.
Antonio Puente, Director de Comunicación de la Fundación, nos acompaña en la visita. Señala, además del nexo aglutinador de la tradición y el mundo aborigen, el recorrido cronológico por el siglo XX que supone juntar a los tres artistas, teniendo en cuenta que Domínguez pertenece al periodo de la preguerra y por otro lado, la actualidad contemporánea a la que corresponden Millares y Chirino.
En el recorrido nos cruzamos también con otras miradas, con otras voces. Miembros de la asociación NACE (Nueva Asociación Canaria para la Edición) visitan la exposición. Aquiles García, presidente de NACE asegura que es un honor tener la Fundación en Las Palmas de Gran Canaria y sobre todo en La Isleta. Con respecto a la muestra, se manifiesta maravillado ante el impulso creativo de los tres artistas y destaca el apoyo mutuo que surgió entre Millares y Chirino.
Antonio Arroyo, miembro también de NACE, destaca la unión que se hace en la muestra con la literatura, exponiendo Crimen y Lancelot de Agustín Espinosa o Romanticismo y Cuenta Nueva, de Gutiérrez Albelo, entre otros títulos. Con respecto a las esculturas de Chirino, manifestó su deseo de que el público sea capaz de reflexionar e indagar en su pensamiento y el recorrido que señala hacia el origen.
El artista Juan Cabrera, a quien poco se ha reconocido su genial obra hasta el momento, y sobre quien recomiendo indagar para no seguir dejando dormir tanto valor en la sombra, también acude a la exposición con un grupo de alumnos a los que imparte clases de dibujo. Se manifiesta admirador de Millares y le parece un acierto el haber juntado a tres artistas que absorben del espíritu e historia de Canarias. “Un Óscar Domínguez, surrealista, que pinta para él y estuvo al alcance de el lenguaje del arte, con un Chirino que trata de mezclar su sentimiento con lo ancestral y, un Millares, a quien le tengo muchísimo cariño porque comparto con él esa seducción por la vida y la muerte, entendiendo que Manolo Millares, -se explica-, cuando habla de Homúnculos habla de crear vida. Para mí, Millares en un Doctor Frankenstein, lo que quiere es crear vida. La conjunción me parece interesante”.
Breve reflexión sobre el grupo El Paso
La obra de Millares y Chirino no puede contextualizarse sin una referencia al Grupo El Paso. Este colectivo de artistas surge durante la posguerra española gracias a un grupo de creadores vanguardistas que se propusieron acabar con el estancamiento en el que se encontraba el arte español en ese momento. Su intención era renovar el panorama artístico que la posguerra había paralizado.
Con el nombre de El Paso querían indicar su coincidencia de no ser más que un estallido, breve y necesario, en el avance de la pintura española contemporánea.
En el manifiesto fundacional de El Paso (1957), se afirmaba: “EL PASO pretende crear un ambiente que permita el libre desenvolvimiento del arte y del artista, y luchará por superar la aguda crisis por la que atraviesa España en el campo de las artes visuales (sus causas: la falta de museos y de coleccionistas, la ausencia de una crítica responsable, la radical separación entre las diferentes actividades artísticas, la artificial solución de la emigración artística, etc.)”… “Creemos que nuestro arte no será válido mientras no contenga una inquietud coincidente con los signos de la época, realizando una apasionada toma de contacto con las más renovadoras corrientes artísticas. Vamos hacia una plástica revolucionaria —en la que estén presentes nuestra tradición dramática y nuestra directa expresión— que responda históricamente a una actividad universal”».
Bajo estos cánones, encaja bien la desgarrada angustia existencial y patética de las arpilleras de Millares, quien reivindica el valor de la materia como vehículo de expresión, empleando diferentes materiales como escayolas o cuerdas. Se caracterizó por el uso de la arpillera (tejido de estopa muy basto usado para hacer sacos), que en principio ocupaba una parte de la superficie de la obra y finalmente, se convirtió en el soporte. Martín Chirino se centra en piezas de hierro forjado que él mismo denomina “herramientas poéticas e inútiles”. La composición es siempre mínima y de una gran lógica en sus articulaciones. Sin duda alguna, estos jóvenes inquietos, miembros del grupo junto a Rafael Canogar, Luis Feito, Juana Francés, Antonio Saura, Antonio Suárez, el escultor Pablo Serrano y los críticos Manuel Conde y José Ayllón, constituyeron la auténtica primera vanguardia organizada que se formó en España después de la guerra. El Paso fue “un paso” imprescindible en la afirmación de la vanguardia y en la consolidación de la modernidad artística e histórica de España.