¿Cuántos edificios vacíos existen en la ciudad de Santa Cruz de Tenerife? ¿Cuántos de ellos son edificios con valor arquitectónico, histórico o social? ¿Cuántos llevan tanto tiempo en estado de abandono que ya no nos llaman la atención? La respuesta a todas estas preguntas es la misma: demasiados. En los últimos años es la iniciativa ciudadana la que intenta dar visibilidad a estos inmuebles y denunciar el estado en que se encuentran con el objetivo de lograr la protección de las instituciones y su rehabilitación. Pero sobre todo, evitar que caigan en la ruina y en el olvido. Ejemplos hay muchos y muy variados, con historias, edades y características muy diferentes. Pero todos ellos sufren ahora la misma situación: están al margen de la vida en la urbe. Se trata de edificios singulares que, en opinión de distintos expertos, merecerían reconocimiento y su incorporación a la vida cotidiana de la ciudad con un nuevo uso. Desde la plaza de toros al balneario, pasando por el cuartel de San Carlos o el templo masónico de la logia de Añaza, ninguno de estos lugares ha encontrado aún su sitio en la moderna ciudad a la que aspira convertirse Santa Cruz. Esta es una carrera y una lucha contra el tiempo, pero sobre todo, contra la desidia. Comenzamos esta serie de reportajes sobre construcciones emblemáticas y en desuso con el balneario de Santa Cruz.
Si un turista, atraído por las postales de la playa de Las Teresitas o del Parque Natural de Anaga toma la autovía de San Andrés para dirigirse a esos lugares, no podrá evitar fijarse en un edificio gris y desvencijado situado al borde de la carretera, justo frente a una gasolinera y rodeado de enormes tanques industriales. Lo que llamará la atención de este turista, y de cualquiera que transite esta ruta, serán las condiciones en que se encuentra el edificio, una auténtica casa del terror: cristales rotos, graffitis, puertas tapiadas, pintura desconchada, muros agrietados, basura y desperfectos... Estado de ruina, o mejor dicho, de abandono total. Nada en su estado actual, maltratado y descuidado, hace pensar que hace décadas este fue uno de los lugares más populares de la ciudad, un punto de encuentro entre ciudadanos y, también, entre la propia ciudad y el mar. Así lo concibió allá por la década de los años 20 del siglo pasado el entonces alcalde de Santa Cruz, Santiago García Sanabria.
Historia del balneario de Santa Cruz
“’Es realmente vergonzoso que una ciudad marítima como la nuestra no cuente con una playa donde puedan tomarse los baños de mar. A remediar esa falta nos hemos forzado un grupo de amigos, de construir un balneario y habilitar una playa para baños y constituir una sociedad de explotación’”. Con este argumento, recogido en una circular municipal firmada por el alcalde García Sanabria, se justificaba la necesidad de que Santa Cruz contara con una infraestructura de ocio marítimo. De este discurso se desprende que la función de la obra iba a ser eminentemente social, para uso y disfrute de los ciudadanos. Según la periodista e historiadora Dolores Hernández, autora del libro ‘El balneario de Santa Cruz y sus aledaños’, “García Sanabria era un hombre con amplias miras. Santa Cruz era una ciudad pequeña, con pocos habitantes, pero ya nos visitaban extranjeros. [El alcalde] lo quería hacer como balneario terapéutico, pensado no solo para los santacruceros sino también para quienes nos visitaban. Lo que tenían muy claro era que estaba destinado al disfrute de la ciudad”, cuenta, y añade que “era otra forma de gobernar, era otro Santa Cruz”.
En 1928 la iniciativa se materializó dando comienzo a las obras de cimentación del futuro balneario, justo frente a Valleseco y junto a la antigua batería militar de Bufadero, de la que hoy quedan visibles algunos restos junto a la misma carretera. Dos años después, en 1930, el complejo abrió al fin sus puertas al público. Se trataba de un edificio con escasa ornamentación, con un diseño que evocaba el perfil de un barco y que se encontraba a la vanguardia arquitectónica en cuanto a su diseño, ya que sus características se correspondían con un movimiento arquitectónico internacional que comenzaba a estar vigente en aquellos años, el Racionalismo.
El proyecto le había sido encargado al arquitecto chicharrero Domingo Pisaca Burgada. Sin embargo, él mismo decidió cambiar su boceto inicial para convertirlo en una obra más acorde con el Racionalismo, cuyo exponente internacional más destacado es Charles Édouard Jeanneret-Gris, más conocido como ‘Le Corbusier’. Lo que llevó a Pisaca a cambiar sus esquemas iniciales fue una dura crítica contra él realizada desde la famosa publicación tinerfeña ‘Gaceta de Arte’. Los editores de la revista escogieron un edificio suyo situado en la calle Castillo y publicaron una foto del inmueble en la portada. La imagen aparecía tachada. Según explica María Luisa Navarro, profesora de Historia del Arte en la Universidad de La Laguna y especialista en Racionalismo, fue tachado por considerarlo “decadente y anticuado”. Las críticas llegaron justo cuando Pisaca ya se encontraba haciendo el proyecto del balneario, por lo que ante los duros comentarios recibidos “renuncia a la primera versión que tenía, se inspira en esa arquitectura internacional y hace un gran edificio en la nueva estética”.
El Racionalismo en Tenerife
El movimiento racionalista buscaba romper con la estética anterior y crear una arquitectura más funcional, con materiales industriales que abarataran costes y redujeran plazos de construcción, en la que cada elemento arquitectónico tuviese una justificación y en la que la forma del edificio viniera dada por la función que este iba a cumplir. Con estos preceptos, el Racionalismo revolucionó en su momento la manera en que hasta entonces se construían las viviendas, ciudades o fábricas, y dio origen a las primeras colonias o urbanizaciones de 'casas modernas'.
A pesar de que fue un movimiento de alcance internacional, el origen se encuentra en Holanda y especialmente en Alemania, país con el que Canarias y en concreto Tenerife tenía ya fuertes lazos de unión, lazos que serían aún más estrechos a partir de los años 30 con la apertura en la isla del Colegio Alemán. “A Tenerife la revolución llega en 1927”, explica María Luisa Alonso. “La introducción se produce de la mano de dos arquitectos de origen canario, pero que están vinculados con corrientes internacionales desde su etapa de estudios. Ellos serán los principales impulsores de esa arquitectura”, explica Alonso. Pero además “en Canarias se da otro ingrediente”, añade. “Hay un círculo de intelectuales, artistas, escritores y críticos que se organizan en torno a la revista ‘Gaceta de Arte’. Ellos son los principales defensores [de la arquitectura racionalista] a través de sus manifiestos publicados en esa revista”, matiza. Por eso, la crítica vertida desde esta publicación contra Pisaca fue determinante a la hora de que este reconvirtiera su proyecto del balneario en un edificio que siguiera las directrices del Racionalismo vigente entonces. Gracias a este cambio de planes el balneario se convirtió en uno de los primeros edificios racionalistas de toda España. Ya solo por eso, a juicio de María Luisa Alonso, “merecería ser rescatado de su abandono”.
La importancia del movimiento racionalista y su legado en Canarias necesitaría un artículo aparte, pero baste decir que Tenerife y en concreto Santa Cruz es una de las ciudades con más edificios de este estilo arquitectónico de todo el país. El valor de estos inmuebles va más allá del económico, puesto que son los vestigios de un movimiento artístico producto de un momento histórico de cambios y revoluciones sociales y que dio como resultado una ruptura con la arquitectura que se hacía hasta entonces. Son los edificios y casas resultantes de la llegada de la modernidad a las ciudades, a los barrios, a las casas de los trabajadores y obreros, y no solo de las clases más altas.
Los años dorados del balneario y la residencia
En 1954 abrió sus puertas el segundo edificio del complejo del balneario. Era la Residencia José Miguel Delgado Rizo. Aunque originariamente el edificio había sido concebido como un hotel casino, finalmente se decidió que fuese una residencia para el veraneo de los trabajadores de la época y sus familias. “Cumplía una función social”, señala Dolores Hernández. “Las familias de los empleados de empresas como Iberia iban por turnos de 15 días. Había fiestas, competiciones y venían residentes de otras partes de España y hasta de Inglaterra, aunque estos últimos solo en momentos puntuales. Era el llamado turismo social”, explica, un turismo caracterizado por ser muy asequible económicamente. En aquellos años, mucho antes de que el edificio fuera engullido por las infraestructuras del Puerto de Santa Cruz y asfixiado por el asfalto, el balneario se erguía en la misma orilla del mar. “Había una playa, tres piscinas y canchas de frontón”, apunta Dolores. “A partir de los años 60, las familias, los nadadores, los barrios, todos alquilaban hasta guaguas particulares para ir al balneario. Era el lugar por antonomasia para el baño en Santa Cruz. Era prácticamente lo único que había, junto con la playa de Valleseco y poco más”, comenta. La piscina del balneario fue la primera que se abrió en la isla con carácter público y, como señala Dolores, entre los años 34 y 65 fue además la única que existía de este tipo. “En el 34 surge el Club Natación Metropole en Gran Canaria y el mismo año nace aquí el Club Natación Balneario. De ahí salieron figuras con gran repercusión nacional e internacional, como Jesús Domínguez, el nadador más importante de Tenerife”, asegura. “La historia del balneario es la historia de miles de santacruceros, porque fueron allí a veranear, o porque aprendieron allí a nadar... Fue un punto de encuentro social, hay miles de vivencias, de anécdotas, de historias que se dieron allí”, relata Dolores.
Para varias generaciones de tinerfeños el balneario era el lugar al que había que ir para hacer amigos o encontrar pareja, para divertirse o relajarse, para bañarse y hacer deporte, para celebrar y bailar, para estar en familia. Era uno de los lugares más populares de la isla, el patio de recreo de cientos de niños de la ciudad y de los barrios cercanos, el punto de encuentro de los jóvenes de la época, y de los no tan jóvenes. Mirando el viejo edificio hoy día cuesta imaginarlo en pleno apogeo, lleno de gente utilizando sus instalaciones, hospedándose en sus cuartos o bañándose en su playa. El libro que Dolores escribió no es solo una recopilación exhaustiva de datos y testimonios, es un homenaje a un lugar que fue muy especial para esta ciudad, un lugar esencial en la vida pública, una 'necesidad' de Santa Cruz, tal y como dijo García Sanabria.
Rehabilitación
La residencia cerró sus puertas en 1980 y el balneario en 1992. El mar está ahora muy lejos de sus muros, y su esqueleto, cada vez más frágil, languidece entre el ir y venir de camiones cisterna y maquinaria portuaria. ¿Por qué no se ha rehabilitado este edificio, cuyo propietario actual es el Gobierno de Canarias? La respuesta de Dolores Hernández es clara: “Siempre he pesando que hay una desidia institucional, no ha habido voluntad política. Han pasado varias legislaturas y no han aprovechado los fondos europeos para rehabilitarlo. No ha habido ningún interés”, opina. Y es que cuando han pasado más de dos décadas desde que alguien se diera el último baño en su piscina cuesta creer el argumento de que el balneario está como está por culpa de la crisis. María Luisa Alonso destaca la vulnerabilidad del edificio ya que “es una arquitectura industrial con escasez de soporte”. Sin embargo, señala que rehabilitarlo no sería tan costoso como cabría esperar. “La recuperación de edificios del periodo industrial no es como la recuperación de un edificio artesanal del siglo XVIII, en los que hay que tallar piedra a piedra, sino que con los datos del proyecto es posible recuperar el cien por cien del edificio”, afirma, y añade “en términos estéticos, resulta muy lamentable que no haya conciencia en Tenerife de que Canarias en general, pero Tenerife en particular es uno de los lugares más importantes de España respecto a esta arquitectura”, concluye.
Alejo Salgado, arquitecto nacido en María Jiménez y residente en Barcelona, presentó en 2004 su trabajo de final de carrera en la Escuela de Arquitectura de Barcelona con un proyecto de rehabilitación del balneario. Conoce bien el edificio y su historia, pero sobre todo su potencialidad y posibilidades de cara a un uso futuro. “Con un poco de energía se generaría un sitio de ocio vinculado con el agua. Requeriría una inversión seria, pero más barata que otros proyectos como el de la playa de Valleseco, aunque un proyecto no debe sustituir al otro”, afirma. Según él, hay un motivo por el que no se ha llevado a cabo ni su plan ni ningún otro: “No es la prioridad de los alcaldes que ha tenido Santa Cruz. No interesa porque son barrios limítrofes y porque no se ha sabido ver la potencialidad que tiene ese área”, declara. Como arquitecto reconoce inmediatamente el valor que tiene el edificio del balneario, pero también el de otras construcciones aledañas, como la residencia y la antigua batería militar de Bufadero. “Ambos edificios tienen una gran importancia en la historia de Santa Cruz. La batería es una de las pocas baterías de costa que se conservan y que explican la defensa de la ciudad. Y el edificio de la residencia representa al movimiento racionalista en Canarias, uno de los mas significativos, además con ese atrevimiento de las formas náuticas. La parte baja tiene una ligazón con el mar, donde se ubicaban barcas... el gran salón, donde tuvieron lugar celebraciones, bodas, eventos de todos tipo, y las habitaciones... Su valor arquitectónico está al mismo nivel que su valor social”, concluye.
El libro, el expediente y la burocracia
Hace más de una década, allá por 2004, la periodista Dolores García volvía a poner de actualidad este edificio gracias a la publicación de su libro. La obra recogía numerosos testimonios y fotografías de los años dorados del lugar, antes de que cerrara definitivamente sus puertas a comienzos de los 90. La buena acogida que tuvo la publicación hizo que la antigua construcción ocupara de nuevo un espacio en los medios de comunicación de la isla. Pero el trabajo realizado por Dolores Hernández para recordar y homenajear al balneario no terminó con la redacción del libro. Después de publicada la obra, y con el apoyo del Colegio de Arquitectos de Canarias, el Departamento de Historia del Arte de la Universidad de La Laguna, varias federaciones vecinales de Santa Cruz, especialmente las comisiones del barrio María Jiménez y de defensa de la playa de Valleseco, y la Federación Tinerfeña de Natación, solicitó oficialmente al Cabildo de Tenerife que declarara al balneario y al edificio contiguo de la Residencia José Miguel Delgado Rizo como Bien de Interés Cultural (BIC). “Lo presenté el 30 de noviembre de 2005”, comenta. Pero la resolución no fue favorable. “En el último párrafo se estimó que ‘el inmueble de referencia tiene actualmente un nivel de catalogación que lo salvaguarda como ejemplo singular de arquitectura racionalista’ y no se pronuncia sobre la incoación del mismo ‘en tanto por la propiedad’ [el Gobierno de Canarias] ‘no se realicen estudios que determinen el estado de conservación en que se encuentra’”, lee directamente del documento. Según explica Dolores, “lo desestimaron [el expediente] porque estaban a la espera de un informe del Gobierno de Canarias”. Pero, tal y como Dolores subraya, “si la residencia cerró sus puertas en 1980 y el balneario en 1992, ¿cómo no se han tomado ya medidas para asegurar su conservación? Ahí demuestran que no hay ningún tipo de interés”, dice, “porque no ha habido nada de celeridad en el trámite”. En mayo de 2008, el entonces presidente del Gobierno canario, Paulino Rivero, durante una visita al Ayuntamiento de Santa Cruz afirmó estar de acuerdo con los planes del entonces alcalde, Miguel Zerolo, para convertir el balneario en una residencia para la tercera edad. Ambas instituciones anunciaron la intención de firmar un convenio de colaboración para alcanzar este objetivo. Sin embargo, al año siguiente, en 2009, el propio Zerolo reconocía que los planes no podían llevarse a cabo al menos en los siguientes 3 años debido a escollos administrativos. Se refería al hecho de que aún no se había aprobado de manera definitiva el Plan Especial del Puerto, un plan que afectaba al edificio del balneario y que impedía al consistorio santacrucero iniciar los trámites para la rehabilitación. El Plan Especial del Puerto no fue aprobado en el pleno del Ayuntamiento hasta noviembre de 2014.
Dentro de pocos días se cumplirán 10 años desde que Dolores formuló su petición para que el balneario fuera declarado BIC, pero nada ha cambiado respecto a la situación del edificio. Sigue estando deteriorado, vacío, sin uso alguno. Sigue siendo un vestigio del antiguo Santa Cruz.
La ciudadanía habla
En 2014 nacía en Tenerife la Gestora por la Defensa del Patrimonio de Santa Cruz. Se trataba de un grupo de personas con un objetivo común: promover la defensa y conservación de los edificios y lugares históricos de la ciudad, tanto del ámbito público como del privado, que es la mayor parte. Hoy están constituyéndose en asociación y cuentan con el apoyo de casi 2.000 personas en Facebook, entre ellas políticos, arquitectos y periodistas destacados. La Gestora difundió un manifiesto a favor de la conservación patrimonial que contó con el apoyo del pleno del Ayuntamiento de Santa Cruz, lo cual les llevó a aparecer en medios de comunicación y a obtener apoyo ciudadano. Al calor de esta iniciativa surgieron otras con fines similares o simplemente para rendir homenaje a edificaciones singulares, entre ellas el balneario. En julio de este año, la Gestora mostró su total rechazo a la posibilidad de que el balneario fuera derruido si se lo declaraba en ruinas. “Nuestra oposición al derribo del balneario es rotunda. No, salvo que se hunda el mundo”, declaró entonces su portavoz, Vicente Pérez. “Ahora estamos esperando que el Gobierno de Canarias haga un informe técnico sobre si está en ruinas o no”, afirma y muestra su estupor ante el estado de deterioro del edificio. “Cómo se llega hasta el punto de que se cae es lo que sorprende. No se debe llegar nunca a estos extremos. Si un edificio se protege se supone que es como el que tiene una casa, hay que intentar que no se siga deteriorando”, dice contrariado.
Y no es la única voz contra el derribo y a favor de la rehabilitación. Desde hace años numerosos intentos por parte de asociaciones vecinales y colectivos de la zona han reclamado a las autoridades un plan para recuperar el edificio y sobre todo su función social. Desde una residencia para mayores hasta un centro médico, las propuestas han sido muchas. Sin embargo, el resultado siempre ha sido el mismo. No ha ocurrido nada.
Ciudadanos, Gobierno autónomo y Ayuntamiento siguen esperando la llegada del informe técnico. Y mientras, al viejo balneario se le agota el tiempo. ¿Cuánto más pueden aguantar sus muros y cimientos? Los buenos recuerdos y su papel destacado en la historia social de la ciudad no bastan para que la antigua idea de Sanabria se mantenga en pie y no se derrumbe ante la pasividad de las administraciones actuales. “ Con el tiempo se verá que quien pudo evitarlo no tomó cartas en el asunto”, concluye con tristeza Dolores Hernández.