Empecé a leer cómics a la misma vez que aprendí a leer y, desde entonces, no he parado de hacerlo. En todas estas décadas he leído cómics buenos, regulares y no tan buenos, pero siempre he creído que el lenguaje secuencial es la mejor -y más idónea- puerta de entrada para leer tanto letras como imágenes. Ahora leo más cómics digitales que físicos, pero el formato me sigue pareciendo igualmente válido y sigo considerando el cómic un arte.
DENTRO DE LAS ENTRAÑAS DEL SALÓN DE CÓMIC DE VALENCIA
Ésta es la historia de un niño cuya vida cambió por dos razones, ligadas, ambas, con la cultura contemporánea del siglo XX, ésa tan denostada por las mentes “bien pensantes”. La primera razón dividida, ésta, en dos partes, depende de la misma persona, el escritor británico Roald Dahl y estuvo íntimamente relacionada con las películas Un mundo de fantasía -título con el que se “bautizó” en nuestro país a Willy Wonka & the Chocolate Factory (Mel Stuart,1971) y Chitty Chitty Bang Bang (Ken Hughes, 1968)
En ambas producciones, el mundo de los niños y el enfrentamiento que tienen con unos adultos que, ni los entienden ni los valoran -más bien, todo lo contrario- le enseñaron mucho más que aquellos argumentos educativos que solamente pretendían hacerle crecer a la fuerza, pero sin calibrar lo que se estaba perdiendo por el camino. Además, Willy Wonka y Caractacus Potts le demostraron que también se puede crecer sin ser un absoluto mamarracho.
La segunda razón estuvo ligada con el momento en que recibió, como premio por su compresión lectora, un “tebeo” de Superman, publicado por la editorial mejicana Novaro (Superman# 996. FP: enero 1975) A partir de ahí ya no paró de leer aquellos “tebeos”, para desesperación de sus profesores y del resto de la humanidad. Admito que esto último resulta un tanto paradójico, porque, si hoy en día se sigue sin considerar al lenguaje secuencial como un arte, imaginen hace casi cinco décadas cómo sería...
Es, también, la historia de un niño que sabía quién era Flash Gordon, Buck Rogers y John Carter de Barsoom, antes de sentase a ver el Episodio IV de Star Wars, en aquel momento, simplemente, La Guerra de las galaxias, de la misma forma que había visto series de televisión de género fantástico, tales como Star Trek, Thunderbirds, Captain Scarlet and the Mysterons, U.F.O. y Espacio 1999.
Y ésta es la historia de un niño que debió aprender otro idioma y viajar fuera de las fronteras del país en el que nació para encontrar lugares donde conocer a personas con las mismas querencias que él.
Hoy en día, la realidad de nuestro país es bien distinta y ya no hace falta abandonar las fronteras nacionales para encontrar lo que te gusta, sobre todo en un momento, el actual, en el que es difícil encontrar una población en la que no se celebre algún tipo de actividad cultural, evento, encuentro, jornada o salón de cómic y/o manga durante alguna de las semanas del año.
No obstante, lograr que un evento de estas características logre abrir sus puertas, sobre todo si éste lleva aparejado el calificativo de freak, freaky, frekkie y/o cualquiera de sus variantes, no es una cuestión baladí. Además, siempre “hay borrachos con babas, que le recuerdan el error que están cometiendo” a los osados que se siguen atreviendo a desafiar el estatus cultural imperante con este tipo de propuestas, tal y como reza la traducción de la canción The Piano man de Billy Joel, según la interpretación de Ana Belén.
¿Y qué quiero decir con esto? Pues muy simple: en nuestro país, puede parecer que las cosas han cambiado y que el siglo XXI ha llegado para quedarse, pero la realidad es bien distinta. Todavía -y por lo menos queda una década para que las cosas cambien- quienes deciden qué presupuesto asignar, qué evento patrocinar o qué pabellón reservar para un evento como lo puede ser el Salón del cómic de Valencia, SIEMPRE tendrán otras preferencias, por muy torticeras e inútiles que puedan llegar a ser y resultar. La cultura, ésa disciplina que, por definición, se olvida y/o se censura durante los mítines políticos y las declaraciones de intenciones institucionales continúa siendo una parcela reservada para unas determinadas disciplinas. Géneros más minoritarios, tales como el fantástico, artes como el cine de género y el cómics, o plataformas de entretenimiento como la televisión y los videojuegos no figuran en la lista de prioridades inmediatas. ¿Significa esto que no hay instituciones, cargos públicos y/o empresas interesadas en patrocinar eventos? No, hay sectores que se nutren de personas que han crecido con dichos referentes y, por eso, de una forma o de otra, ayudan a que, por ejemplo, en nuestro país se celebren, en la actualidad, más de medio centenar de salones de cómic y manga al año.
El problema es que muchos de dichos eventos dependen de los criterios arbitrarios de quienes disponen, luego, de los espacios en donde poder celebrarlo, espacios que no suelen estar debidamente preparados para tal efecto, o cuyos costes suelen sobrepasar las estimaciones más optimistas en cuanto a los presupuestos de los que se dispone. En parte, también tiene que ver con la absoluta desconexión que la universidad española demuestra para con este tipo de eventos, algo que, en el resto del mundo, no suele suceder, siendo esas mismas universidades las que apoyan, patrocinan y/o dan cobijo a dichos eventos culturales, independientemente del tema a tratar.
Por ello, suele ser moneda común que aquello que más sufre en los eventos sean las charlas, conferencias y mesas redondas al no contar con espacios cerrados adecuados donde poder celebrarlas. En el caso del Salón de cómic de Valencia, la sala de conferencias, estratégicamente situada en una de las esquinas del recinto, pudo desarrollar su actividad de una forma bastante digna, algo que otras instalaciones preparadas para tal efecto no lograron, por mucho que los participantes utilizaran, casi diría que abusaran, la tecnología que la organización había puesto a su alcance.
En realidad, esta circunstancia está íntimamente relacionada con esa suerte de pelea acústica que muchos de los stands que se diseminan por un evento como el salón valenciano mantienen para con el resto de participantes y, sobre todo, contra el público. Si ya de por sí es difícil mantener una conversación en un recinto lleno visitantes que, normalmente, NO hablan, sino que gritan, por definición, cuando éstos deben hacerlo, queriendo sobrepasar los decibelios de tan o cual stand, resulta una labor casi titánica.
Personalmente, sigo sin entender la razón que lleva a una dicotomía como ésta, porque, con dicho comportamiento, no se incita a que el visitante que se ha desplazado hasta el lugar del evento, y ha pagado una entrada para estar allí, se quede más tiempo del necesario, por mucho que me traten de demostrar lo contrario.
Luego está la consideración en cuento al diseño y a la utilización del espacio de forma que ayude o impida el buen y óptimo desarrollo de un evento. En el caso particular del Salón de Valencia, quedó claro que se primaron unos espacios, en detrimento de otros, algo que tiene que ver más con las necesidades “sobre el papel” que con la realidad que luego te encuentras. Tengo claro que lugares tales como un recinto ferial son MUY difícil de domar y solamente el tiempo logra que el plano de planta sobre el que trabajas luego se transforme en el espacio deseado.
Dicho lo dicho, debo añadir que muchos de los problemas que esta situación hubiera podido acarrear se solucionaron con el buen hacer de unos voluntarios que, no solamente buscaban soluciones, sino que velaban por la imagen del evento, circunstancia que NO, repito, NO suele ser habitual, y mucho menos en este tipo de eventos.
Gracias a ellos, y a las personas que los organizaban, las continuas sesiones de firmas, charlas, encuentros, presentaciones y demás actos funcionaron con la dinámica y la información adecuada para que el evento no se resintiera.
Después está el talante, serio y profesional, de los invitados que acudieron al encuentro, muchos de los cuales superaron, con creces, los horarios que tenían asignados para sus sesiones de firmas, con tal de no dejar a nadie sin lo que habían venido a buscar. Queda claro que a nadie se le pasó por alto que uno de los principales atractivos del encuentro fue el extenso cartel que éste ofrecía, digno de tener en cuenta en un momento como el actual. Además, no quiero pasar por alto la entrega de aquellas personas anónimas, quienes, en solitario o formando parte de un colectivo, le iluminaron el día a legiones de visitantes durante los tres días en los que se celebró el evento.
Son ellos lo que engrasan, ajustan y terminan por lograr que toda la maquinaria que se esconde detrás de un evento como éste logre funcionar, porque a ellos les sigue moviendo una ilusión y un empuje que muchos han ido perdiendo por el camino, al convertir una afición en un trabajo con el que pagar facturas.
No diré que todos los organizadores, invitados, actores, autores, editores y ponentes han perdido, con el tiempo, aquello que les llevó a ser quienes ahora son, pero el tiempo es un feroz juez que nos pone a todos en nuestro sitio. Los rostros, las expresiones y los argumentos que uno debe soportar para justificar lo que nunca se debería me han enseñado que así es la realidad, por mucho que siga sin convencerme.
El mundo del fandom, el mundo de los salones de cómic y manga, el mundo de los festivales de cine de género y todo lo relacionado con la ya mencionada “subcultura freaky” tiene, en líneas generales, lo que se merece. No ha sabido y/o querido cuidar su imagen corporativa y librarse de los estereotipos que tan poco le han ayudado en estas últimas décadas. Por añadidura, la “canallesca” sigue dando bandazos entre querer mostrar la cara más “carnavalesca” de un evento como el Salón del cómic de Valencia, encontrar una motivación válida para llegar hasta allí y detenerse en unos contenidos que muy raramente se pueden ver en cualquier otro evento nacional, sobre todo por la relación que el evento valenciano SI tiene con la universidad. Aquí es donde reside uno de los principales baluartes del Salón del cómic de Valencia; esto es, en apostar por ofrecer un corpus teórico dentro de un tipo de encuentros que, por lo general, suele hacer hincapié en otro tipo de propuestas que en nada tiene que ver con el conocimiento histórico, social y cultural del noveno arte contemporáneo.
Tengo claro que el camino emprendido por el encuentro valenciano no será fácil, más si se tiene en cuenta las querencias de buena parte de los visitantes, muy alejadas de cualquier contenido “teórico y/o académico”. Sin embargo, la historia del mundo del fandom la han escrito los que, con su osadía, supieron encontrar el punto de equilibrio entre lo que el público demandaba y aquello que, a su juicio, también debía ser mostrado.
Sólo el tiempo dirá si dicho planteamiento es posible, pero, con la perspectiva que dan los años, todo esto parece posible, siempre y cuando se potencie aquello que ha demostrado su validez y se corrijan los elementos que terminaron por desentonar. El resto es una cuestión de constancia, aprendizaje y de no olvidarse de un hecho, para mí, incontestable. ¿Cómo fue la infancia de los organizadores?
Yo, sí sé cómo fue la mía, hace tiempo, mucho tiempo.
© Eduardo Serradilla Sanchis, Helsinki, 2020.
© De Makeip - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, 2020
Sobre este blog
Empecé a leer cómics a la misma vez que aprendí a leer y, desde entonces, no he parado de hacerlo. En todas estas décadas he leído cómics buenos, regulares y no tan buenos, pero siempre he creído que el lenguaje secuencial es la mejor -y más idónea- puerta de entrada para leer tanto letras como imágenes. Ahora leo más cómics digitales que físicos, pero el formato me sigue pareciendo igualmente válido y sigo considerando el cómic un arte.
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