De Solchaga al aceite de Saavedra

Carlos Sosa

Las Palmas de Gran Canaria —

“Es un buen economista, aunque muy facha”. La frase la pronunció en 1987 el ministro Carlos Solchaga, en cuyo gabinete habían fichado como asesor a un economista canario que acababa de sacar las oposiciones a Técnico Comercial del Estado. El interlocutor de Solchaga era el periodista Carlos E. Rodríguez, que no se imaginaba en aquel momento en que le presentaban a José Manuel Soria que estaba conociendo a un prometedor político que acabaría de ministro del Reino y con el que tendría luego más de una trifulca.

El gabinete del ministro de Economía y Hacienda fue la primera incursión en la política conocida de José Manuel Soria (Telde, Gran Canaria, 1958). Allí estuvo unos meses hasta que regresó a Canarias para ponerse al frente de la naviera familiar, Oceanic, vinculada al negocio de la exportación hortofrutícola, que entraba en barrena por la paulatina pérdida de pujanza del tomate canario y por la heterodoxa gestión de su hermano Luis, que años más tarde entraría en política para demostrarse a sí mismo y a todos los canarios cuáles son sus limitaciones.

Soria, José Manuel, debió contagiarse del virus de la política en los despachos cercanos al de Carlos Solchaga. No está claro de quien aprendió los malos modales, la intolerancia y los insultos hacia los subordinados que practicaría acto seguido de manera muy comentada, especialmente en sus primeros años en política, cuando llegó a ser alcalde de Las Palmas de Gran Canaria en 1995 sin apenas haber militado en un partido y sin más experiencia que aquel tiempo de asesor del ministro del Gabinete de Felipe González.

Entró en el PP porque el destino no quiso que entrara en el PSOE, porque tras su paso por el gabinete de Solchaga, Soria fue tanteado por Jerónimo Saavedra para que asumiera la Consejería de Industria del Gobierno canario en 1991, en su segunda presidencia autonómica. El economista declinó el ofrecimiento precisamente porque debía ocuparse de la naviera familiar, a la que finalmente dio cerrojazo.

Soria le debe su meteórico ascenso en política a muy pocas personas, y una de ellas sin duda es Juan Francisco García, editor de Canarias7, uno de los principales periódicos impresos del Archipiélago. García se fijó en aquel joven (corría el año 1994) de modales educados, alto, bien parecido, ambicioso, economista como él y con una visión empresarial de las instituciones que al editor, todavía por entonces director general de la Caja Insular de Ahorros, cautivó.

Enseguida Canarias7 se puso a trabajar en el lanzamiento de la imagen de aquel político teldense, hijo de un castellano, Manuel Soria Segovia, que llegó a Canarias como empleado de Iberia y que contrajo matrimonio con la hija de un cosechero tomatero teldense, José López Sarmiento, con quien se asoció hasta convertirse en un próspero exportador hortofrutícola. Soria Segovia se unió luego a otro notable del tomate, Antonio Benítez Calixto, que luego se convertiría en su consuegro. Juntos formaron una sociedad muy exitosa con sede en el Canary Wharf de Londres en los años cincuenta, y en Londres vivió parte de su infancia José Manuel Soria, que acabó casándose con la hija del socio de su padre, María del Carmen Benítez, que ha labrado junto a su esposo la prosperidad de su despacho de procuradora de tribunales.

Puede ser que los antecedentes ultraconservadores de José Manuel Soria que tanto llamaron la atención de Carlos Solchaga provengan de su familia paterna. Su padre era conocido en Telde por su declarado extremismo de derechas, y su tío Sebastián llegó a ser el líder de Fuerza Nueva en Gran Canaria.

El patrimonio familiar acumulado por sus padres, reducido poco a poco a grandes fincas en trance de recalificación urbanística a compartir con sus cinco hermanos, y su prometedora carrera como técnico comercial del Estado invalidarían a priori cualquier sospecha de que Soria necesitara la política para enriquecerse. Sin embargo, su comportamiento y sus escándalos apuntan hacia todo lo contrario.

Tras su breve paso por el ministerio de Solchaga, Soria entró en política directamente como candidato a la alcaldía de Las Palmas de Gran Canaria en 1995, sin tener que padecer los rigores de una paciente militancia previa y sin reclamar para sí favor alguno. Era tal el desconcierto y la ausencia de liderazgo que sufría la ciudad tras desmoralizantes e irresponsables gobiernos municipales, que cualquiera con un mínimo carisma convenientemente patrocinado -como es el caso- tendría el éxito asegurado.

Llegó justo en el momento en el que el Partido Popular se descomponía en el Ayuntamiento por la expulsión de cinco de sus seis concejales, tras pasarse todos menos la actual senadora Josefa Luzardo al Grupo Mixto en un pacto con la izquierda nacionalista, en aquellos momentos aglutinada en torno a José Carlos Mauricio y a su recién fundada Iniciativa Canaria (Ican) desde los despojos del Partido Comunista de Canarias que él mismo se encargó de reventar.

El deterioro político era de tal calibre en el consistorio que fue precisa la intervención de la justicia por un recurso del PP contra sus ex concejales, que se convirtieron por sentencia del Tribunal Constitucional de 1993 en los primeros tránsfugas desde la recuperación de la democracia. José Sintes, que en 1991 había encabezado la lista del PP, se veía obligado a dimitir como alcalde en diciembre de aquel año dando paso a un efímero regidor, el socialista Emilio Mayoral, que fue incapaz de corregir el rumbo y que resultó derrotado por Soria año y medio después con una abrumadora mayoría absoluta.

En un ambiente así, que avergonzaba a los que todavía se preocupaban algo por la política local, cualquiera que fuera nuevo en la plaza, que se presentara con cuatro ideas de regeneración, que interpretara en el sentido clásico el principio de autoridad jerárquica y que contara con la bendición de los principales medios informativos, tenía todas las papeletas para ganar el premio gordo. Y así fue en 1995.

Los primeros años en el ejercicio de la política de José Manuel Soria están plagados de suculentas anécdotas que confirmaron enseguida su carácter levantisco y extremo y que dibujaban por dónde iban a venir los tiros. Sus más estrechos colaboradores –los que duraban más de un mes- en la sexta planta del viejo hotel Metropol, convertido en los ochenta en sede del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, definen a aquel alcalde como un personaje violento tanto física (lanzaba objetos pesados de un lado al otro del despacho cuando se cabreaba) como verbalmente (el calificativo más suave que profería hacia sus colaboradores era el de “inútil”).

Fue en uno de esos primeros días en la alcaldía cuando llamó a su despacho al que fuera su tercer jefe de prensa, el experimentado periodista Jorge Batista, para pedirle que telefoneara a la agencia EFE porque quería responder a unas declaraciones de Jerónimo Saavedra. El veterano político socialista, que casi dos décadas después terminaría ocupando aquel mismo despacho de alcalde, acababa de atacar al PP por asuntos relacionados con la corrupción. Soria comentó con su jefe de comunicación que quería responderle de manera contundente, haciendo referencia a la homosexualidad del adversario, conocida pero aún no reconocida entonces. Y lo quería hacer con una zafiedad marca de la casa. Batista le desaconsejó esa táctica por considerar que inauguraba un estilo peligroso hasta entonces excluido de la trifulca política canaria, las referencias a la vida privada y a la orientación sexual del oponente.

Soria desoyó los consejos de su asesor y, ya con un periodista de EFE al otro lado del teléfono, descalificó las declaraciones de Saavedra alegando que “ha dado un gran patinazo, lo que me lleva a pensar que pierde más aceite del que yo creía”. Tardó muchos años el hoy ministro en disculparse públicamente con el ex líder de los socialistas canarios, dos veces ministro con Felipe González y otras tantas presidente de la Autonomía. Y eso que se llevó su correspondiente tarascada familiar por contar entre sus allegados con personas homosexuales que le recriminaron su indisimulada homofobia.

Por suerte para él, ninguno de sus adversarios políticos ha utilizado su vida privada para desacreditarlo.

Para José Manuel Soria no existe el adversario político ni el periodista crítico. Sólo existen los afines de absoluta sumisión y lealtad inquebrantable; o los enemigos, incluso dentro de su propio partido, generalmente agazapados por las contrastadas consecuencias que han sufrido los pocos que le han resollado. Carece por completo de habilidades democráticas, un déficit que logra disimular gracias a su disciplinado empleo de los conocimientos que ha adquirido en los cursos de telegenia y comunicación que le han impartido en el PP, y las terapias para controlar sus impulsos nerviosos que ha recibido de un especialista en Londres.

Tras esa fachada de político atractivo, expresivo y hasta simpático, con un parecido físico con Aznar que despierta fervor entre los conservadores, se esconde en realidad una persona totalitaria y excesiva que entiende el poder exclusivamente en su propio beneficio, como podrá apreciar el lector a lo largo de este trabajo. Da el pego un tiempo, pero como pronto comprobaron los periodistas de Madrid tras ser nombrado ministro, una vez se desmorona la fachada aparece un político muy plano, hueco, capaz de las trapisondas más inimaginables, que encima no es en absoluto un buen gestor de lo público, como ha quedado demostrado tras su paso por los cargos públicos que ha ocupado en Canarias y ahora en Madrid.

Su éxito ha radicado siempre en la propaganda, en la utilización a su favor de los medios informativos, talonario público mediante. En cuanto llegó al Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria protagonizó unos cuantos golpes de efecto que cautivaron al público y a la prensa afín: ordenó cambiar las ajadas banderas que flameaban destrozadas en la azotea de las oficinas municipales, un viejo hotel en el que veraneó alguna vez Agatha Christie reconvertido en los ochenta en edificio administrativo; puso en marcha una audaz campaña de albeo de fachadas y paramentos bajo el sugerente título de “Comparte un Amor”, y ordenó que en las rotondas y en los parques de la zona baja de la ciudad se plantara césped, aun desaconsejándolo la baja calidad y el alto coste del agua de riego que entonces se despachaba.

Todo era pura apariencia porque cuando el césped dio las primeras y muy evidentes muestras de amarillearse, ordenó que se tiñera de verde, y así hizo la empresa concesionaria de los jardines municipales.

Pero eso encandilaba al público, que por primera vez en décadas se sentía orgulloso de tener un alcalde que ponía bonita la ciudad y que, además, mandaba. Esa autoridad y esa capacidad para los grandes golpes de efecto propagandísticos le condujeron a revalidar en 1999 su mayoría absoluta como alcalde y pasar de los quince concejales iniciales a los diecinueve con los que entró en el nuevo siglo.

Su hábil manejo de los medios informativos ayudó bastante. Además de su acreditada capacidad para relacionarse con la cúpula de las empresas editoras, siempre ha dedicado grandes sumas de dinero a la publicidad, tanto a la visible como a la invisible. Y eso facilita mucho las cosas.

Le bastaba con controlar a los grandes medios de información de la isla de Gran Canaria, y a partir de la victoria de Aznar en 1996, a Televisión Española y a Antena 3 Televisión, en aquel entonces líderes en los informativos. Si algo no le gustaba, lo manifestaba sin recato, y si identificaba en alguno de esos medios a algún periodista desafecto y más atrevido que la media, pedía al directivo correspondiente que lo despidiera sin miramientos. Lo hizo en Antena 3 y lo hizo en La Provincia, y en algunas ocasiones con éxito.

Su soberbia y su sentido patrimonialista de los cargos democráticos se incrementaron de modo proporcional a las dos mayorías absolutas que fue consiguiendo en la principal ciudad de Canarias; se sofisticaron tras su acceso a la presidencia del Cabildo de Gran Canaria en 2003, cuando ya dio el salto a la prensa nacional a través de El Mundo, y se volvieron absolutamente burdas cuando alcanzó la vicepresidencia del Gobierno en 2007 y se hizo adicto al grupo Intereconomía, al que financió sin disimulo a través de clamorosas irregularidades con fondos públicos.

Paralelamente a esos cargos institucionales, se hizo fuerte en el PP, cuya presidencia alcanzó en 1999 por rendición de su antecesor, José Miguel Bravo de Laguna, perdedor de las autonómicas de aquel año con un número de diputados igual al que en la convocatoria siguiente consiguió Soria.

Toda esa acumulación de poder y su propio carácter egocéntrico y soberbio le convirtieron en un político intransigente: el agradecimiento a los editores que lo catapultaron a la fama se transformó en sugerencias editoriales y luego en exigencias, y cuando éstas no han sido atendidas, en abierta declaración de hostilidades.

Así le ocurrió al consejero delegado de Editorial Prensa Ibérica, Guillermo García-Alcalde, que sufrió los improperios de José Manuel Soria en una diatriba pública sin precedente en las Islas. Todo porque la subdirectora del periódico La Provincia en 2008, Teresa Cárdenes, lo acusó de oportunista por desplazar a familiares de las víctimas del accidente de Spanair en Barajas para ocupar él y su jefe de prensa plazas en el primer avión que salía de Gran Canaria rumbo a Madrid. Lejos de esquivar la polémica, defenderse o asumir la crítica, Soria se enfrascó en tan áspero cruce de acusaciones con la periodista (incluso personales y de tono sexista) que obligó a García-Alcalde a intervenir para zanjarlo y, sin pretenderlo, cortar sus relaciones con el hoy ministro.

La tensión se incrementó al año siguiente, en 2009, con Soria imputado en el caso Salmón, una historia hasta entonces recluida en las páginas de Canarias Ahora. La Provincia consideró que ya era noticiable que el vicepresidente del Gobierno y el secretario general del PP, Manuel Fernández, además del poderoso empresario local Santiago Santana Cazorla, estuvieran imputados en una trama de corrupción y se dedicó a cumplir con su obligación como periódico: informar.

Soria trató infructuosamente de parar a la fuerza aquella avalancha de informaciones negativas y, al no conseguirlo, acusó al consejero delegado de Prensa Ibérica de estar rabioso porque el Gobierno no le había otorgado frecuencias de televisión digital terrestre en el concurso de 2007. García-Alcalde le tachó públicamente de mentiroso y quedó oficialmente abierta la caja de los truenos.

La rabieta de Soria le condujo a dirigir sus presiones a la dirección nacional del grupo editorial, que finalmente terminó cortando la cabeza del director del periódico, Ángel Tristán Pimienta, no sin antes permitir que el vicepresidente del Gobierno se jactase públicamente de conocer incluso la fecha exacta en que se iba a producir la destitución.

Con Guillermo García-Alcalde no pudo, lo que no fue obstáculo para presumir de que le había vencido tras conocerse públicamente la jubilación –por cierto, algo tardía, pese a las presiones de Soria- del veterano periodista.

En Canarias7 las relaciones con el ministro de Industria tampoco han sido un camino fácil. El presidente de ese periódico, Juan Francisco García, ha sabido aguantar con más estoicismo sus exigencias, pero las cosas ya no son como fueron en aquellos comienzos del político prometedor aupado por esa cabecera en los años noventa. García y Soria actualmente se soportan cortésmente después de que en al menos dos ocasiones el editor cortara las relaciones de manera radical coincidiendo también con las horas más bajas del político durante su imputación en el caso Salmón.

Ni que decir tiene que las televisiones públicas que operan en Canarias no han escapado a la obsesión mediática de este político, especialista como pocos en explotar su imagen mediática hasta límites cercanos al empalago.

En las islas operan Televisión Española, que tiene dos centros de producción propia, uno en cada capital de provincia, y Televisión Canaria, la cadena autonómica creada en los noventa mediante un modelo mixto que la ha convertido en la menos costosa por habitante de toda España, no por ello ajena a la polémica acerca de su necesidad y su implantación popular.

Televisión Española en Canarias ha sufrido, como le ha ocurrido a la cadena pública estatal, las tiranteces procedentes de Madrid. Y también vivió un momento de esplendor profesional en el último mandato de Zapatero, lo que la convirtió en un referente informativo. Pero el regreso del PP al Gobierno y al control de los servicios informativos se ha notado con especial saña en el Archipiélago.

Soria ha tenido mucho que ver con eso porque, quebrando la estricta norma estatal de no contratar en la calle a los directores de centros territoriales, el de Canarias fue puesto por el ministro para que ejerciera de comisario político y jefe de prensa suyo. Se llama Carlos Taboada, y le debe al político conservador los últimos puestos de su carrera profesional: director de cadena en Televisión Canaria durante el mandato 2003-2007 y ahora director del centro territorial de TVE.

Por si ese comisariado fuera poco, al frente de los servicios informativos de la casa en Canarias aparece Cristina Almandos, represaliada por su jefe nacional, Julio Somoano, tras la polémica suscitada a raíz del tratamiento dado a la Diada de 2012 en el Telediario de las dos. Almandos, editora de ese informativo, colocó la noticia en quinto lugar y, tras la polvareda levantada, la premiaron dándole a elegir destino. Y eligió Canarias, vaya por dios.

El caso de Canarias Ahora ha sido muy peculiar. Desde que tropezamos con él por primera vez, José Manuel Soria no ha tenido el menor recato en considerarnos sus enemigos más extremos, y jamás se ha escondido para asegurar que no parará hasta que se nos condene a penas extremas de cárcel (para mí, claro) y se cierre el periódico. Nos ha atribuido incluso sus problemas familiares y jura que jamás nos perdonará haberlo tenido nueve meses imputado por el caso Salmón, por el que le denuncié en los tribunales en 2008 y del que salió indemne gracias a la amplia manga de la toga de una jueza del Tribunal Superior de Justicia de Canarias que desoyó olímpicamente las apreciaciones del fiscal anticorrupción, que sí observó delito de cohecho impropio en su comportamiento.

Jamás nos ha atendido Soria para permitirnos contrastar informaciones, jamás nos ha concedido una entrevista; ha prohibido a sus subordinados que nos lleguen los comunicados de prensa del PP y de las instituciones donde ha ejercido; no somos convocados a sus ruedas de prensa y no tenemos acceso, naturalmente, a ninguna campaña de publicidad institucional que pueda estar bajo su control.

La última conversación que mantuve con él, quizás también la primera, data de 1995, cuando coincidimos en un debate electoral en Televisión Española previo a su primer triunfo en las urnas. En otra ocasión coincidimos en la Cadena Ser en Las Palmas y me saludó sin querer en medio de la confusión provocada por su atolondrada salida del estudio y la entrada en éste de los cuatro periodistas que íbamos a intervenir en una tertulia.

Cuando los casos de corrupción del PP se iniciaron en España, o al menos afloraban de manera significativa en Baleares y Canarias, fui invitado por José María Calleja a su programa de debate en CNN+ junto al periodista mallorquín Matías Vallés.

Sin pretenderlo, aquel encuentro se convirtió en un mano a mano entre Matías y yo a ver qué archipiélago podía poner sobre la mesa más casos de corrupción. Ganó Vallés, parece obvio teniendo como tienen a ese talento de Jaume Matas, pero tanto a él como a Calleja le sorprendieron los casos de corrupción que afloraban en Canarias de los que la prensa nacional apenas se hacía eco.

Tras la emisión de aquel debate, Soria telefoneó a Calleja para exigirle que, en desagravio a lo dicho por mí, se le hiciera una entrevista en el mismo programa. El periodista contestó positivamente al requerimiento siempre que se realizara en el formato cara a cara conmigo en frente, a lo que me presté de inmediato en cuanto me lo propuso. Soria, sin embargo, declinó la fórmula y no tuvo ni entrevista ni cara a cara.

Esas limitaciones de Soria frente a nuestro periódico las ha hecho extensivas a todos los cargos públicos y orgánicos del PP, lo que nos ha convertido en malditos dentro de ese partido y su entorno político, institucional y hasta empresarial.

En aplicación de esta orden de desprecio institucional y político se han producido acontecimientos muy pintorescos. Quizá el más elocuente fuera el que protagonizó el actual presidente del Cabildo de Gran Canaria, ex presidente regional del PP, un veterano que en la UCD de Adolfo Suárez desempeñó puestos fundamentales y que en Canarias fue quien, en nombre de aquel partido gubernamental, negoció el primer Estatuto de Autonomía.

José Miguel Bravo de Laguna había concertado una entrevista en Canarias Ahora Radio (sí, también tenemos una pequeña emisora de radio) con el periodista Juan García Luján poco después de ganar las elecciones insulares. Anunciada la entrevista por los conductos habituales, Soria lo telefoneó ordenándole que cancelara la cita. El presidente del Cabildo discutió con él enfatizando, entre otras cosas, que jamás había hecho algo así por motivaciones políticas y que, en cualquier caso, tocaba tender puentes con los medios de comunicación críticos, particularmente con el nuestro.

Para vencer la oposición de Bravo, Soria invocó a su familia: “José Miguel, si no lo quieres hacer por mí, hazlo por mi familia, que ha sufrido como ninguna los ataques contra mí de ese medio informativo”. Bravo de Laguna se rindió y diez minutos antes de la entrevista radiofónica ordenó a sus servicios de prensa que la cancelaran.

En cumplimiento de su deseo públicamente confesado de acabar con Canarias Ahora, Soria nos ha perseguido por tierra mar y aire; ha presionado a anunciantes hasta conseguir que retiraran sus campañas; ha acosado a familiares directos para que también nuestras vidas privadas se vieran perjudicadas por esa enemistad manifiesta, y nos ha interpuesto tres querellas por injurias y calumnias y una cuarta por presentar testigo falso a juicio con las máximas peticiones de prisión y con exigencias de indemnizaciones tan estratosféricas que, de haber prosperado alguna, hubiera supuesto nuestra ruina y el final del proyecto periodístico.

Canarias Ahora nació en 2000 con el firme propósito de situarse como una voz crítica, extremadamente crítica, en un panorama mediático canario convertido por la rutina y la excesiva connivencia con el poder en un mar de calma chicha. En nuestro esfuerzo –muchas veces incomprendido- de levantar alfombras hemos descubierto escándalos verdaderamente graves, hemos forzado dimisiones, investigaciones judiciales y alguna defenestración política (pocas, ciertamente). Pero ha sido exclusivamente con Soria donde nos hemos tropezado con la venganza institucionalizada, con el uso perverso del poder, de las influencias y de la justicia para perseguir y eliminar la libertad de expresión y el derecho a la información.

A la vista está que el presidente del PP canario y hoy ministro de Industria, Energía y Turismo no ha conseguido su propósito de borrarnos del mapa. Nuestro periódico, el primer nativo de Internet en Canarias, lo demuestra cada día con la frescura y el descaro que muchos de nuestros lectores elogian y a algunos irrita. En un lugar como Canarias no gusta a los poderosos la libertad de expresión por el peligro cierto de que puedan aflorar sus trapisondas.

* Este es el primer capítulo de Hechos probados. Una primera biografía de José Manuel Soria, un libro de Carlos Sosa, director de Canarias Ahora.

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