Detenida por buscar un entierro digno para su abuela: la lucha de una familia iraní desde Canarias

Natalia G. Vargas

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De la noche a la mañana se cerraron los teatros y los cines. Las portadas de los libros de texto cambiaron y los derechos de las mujeres desaparecieron. “Todas las puertas del saber fueron cerradas”, cuenta Mahshid Moharrami Zaer. Ahora vive en Telde (Gran Canaria), pero nació en la ciudad iraní de Teherán. En 1979, tras la Revolución Islámica que sacudió su país, tuvo que huir a España con sus dos hermanas pequeñas y sus padres. Aunque han pasado 44 años desde entonces, desde Canarias sigue con preocupación la persecución que aún viven los miembros de su familia en Irán. Ahora, denuncia el arresto de su prima Shadi por pedir un entierro digno para su abuela, cuyo cadáver ha sido lanzado a una fosa común. 

Mahshid y su familia forman parte de la comunidad religiosa bahá’í. Naciones Unidas ha denunciado en los últimos años los arrestos, ataques y desapariciones de este colectivo por parte de las autoridades iraníes. Los relatores de la ONU han exigido en múltiples ocasiones el fin del acoso a las minorías religiosas. “Estamos profundamente preocupados por las crecientes detenciones arbitrarias y desapariciones forzadas de miembros del credo bahá’í, así como por la destrucción o confiscación de sus propiedades”, ha señalado la organización. 

Shadi, la prima de Mahshid, fue arrestada el 1 de mayo de 2023 en su domicilio, delante de su marido y de su hija de cinco años. Ha sido condenada a cinco años de prisión por “pertenencia a grupos y actos ilegales con el fin de perturbar la seguridad del país”. Según cuenta Mahshid, el único “delito” cometido por Shadi fue “querer saber dónde estaba enterrada su abuela”, que había fallecido recientemente. 

Según ha denunciado la comunidad religiosa a la que pertenecen, el Ministerio de Inteligencia “se ha hecho con el control del cementerio bahá’í” y exige el pago de una tarifa desorbitada para dar permiso para el entierro. Al no ceder ante estas presiones, el cuerpo de la abuela de Shadi fue enterrado en una fosa del cementerio de Khavaran, “sin informar a sus familiares y violando las prácticas del enterramiento bahá’í”. 

Tal y como cuenta Mahshid, el cementerio de Khavaran, ubicado en la capital de Irán, es el lugar donde se encuentran miles de víctimas políticas ejecutadas en los años ochenta. Cuando muere un miembro de la comunidad, las familias se reúnen y hacen oraciones. “También se envuelven los cuerpos con una tela blanca y limpia”, cuenta Mahshid. Sin embargo, en los últimos años, estas prácticas han sido imposibles de ejecutar. 

Durante dos meses, Shadi ha estado en una prisión unitaria. “Es una forma de tortura blanca que realizan nada más detener a alguien”, narra su prima. “Mi primo me cuenta que su hija tiene estrés postraumático y que está siendo atendida por psicólogos y pediatras. Ve a su madre en prisión y cree que ha cometido algo grave”, narra. Otros tres hombres también fueron arrestados con ella por administrar el cementerio bahá’í en Teherán. 

El próximo 10 de septiembre se revisará la condena de Shadi para obtener una posible rebaja. Para su prima, luchar desde Canarias es clave. “Todos estos hombres y mujeres que están siendo encarcelados o perseguidos deben hacer llegar sus voces. Ellos no pueden tener acceso a las redes sociales, así que tenemos que ser su altavoz”, afirma. 

Salir de Irán

Cuando estalló la Revolución Islámica, Mahshid tenía 13 años. De un día para otro, era obligatorio para ella y las demás niñas ir con velo a la escuela. “El primer día, mis padres me dejaron no llevarlo, pero al llegar al colegio nos echaron gases lacrimógenos en el patio a quienes no lo tuviéramos”. La iraní recuerda también que comenzaron a quemar las casas de los bahá’í. 

Desde que salió de Irán en 1979 no ha regresado, aunque tiene la esperanza de poder volver algún día. “Fueron momentos muy tristes”, asegura. Aún se emociona cuando recuerda el momento en que se despidió de su familia. 

“Lo que está ocurriendo con nosotros es un genocidio”, asevera. Su familia y ella pasaron por Madrid y por La Rioja. En ese momento era más sencillo para los iraníes obtener la documentación que les permitiera salir del país. Ahora están instalados en el Archipiélago y Mahshid se dedica a la defensa de los derechos humanos, en especial de las mujeres y las niñas, y colabora con diversas ONG en ámbitos como la igualdad de género, la educación universal y ciudadanía mundial. También trabaja como traductora de persa al español y viceversa. 

En su día a día recuerda dos nombres clave en la historia de las mujeres iraníes: Mona Mahmudnizhad y Mahsha Amini. En 1983, diez mujeres fueron ahorcadas en Shirat, una ciudad situada en el sur de Irán. Entre ellas estaba Mona, una joven de 17 años. “Su ejecución fue muy dura. Pusieron a las diez mujeres en la horca y las iban matando una por una, para que las demás se retractasen. Ninguna lo hizo. La última fue Mona”, narra con tristeza.

El nombre de Mahsha Amini recorrió el mundo en 2022. Con 22 años fue arrestada por las autoridades por usar de forma “inadecuada” su hijab. Tres días después de la detención, el 16 de septiembre, murió bajo custodia policial. Su arresto y su muerte fueron el impulso necesario para que estallaran dentro y fuera del país múltiples protestas por los derechos humanos y por un cambio de régimen. Muchas mujeres se arrancaron los hijab, otras se cortaron el pelo, pero todas se unieron en un mismo grito: “Mujeres, vida, libertad”. 

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