Jennifer Jiménez / Natalia G. Vargas

Las Palmas de Gran Canaria/ Santa Cruz de Tenerife —

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En Canarias las mujeres siguen siendo mayoría a la hora de solicitar excedencias para el cuidado de menores y de familiares dependientes o personas mayores. Según los datos del Instituto Canario de Igualdad, ellas representan el 84% de las solicitudes de estos permisos para cuidar. Las tasas de paro también siguen siendo lideradas por mujeres (en un 54%). Ser el pilar de los cuidados en el entorno familiar sigue pesando en las estadísticas de empleo, en las brechas salariales y en los techos de cristal; tanto es así que un reciente informe del sindicato CCOO reflejó que las trabajadoras cobran una media de 2.235 euros menos anuales que los trabajadores y ellas siguen copando el número de prestaciones no contributivas en las Islas, precisamente por haber dedicado gran parte de su vida a los cuidados (un trabajo aún no reconocido muchas veces) y a empleos muy precarios para poder hacer frente a los compromisos laborales y familiares. 

Pese a que la reforma laboral ha contribuido a generar empleos más estables, un 75% de los contratos a tiempo parcial los firman precisamente las mujeres. La brecha se acrecienta más cuando hablamos de mujeres migrantes, muchas abocadas al trabajo de cuidados e invisibilizadas por la ley de extranjería y las duras condiciones para regularizar su situación. “La precariedad no puede seguir siendo el fundamento de la prestación de servicios de cuidados en la sociedad porque efectivamente no solo hay precariedad cuando la ejerces como miembro de la familia que no cobras, sino que encima cuando cobras lo haces en unas condiciones absolutamente injustas”, resume la socióloga Marta Jiménez, investigadora de la Universidad de La Laguna. 

Débora, a quien la maternidad la llevó a emprender

La historia de Débora Peredo, una joven feminista y periodista retrata la vivencia de una mujer que se preparó durante años para dedicarse al mundo de la comunicación, un sector que le apasiona. Peredo se vió empujada a emprender al constatar que los horarios laborales eran incompatibles con el cuidado de su primer hijo. Cuando se quedó embarazada, le llegó la oportunidad de firmar un trabajo “soñado” en la Televisión, pero con esos horarios que se le planteaban no podía disfrutar de la crianza de su bebé. Reconoce que siempre había asegurado que cuando fuera madre dejaría a su hijo en una escuela infantil para poder seguir con su carrera profesional, pero la maternidad cambió su percepción porque para aceptar ese trabajo, el niño debía estar “de mano en mano o de guardería en guardería”. Cree que el sistema está pensado desde una visión adultocentrista, de manera que permita cubrir con las demandas laborales, pero no tiene en cuenta muchas veces los derechos de los menores, que deben socializar en la infancia con sus familias. 

Ser mujer me ha permitido ser mamá y ser mamá me ha llevado a ser emprendedora

“Yo siempre digo que yo soy mujer, mamá y emprendedora, así en ese orden porque ser mujer me ha permitido ser mamá y ser mamá me ha llevado a ser emprendedora”, señala. Peredo recuerda que vivió una crisis personal al plantearse iniciar este proceso porque no tenía las claves y acudió a un coach que la ayudó a analizar si esta era la decisión que realmente quería y cómo podía materializar su idea. Ahora, compatibiliza sus trabajos por objetivos con la educación de sus hijos. “Es una decisión que yo he elegido (aunque sea una elección condicionada)”, apunta, y por ello reivindica más medidas que permitan a las familias conciliar y que esas iniciativas tengan en cuenta a los menores.

“¿Cómo hacen las madres (y digo las madres porque los padres también están, pero las madres tenemos otro tipo de implicación), cuando los peques se ponen malos?” se cuestiona. El sistema no está adaptado hoy día para afrontar estas situaciones y recuerda que muchas familias se ven obligadas a dejarlos con los abuelos, cuando tienen esa posibilidad o incluso tienen que llevarlo a las escuelas enfermos, porque contratar a personas que cuiden a domicilio sigue siendo un gasto que no todas se pueden costear. 

Peredo aboga por ir cambiando esta mentalidad y que las empresas vayan dando facilidades reales a la conciliación. Sostiene que es necesario que se cuente con más plazas de educación infantil de cero a tres años públicas, pero que no es la única medida, ya que los puestos de trabajo podrían adaptarse, permitir teletrabajar en aquellos que sea posible o incluso trabajar por objetivos. “Esa visión aún no la tenemos”, destaca. Y añade que “no nos olvidemos de que la conciliación es para familias pero sobre todo debe ser mirada desde la visión de los niños y de lo que ellos necesitan y un niño nunca va a estar mejor que al cuidado de sus padres y madres”. 

Cuidar de tus hijas mientras trabajas como interna

Yanet tiene 41 años y nació en Perú. Hace once años que pisó por primera vez Canarias y aunque en su país de origen estudió administración y trabajaba en el marketing, en España la legislación sobre extranjería la limita a trabajar en los cuidados y la limpieza. En la actualidad, trabaja como interna de lunes a viernes por 400 euros. El único tiempo libre que puede dedicar a sus dos hijas son los fines de semana y, a veces, ni siquiera eso. “No tengo otro momento, no puedo. Es muy triste. A lo mejor un viernes o un sábado me llaman para limpiar una casa y tengo que ir. Son los extras que tengo para intentar pagar el piso de 450 euros y el agua y la luz. Comida nada. Estoy recibiendo una ayuda de alimentos en una iglesia cristiana”, cuenta. 

Su situación administrativa y la de sus hijas es incierta. Cuando llegó a las Islas pudo solicitar la residencia por reunificación familiar, ya que su marido era español. Sin embargo, tuvo que divorciarse y salir del país para escapar de la violencia de género que sufría. Hace cinco años regresó a España para que su hija pudiera curarse de tres tumores detectados en un seno. “Mi situación migratoria ya era diferente. Al no estar casada ya no podía tener la residencia. Por eso he tenido que buscar trabajo solo en aquellos sectores donde no piden documentación: de limpieza de casas por horas, de interna, o cuidando a mayores”, narra. “Como persona es frustrante haber estudiado, que tus padres hayan hecho un esfuerzo para pagarte los estudios universitarios y luego venir aquí y no poder hacer lo que te gusta, aunque sabes la capacidad y la experiencia que tienes”, lamenta. 

Hace dos o tres años atrás, la señora a la que cuidaba siempre me gritaba diciendo que éramos indios

Sus dos hijas ahora tienen 19 y 21 años, pero hasta hace muy poco eran menores de edad. “Gracias a dios tenía la ventaja de que la señora a la que cuidaba me dejaba estar con mis hijas ahí. Mis hijas estaban en una habitación y yo trabajando”, recuerda. Ahora, la mayor estudia peluquería y la menor administración y gestión pública. “Ya les falta poco para terminar. Estoy intentando luchar para que terminen y se puedan desenvolver ellas”.

Además de su precaria situación, Yanet tiene que convivir con el racismo. “Hace dos o tres años atrás, la señora a la que cuidaba siempre me gritaba diciendo que éramos indios”, cuenta. “A la hora de la comida me decía que primero tenía que comer ella, por supuesto, ellos son de otro nivel. Aunque luego recurren a nosotras porque casi nadie está dispuesto a trabajar hasta 16 horas por menos de 900 o 1.000 euros”, apunta. 

Sacar adelante a una familia completa

La madre de Isabel murió en un accidente de tráfico cuando ella tenía 16 años. De la noche a la mañana, al ser la mujer de la casa, tuvo que responsabilizarse de sus dos hermanos pequeños, de su padre, de su abuela y de su abuelo, que había sufrido un ictus. Ella sola se encargaba de hacer la compra, limpiar su casa y la de sus abuelos, de hacer la colada, de preparar la comida y de atender a todos los miembros de su familia. 

A pesar de todo, siempre tuvo un objetivo claro: estudiar para así no depender de nadie. “Tenía a mi madre de referencia. Era una mujer independiente, tenía su propio dinero, su coche, trabajaba, conducía...”, recuerda. Siempre supo que quería estudiar Enfermería. “No tuve dudas. Fue vocacional. Probablemente porque también había interiorizado el cuidar, cuidar y cuidar”, recuerda. “Incluso antes de que mi madre muriera, me acuerdo de que cuando me hacía una herida me sentaba en un escalón y con lo que pillaba me curaba. Me encantaba ponerme tiritas”, ríe. 

Con el peso de toda la familia a sus espaldas y después de ser madre de dos hijas consiguió terminar la carrera y comenzar a trabajar. Sin embargo, su rutina era diferente a la del resto de sus compañeros. “Yo me acuerdo de escuchar conversaciones de otros estudiantes que decían que al llegar a casa tenían que ponerse a estudiar para los exámenes, pero yo tenía que llegar, hacer la comida, lavar la ropa, tenderla, atender a mi abuela, recoger la casa, y ya después ponerme a estudiar. Mi rutina era un corre corre”, narra. 

Sus turnos de trabajo iban variando. Unos días por la mañana, otros por la tarde, e incluso en ocasiones hacía guardias de 24 horas. “Cuando venía de la guardia lo primero que hacía era recoger a mis hijas, que estaban con su abuela paterna. Llegaba a mi casa después de 24 horas de trabajo y no dormía. Hacía lo que tenía que hacer y si no podía descansar, no descansaba”, relata. Aunque nunca le ha faltado el trabajo, su contexto personal le ha empujado a una realidad diferente a la de algunos compañeros de profesión, que han tenido tiempo para estudiar un máster u obtener una plaza fija. “No todo el mundo puede llegar a su casa y dedicarse solo a estudiar o a trabajar”. 

No todo el mundo puede llegar a su casa y dedicarse solo a estudiar o a trabajar

Nunca se planteó tener una vida diferente. “Pensaba en el día a día. Veía que no teníamos dinero para casi nada, pero me adaptaba a lo que había. Si había que limpiar, pues limpiaba”, recuerda. No fue hasta que falleció su abuela y sus hijas crecieron hasta que pudo tener tiempo para sí misma. “Mis hijas no han sido una carga. A mis hermanos los cuidé y no me arrepiento. Cuando ellos salían yo me quedaba despierta hasta que llegaran porque me sentía responsable de ellos. Hice lo que en su momento consideré”, concluye. Cuando le preguntan por sus sueños y objetivos, responde que no le gusta hacer planes a medio y largo plazo. “Por mucho que tú quieras hacer veinte mil planes, la vida va a hacer contigo lo que le dé la gana”. 

Cuando eres el apoyo incondicional de tu hija con discapacidad

Ruth Santana se ha convertido en los últimos meses en la cara visible de las familias que luchan por oportunidades para sus hijos e hijas cuando terminan la etapa de Educación Obligatoria. Al cumplir los 21, muchas de estas personas se ven en un limbo por el déficit de plazas en los recursos como centros ocupacionales. Es el caso de su hija Teixeida que lleva tres años esperando por esta plaza, mientras pasa los días con su abuela, o con su madre que la lleva a actividades como el Proyecto Suma, pero que reivindica que su hija tenga las mismas oportunidades de socializar y de tener una rutina diaria. 

Toda la vida se ha dedicado al cuidado, que ahora compatibiliza con el trabajo y que supone para muchas mujeres en su misma situación que al llegar a la jubilación no cuenten con el mínimo de años cotizado para la jubilación, en su caso tiene seis años cotizados. Por ello, al hablar de cuidados es tan importante poner el foco en la necesidad de disponer de recursos para menores, como para personas con discapacidad y para personas mayores. La lucha de Santana por un centro ocupacional para su hija y por facilitar la vida a las familias que tienen hijos con discapacidad le ha llevado a ser la portavoz de una reciente plataforma que han creado las familias. “¿Y ahora qué hacemos?” pretende así poner el foco en esta realidad y reivindicar que se luche contra la “lista de espera de la vergüenza”. 

Ruth destaca que muchas personas con discapacidad están invisibilizadas y el sistema no las contabiliza por lo que no se conoce la cifra real de personas demandantes, por lo que quiere seguir trabajando por que se conozca esa lista de espera real y ninguna persona tenga que esperar tanto tiempo por una plaza. Con la asociación se pretende dar asesoramiento ya que solicitar cualquier servicio de atención a la discapacidad o dependencia es engorroso burocráticamente. También insiste en que las administraciones suelen explicar a las familias los motivos por los que no pueden acceder a determinados recursos, pero muchas veces no les dan luz sobre lo que sí podrían hacer.

Las causas estructurales de por qué las mujeres cargan con los cuidados

La socióloga Marta Jiménez señala que “nuestra sociedad sigue fundamentando el cuidado como una responsabilidad fundamentalmente de las mujeres”; un un modelo de organización que todavía “no tiene bien articulada una estrategia para transformar ese fondo”. Destaca que medidas como los permisos iguales de maternidad y paternidad han servido para avanzar pero que aún queda mucho por hacer ya que, a medida de que las mujeres se han incorporado al mercado laboral, se ha incrementado el tiempo también de los hombres a los cuidados, pero aún existe una amplia brecha entre hombres y mujeres. “España sigue siendo un país donde el cuidado de los menores y de las personas dependientes es un modelo familiarista que se sigue apoyando en el cuidado del ámbito familiar y el ámbito familiar es un ámbito donde las mujeres siguen teniendo el grueso de esa responsabilidad”, remarca la socióloga. 

Nuestra sociedad sigue fundamentando el cuidado como una responsabilidad fundamentalmente de las mujeres

Entre las prioridades para revertir esta situación destaca la importancia de fomentar una oferta universal pública y gratuita para la escolarización de los menores desde el momento en el que las familias lo necesitan. Este año, Canarias estrenaba por primera vez plazas públicas de cero a tres años en los colegios y ampliaba los convenios con las entidades privadas, pero aún es insuficiente para hacer frente a la demanda. “Si no tienes una estructura que cubra de forma gratuita (la escuela infantil), muchas veces es un obstáculo para que las mujeres se incorporen al mercado laboral porque no compensa lo que cuesta la guardería con lo que se va a cobrar”, añade Jiménez. 

La profesora de la ULL apunta que otro de los problemas con los que nos encontramos en Canarias es la ralentización que ha tenido la Ley de Dependencia. Pese a las pequeñas mejoras de los últimos años, aún no termina de despegar pues se está priorizando las prestaciones para el cuidado en el entorno familiar, lo cual vuelve a recaer en las mujeres. Además, reivindica más transparencia y control en las empresas que proporcionan ayuda a domicilio concertadas por el sistema de atención a la dependencia, ya que según los testimonios que ha podido escuchar como miembro de la plataforma 8M Tenerife se sigan dando casos de precariedad laboral. Por todo ello, insiste en que “para que efectivamente la tendencia cambie hay que atender a las condiciones estructurales que todavía en España queda mucho por hacer”. 

Precisamente este año la campaña institucional del Gobierno de Canarias y los cabildos focalizan las sobrecargas que suponen los cuidados. Con el lema ¡Sal de escena, sin más!, el Ejecutivo quiere sensibilizar a la población sobre las múltiples tareas que asumen las mujeres por su género, en soledad y sin apoyo. Esta comunidad autónoma, precisamente es la que más brecha de género por cuidados presenta y fue la primera en firmar el proyecto Corresponsables del Ministerio de Igualdad, con el que se trabaja para crear toda una red de apoyo al sistema de cuidados que ayude a revertir esta situación. 

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