Desde este lunes hasta el comienzo de la próxima semana, cuando se refuercen las medidas de protección contra el coronavirus en Canarias, las islas que están sufriendo un repunte de la epidemia, como son Gran Canaria, Tenerife y Fuerteventura, cuentan con una nueva normativa para frenar la expansión del virus. Han pasado del nivel 2 (riesgo medio) al nivel 2 reforzado, que adelanta el toque de queda a las 22:00, limita las reuniones a cuatro personas no convivientes y permite un aforo del 50% en interiores y terrazas de hostelería.
Esta última medida sorprende. O por lo menos así se muestran los expertos consultados por esta redacción. “Es de primero de pandemia”, dice Quique Bassat, epidemiólogo del Instituto de Salud Global de Barcelona, priorizar los espacios abiertos y centrar el impacto de las restricciones en los locales cerrados con escasa ventilación, donde se producen la mayoría de los contagios.
Para José Luis Arocha, epidemiólogo experto en prevención de enfermedades transmisibles en establecimientos alojativos, este movimiento del Gobierno regional responde a una falta de precisión en las medidas, que se aplican a partir de consignas generales y no principios específicos.
Los bares y restaurantes han estado en el punto de mira desde hace unos meses. El Centro Europeo de Control de Enfermedades (ECDC, en sus siglas en inglés) los califica como escenarios de “alto riesgo” y recomienda su cierre ante el riesgo que suponen las nuevas variantes del virus, como la B.1.1.7 (también conocida como cepa británica), que ya circula por Canarias.
Aunque no son muchos, varios estudios científicos han encontrado evidencias de que la apertura de restaurantes ha ido aparejada de una subida de los contagios. Investigadores del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, en sus siglas en inglés), concluyeron que los condados norteamericanos que abrieron estos locales sufrieron un repunte de las infecciones seis semanas después, y un incremento de las muertes dos meses más tarde.
Esta investigación no implica una relación de causa y efecto. Hay comunidades que han conseguido contener la enfermedad sin cerrar a cal y canto la hostelería. Pero sí que podemos encontrar otros análisis que razonan de la misma forma. Este informe del Gobierno escocés señala que, tres semanas después de que se abrieran los bares, la tasa de crecimiento de la epidemia se elevó por encima de lo controlable. Este otro estudio de la revista Nature concluye que de 318 brotes con tres o más casos reportados en 320 municipios de China (sin incluir la provincia de Hubei, donde se detectó por primera vez la COVID-19), todos ocurrieron en ambientes interiores, “lo que confirma que compartir espacios con una o más personas infectadas es un riesgo importante”.
La evidencia científica parece clara. Alemania, por ejemplo, mantiene cerrada toda la hostelería desde hace meses y no está dispuesta a relajar las restricciones hasta que la incidencia caiga por debajo de 50 casos por 100.000 habitantes en los últimos 14 días. Canarias no se encuentra en pleno crecimiento exponencial del virus. Pero sí que es evidente un aumento gradual de la transmisión, sobre todo en Tenerife y Fuerteventura. En este contexto, el Ejecutivo regional ha apostado por no finiquitar al sector hostelero, muy diezmado por la crisis sanitaria, e insiste en su idea de conjugar la salud y la economía y reforzar los mensajes de lavado de manos, distancia de seguridad y mascarilla.
Este ha sido el santo y seña de la comunicación durante la pandemia. Bassat admite que “es difícil no generalizar” y que “no hay suficiente base científica” para lo demás. Sin embargo, sí cree que “es de sentido común” extremar la vigilancia de la ventilación en los interiores y no prestar tanta atención a lo que muchos califican como “teatro pandémico”, esto es, centrarse en el contagio por superficie y otras medidas que no se han mostrado efectivas.
Este editorial de la revista Nature, titulado El coronavirus está en el aire – hay demasiado enfoque en las superficies, apunta que “a pesar de esto, algunas agencias de salud pública aún enfatizan que las superficies representan una amenaza y deben desinfectarse con frecuencia. El resultado es un mensaje público confuso cuando se necesita una guía clara sobre cómo priorizar los esfuerzos para prevenir la propagación del virus”.
Los expertos destacan que la ventilación es clave para ello. Un artículo publicado por The New York Times recalca que “una buena ventilación es la forma más eficaz y práctica de eliminar las partículas infecciosas de un espacio. El programa Edificios Saludables recomienda de cuatro a seis intercambios de aire por hora en las aulas, mediante cualquier combinación de ventilación y filtración”.
El Ministerio de Sanidad también estima que la ventilación es una medida óptima en la prevención de la transmisión. Pero no lo afirma de forma taxativa, sino como una recomendación. Lo encuadra dentro de las “medidas adicionales en espacios interiores”, como la reducción de niveles de ruidos y las actividades que aumentan la emisión de aerosoles (gritar, cantar, hablar en voz alta…), así como reducir la intensidad del ejercicio físico.
La cartera que ahora dirige Carolina Darias concreta que “si la ventilación es natural se recomienda ventilación cruzada (apertura de puertas y/o ventanas opuestas o al menos lados diferentes de la sala)”, y “si la ventilación es forzada (mecánica), se ha de revisar la configuración del sistema para maximizar la cantidad del aire exterior y reducir la cantidad de aire recirculando”.
El problema, resalta Arocha, llega a la hora de la inspección. Aún predominan “la higiene general del medio, la desinfección de los espacios y de las superficies”. Mientras que la principal vía de transmisión, la aérea, se resuelve con un escueto “realizar una ventilación periódica del local, como mínimo de forma diaria y durante el tiempo necesario para permitir su renovación”, como así dicta en el cuestionario de inspección sanitaria de medidas preventivas frente al COVID-19 en establecimientos alimentarios del Servicio Canario de Salud (SCS).
“En el sector de la hostelería y la restauración, los inspectores vigilan en los pocos establecimientos que permanecen abiertos si se cumplen los protocolos establecidos y enfatizan mucho en si en el comedor han puesto los cubiertos embuchados o si en la piscina se limpian las hamacas, por poner un ejemplo”, explica Arocha. “Pero no se investiga si el establecimiento tiene capacidad de gestión de los espacios o si se garantiza la adecuada ventilación medida esta objetivamente de alguna forma, o si tiene algún sistema de control de asistentes en restaurantes para poder realizar un seguimiento de contactos si llegara a aparecer algún caso entre los clientes y los trabajadores y pudiera requerir la adopción de medidas de vigilancia y cuarentena. Es posible que falte formación y protocolización en estos aspectos”, remata.
Ahora ponemos contexto. La mayoría de locales de hostelería y restauración en Canarias no cuentan con un sistema de renovación de aire. Y esto es normal, porque cuestan mucho dinero y la crisis les limita para ejecutar grandes desembolsos. No obstante, si la actividad no se puede llevar a cabo en interiores, la única alternativa es dirigirla a la calle, donde el riesgo de infección se reduce drásticamente (que no riesgo cero).
Así lo hizo Nueva York, que lanzó el programa Open Restaurants para llevar a la vía pública los bares y restaurantes y sostener de alguna forma el sector. La apuesta fue “un éxito extraordinario”, como dijo el alcalde de la ciudad, Bill de Blasio, quien anunció la extensión permanente del proyecto. “Open Restaurants fue un experimento grande y audaz para respaldar una industria vital y renovar la imagen de nuestro espacio público. Al comenzar una recuperación a largo plazo, estamos orgullosos de extender y expandir este esfuerzo para mantener la ciudad de Nueva York como la más vibrante del mundo. Es hora de una nueva tradición”, remachó el demócrata.
¿Está Canarias apostando por esto? Sí y no. El Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria ha aprobado la ampliación de terrazas y la instalación exprés de las mismas debido al nivel 2 reforzado. Pero la medida no se asemeja a la implantada en la ciudad neoyorkina, donde se han habilitado 85 calles sin automóviles en determinados días y se han salvado 90.000 empleos. Mientras, en la ciudad grancanaria las terrazas exprés se han convertido en el último campo de batalla de los hosteleros, que exigen rapidez, y las normas burocráticas de la Corporación capitalina, una de las que más tasas fiscales ha eliminado en las Islas.