Los hijos y nietos de las Brigadas que verán cumplida la promesa de Negrín

Juan Negrín pronuncia un discurso en 1937 ante la Sociedad de Naciones.

Efe/ Cristina Magdaleno

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En octubre de 1938, en los coletazos finales de la batalla del Ebro, el entonces presidente del Gobierno de la República, Juan Negrín (Las Palmas de Gran Canaria, 1892-París, 1956), decidió retirar a las Brigadas Internacionales del campo de combate y les hizo una promesa. “El Gobierno español quisiera testimoniaros de una manera directa su agradecimiento. Vuestro espíritu y el de vuestros muertos nos acompaña (...). El Gobierno de la República reconocerá y reconoce a los internacionales, que tan bravamente han luchado con nosotros (...) el derecho a reclamar, una vez terminada la guerra, la ciudadanía española. ¡Con ello nos honraremos todos!”, dijo el grancanario.

Sin embargo, la República no tardaría en caer, unos cinco meses apenas, y tuvieron que pasar casi 60 años, hasta 1996, para que se abriese la primera puerta a que los alrededor de 600 brigadistas supervivientes en aquella fecha, en el mejor de los casos ya septuagenarios, solicitasen la nacionalidad española.

Pero había un requisito que resultó disuasivo: debían renunciar a su nacionalidad anterior, generalmente francesa, polaca, italiana, estadounidense o alemana, por lo que las solicitudes no superaron la decena. La ley de Memoria Histórica de 2007 eliminó ese obstáculo pero ya solo quedaban 15 brigadistas vivos. El último falleció en 2021.

EL SIMBOLISMO DE LA MEDIDA

La reciente aprobación de la ley de Memoria Democrática permite ahora que sean los descendientes de los brigadistas internacionales los que hagan cumplir la promesa de Negrín, sin tener tampoco que renunciar a su nacionalidad actual.

La Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales (AABI), que participó en la redacción de la nueva ley y empujó para recoger este aspecto, tiene conocimiento de al menos una veintena de familias, de orígenes diversos, como Cuba, Argentina, Canadá, Australia, Francia, Italia o Reino Unido, que estarían interesadas en acogerse a este derecho.

Todas ellas, según asegura a EFE su vicepresidente, Juan Julián Elola, lo harían por motivos sentimentales “y, teniendo en cuenta que muchos brigadistas murieron tanto en la Guerra Civil como en la Segunda Guerra Mundial sin dejar descendencia”, las solicitudes no sobrepasarían en ningún caso las 100, “como mucho”.

“Nos parecía de justicia retomar el eco de las palabras de la Pasionaria y Negrín, de acoger a los brigadistas cuando volviesen los vientos de libertad. A nivel cuantitativo serán pocas personas, no habrá ninguna avalancha, pero es algo simbólico”, incide Elola.

Carmen Negrín, nieta del presidente republicano, cree que este aspecto de la ley “llega tarde”, pero no niega el carácter simbólico de la medida, al igual que la apertura de un nuevo plazo para que soliciten la nacionalidad los descendientes de los represaliados españoles que se convirtieron en apátridas y refugiados, y que ya contemplaba la ley anterior.

“Se suele recordar mucho el discurso de La Pasionaria a las Brigadas y no tanto el de mi abuelo, pero en cualquier caso la ley es un gran progreso, cumple con esa promesa, es muy placentero y estoy muy contenta”, destaca a EFE la presidenta de honor de la Fundación Juan Negrín, que hace un llamamiento especialmente a los hijos de refugiados franceses a recuperar la nacionalidad despojada.

EL CASO DEL BRIGADISTA CORACH

Cuando estalló la Guerra Civil Española, el joven argentino Luis Corach (1914-1992) dijo a sus padres, descendientes de judíos rusos, que regresaba por un tiempo a Córdoba (Argentina), pero en realidad, tras reunir un poco de dinero, decidió irse por sus propios medios a luchar a España, concretamente a la XV Brigada, la Lincoln, donde ejerció como médico en el frente del Ebro hasta la retirada de las tropas internacionales.

Casi un siglo después, su hijo, Gustavo Corach, explica a EFE su intención de solicitar la nacionalidad española por un propósito “meramente sentimental” porque con 70 años, agrega, no está “para cambiar de aires”, aunque no descarta que pueda tener alguna utilidad para sus hijos en un futuro, especialmente para la más pequeña, que aún es estudiante.

“Esto le correspondía a mi padre. Hubiese estado él mucho más contento que yo, pero falleció hace 30 años”, apunta Corach, quien ha conseguido reunir multitud de documentos de la mano de la AABI que le han ayudado a reconstruir el paso de su padre por España, cuya frontera cruzó tras llegar en barco a Francia, y algunas anécdotas, como su carácter “indisciplinado”.

“Le degradaron de teniente médico a alférez... Me cuadra perfectamente porque no era una persona que se pudiese adaptar fácilmente a ser un militante de partido”, relata Gustavo Corach, que también ha visto documentos franquistas que tildan a su padre de “rojo”, así como otros del bando republicano en el que se subrayaba que “era muy querido” entre sus compañeros pero que “no era comunista”, ya que simpatizaba más con el socialismo.

Luis Corach, añade su hijo, probablemente no llegó a combatir ya que su labor era principalmente médica, pese a que llegó a España estando aún en el tercer curso, pero no se puede descartar que pudiera llegar a luchar en alguna escaramuza.

Cuando Juan Negrín decidió retirar las Brigadas, meses antes de fin de la Guerra y a las puertas de la Segunda Guerra Mundial, el destino de Luis Corach fue el de muchos brigadistas y también el de muchos españoles exiliados: los campos de internamiento franceses.

Allí, Luis Corach llegó a coincidir y curar de una afección al poeta de la Generación del 27 Manuel Altolaguirre, según contaba el propio Corach al diario de su universidad, en una entrevista que concedió tras lograr regresar a Argentina.

De la Guerra, concluye Gustavo Corach, su padre no hablaba demasiado ni daba muchos detalles, pero sí le enseñó canciones del Ejército Popular que, si quiere, podrá cantar próximamente paseando por España con un pasaporte español, el que le prometió Negrín a su padre, y a las decenas de miles de brigadistas. 

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