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Incapacitados para su profesión tras ‘quemarse’ en el trabajo: “Es el elefante en la habitación que no se quiere ver”

Personal sanitario.

Iván Suárez

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A sus 43 años, Marcos (nombre ficticio por petición del entrevistado) está incapacitado para ejercer la profesión para la que se formó y en la que llevaba trabajando desde hacía dos décadas, la de enfermero. Una reciente sentencia ya firme ha determinado que las patologías que sufre y por las que ha sido derivado a una unidad de salud mental están “íntimamente vinculadas al entorno laboral”. En los últimos diez años había acumulado más de una decena de bajas, la mayoría de larga duración. A juicio del perito que dictaminó que Marcos padecía el denominado síndrome del trabajador quemado o de desgaste profesional (burnout), su estado “tenderá a agravarse” si se mantiene en su empleo habitual, “siendo necesario para apreciar alguna mejora salir del mismo”. 

El enfermero comenzó a trabajar en el centro sociosanitario de El Sabinal, en la isla de Gran Canaria, en 2003. Guarda un buen recuerdo de los primeros años. “Era prácticamente mi primer trabajo, acababa de salir de la carrera y el ambiente laboral era buenísimo. Siempre he sido muy implicado, me considero un buen profesional”. Marcos sitúa el punto de inflexión en un cambio en el área de gestión, en la supervisión del centro. A partir de ese momento, comenzó a percibir “un trato cada vez más impersonal”, un ambiente “de crispación laboral” que acababa repercutiendo en la asistencia a los usuarios. Veía “una mayor agresividad” en el trato a los pacientes geriátricos. También sentía que la organización no tenía en cuenta a su personal, que no le daba “margen de decisión”. 

La pandemia fue el detonante. “El trabajo de por sí es bastante duro y conlleva una carga emocional muy fuerte, porque tienes que lidiar con el dolor, con la enfermedad, con la muerte. Y la pandemia fue un estresor brutal. Vi a pacientes morir solos porque no podían recibir visitas familiares”, relata. En esa época, las discrepancias y los encontronazos con sus superiores se acentuaron y la apertura de un expediente fue la gota que colmó el vaso. “Cogí la baja. No quería volver a ser enfermero. Sentía rechazo a trabajar en cualquier ambiente sanitario”. Marcos entró entonces en contacto con Fany Barreto, que en la actualidad ejerce como abogada, pero que antes fue matrona y obtuvo una sentencia pionera que le reconocía la incapacidad para ese trabajo por desgaste profesional. 

“A partir de ahí acudí a un psicólogo, después a un psiquiatra, me hicieron unas pruebas y detectaron varios problemas. En ese momento empezamos a valorar la posibilidad de pedir una incapacidad por trastorno mental”, explica. El Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS) se lo denegó, pero el Juzgado de lo Social 5 de la capital grancanaria dictó el pasado 3 de junio una sentencia (ya firme) que le reconoce la incapacidad permanente total para el ejercicio de su profesión habitual de enfermero. 

Ese juez firmó ese mismo día otra resolución que también concedía una incapacidad total a una trabajadora quemada. Ana (56 años) había ejercido más de 35 años como agente del aeropuerto de Gran Canaria y desde hacía una década había acumulado varias bajas por “cuadros de ansiedad o reacción aguda al estrés”. “Tenía que atender muchos frentes y había pocos medios”, contaba recientemente a esta redacción. Tanto Marcos como Ana estuvieron representados en esos procesos por Fany Barreto. 

Enfermedad profesional 

Desde enero de 2022, la Organización Mundial de la Salud (OMS) incluye el síndrome del trabajador quemado dentro de su clasificación de enfermedades profesionales. Según los datos facilitados recientemente por el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones al diario ABC, en 2023 se registraron cerca de 600.000 bajas laborales vinculadas con “trastornos mentales y de comportamiento” en España, el doble que hace siete años. “La propia Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) tienen estudios que prevén que en torno a 2030 más del 50% de las bajas laborales van a tener su origen en los riesgos psicosociales. Es decir, en la salud mental de los trabajadores y las trabajadoras”, explica Carmen Marrero, delegada de Salud Laboral del sindicato Comisiones Obreras (CCOO) en Canarias. 

Naira Delgado, doctora de Psicología Social por la Universidad de La Laguna (ULL), sostiene que esos riesgos siguen siendo “un elefante que está en la habitación, pero que no se quiere ver”. O dicho de otro modo, “el gran vacío en el ámbito de acción de las organizaciones”. “Muchas empresas entienden que evaluarlos las pone en evidencia y no es así. Tenemos que partir del hecho de que determinadas profesiones entrañan esos riesgos”, explica la experta, que alude al caso de trabajos de “alta demanda emocional” e interacción con personas “en situación de vulnerabilidad, de dificultad”, como el del personal sanitario.   

Delgado lamenta que no se aborden esos riesgos psicosociales en el ámbito laboral. “Como mucho, al profesional se le da una baja, pero el paso del tiempo no va a hacer que ese problema mejore. Hay que intervenir desde un punto de vista psicológico y también desde la organización, analizar qué es lo que está generando ese síndrome (de desgaste profesional) y replantearse las condiciones de trabajo que se pueden ajustar”, asevera. 

Para la experta, la comparativa es “muy clara”. “En el sector de la construcción no nos podemos imaginar a obreros que trabajan subidos a andamios sin cascos o arneses de seguridad, porque somos conscientes de que si se caen no va a haber nada que amortigüe el golpe. Si las características del trabajo pueden llevar a un desgaste emocional y ese síndrome de estar quemado, no podemos no dotarlos de herramientas y de recursos para afrontar con seguridad el trabajo, al menos con las garantías que podemos dar”. 

Carmen Marrero sitúa la raíz de los riesgos psicosociales en “una deficiente organización del trabajo”. “Cuando no hay una buena conciliación de la vida laboral con la personal, cuando los ritmos de trabajo no son los adecuados, cuando las órdenes no se dan de una manera amable o cuando te consideran sólo una máquina, cuando no valoran tu trabajo, se generan esas situaciones” que conducen hacia la concatenación de bajas laborales y, en último término y más grave, la declaración de una incapacidad permanente.

Marrero hace referencia a la Estrategia Europea de Seguridad y Salud, que ya recoge la necesidad de abordar “de manera clara y directa” todos los riesgos psicosociales, porque “van en aumento a un ritmo exponencial y cada vez en más sectores”.  Y sostiene que este proceso debe ser participativo, que tiene que contar con los representantes de los trabajadores. “Hay que conseguir romper esa barrera, que las empresas entiendan que el beneficio es mutuo, que ganan cuando la persona trabaja en mejores condiciones, cuando hay un reconocimiento a su labor. Hay empresas que lo empiezan a entender y evalúan los riesgos psicosociales, pero no se puede decir que esté generalizado. Los casos donde se ha hecho y se ha hecho bien, los resultados son óptimos para empresa y trabajador”. 

Agotamiento y despersonalización

Naira Delgado explica que el síndrome del trabajador quemado es progresivo, que hay una “escalada” dentro del cuadro. Comienza con una “dificultad importante” para gestionar situaciones de estrés y de alta demanda emocional que se prolongan en el tiempo. Uno de sus componentes es la fatiga mental. Otro, la despersonalización, “el trato a los demás de manera brusca, hostil”, fruto de “ese agotamiento emocional, de no poder gestionarlo de otra manera, y de la baja realización personal, del sentimiento de que tu trabajo no sirve para nada, de que por mucho que hagas no tiene sentido, de que no se consigue nada”. 

El síndrome puede cursar “con muchísima sintomatología limitante”, señalan las expertas. “Empiezan con trastornos que muchas veces no se vinculan con el trabajo, como problemas de sueño, problemas digestivos, taquicardias…”, apunta Marrero. Luego puede haber “irritabilidad, ansiedad, depresión, problemas de concentración, conflictividad dentro del equipo, sentimientos de culpabilidad”, agrega Delgado.  

“Empieza a haber una distancia mental con respecto al trabajo y hay una sensación de ineficacia, de falta de realización, afecta a tu proyección personal y profesional”, sostiene Carmen Marrero. “Cada vez son más las exigencias que tiene la persona trabajadora, aumentan las cargas, los ritmos, los objetivos. Tras la pandemia, en muchísimos centros las plantillas son menores y las cargas mayores para que salga el trabajo”, afirma. 

Las expertas coinciden en que este síndrome se da con mayor frecuencia en sectores de alta cualificación profesional y servicios asistenciales. “Para algunas empresas, tiene un coste económico brutal, porque los cuadros de bajas se prolongan en el tiempo. A veces no es fácil reemplazar determinados perfiles. Además, genera una disfunción en un equipo de trabajo, porque hay que cubrir esas bajas con los recursos que se tienen, lo que a su vez genera que pueda haber más sobrecarga y más riesgo de tener burnout en un futuro”, explica Naira Delgado. “Cualquier organización que se dedique a este sector, a profesiones de ayuda, tiene que tener en cuenta que esto va a pasar y que el hecho de que haya casos de trabajadores quemados en su organización no habla mal de ellas, sino que nos da indicaciones de que tenemos que hacer cosas y mejorar”, agrega la psicóloga social. 

“Nos cuesta mucho entender todavía que problemas de índole psicosocial y cuya sintomatología fundamentalmente es psicológica sean reales. Si vemos la lesión, la pierna o la clavícula rota, no hay duda. Pero cuando son problemas psicológicos, y la mayoría de los riesgos a los que se enfrentan determinadas profesiones son psicosociales, los minimizamos porque no tienen características observables a primera vista”, lamenta. 

Delgado explica que muchas personas trabajadoras “no tienen conciencia del problema, no identifican lo que les está pasando”, por lo que esa dificultad para gestionar el estrés “se suele cronificar” con el paso del tiempo “sin que nadie intervenga”. “A veces hay que reorganizar tareas o funciones o determinadas actividades dentro del trabajo, tener más acompañamiento, más apoyo social también dentro del trabajo para poder hablar de lo que está ocurriendo, de cómo se sienten con algunas situaciones emocionalmente muy fuertes”, concluye la experta, que insiste en que es imprescindible evaluar los riesgos psicosociales. “Mirar para otro lado sólo va a hacer que se intensifique el problema”, zanja. 

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