En 2019, un astronauta pilotará un robot a 400 kilómetros de distancia de la Tierra. La máquina estará sobre la áspera superficie de Timanfaya, uno de los lugares del planeta que más se parece a la Luna. Lanzarote forma ya parte imprescindible de la investigación espacial y la formación geológica de astronautas.
La naturaleza de Lanzarote, moldeada por cuatro momentos de actividad volcánica que empezaron hace más de 14 millones de años y concluyeron, de momento, en 1824, convierte esta Isla en un simulador excepcional: algunas de sus rocas de basalto son igual de cortantes que las que se encontrarán los astronautas en la Luna, sus cráteres y sus tubos de lava -que han sido mapeados por la Agencia Espacial Europea- son singularmente similares a los que se han encontrado en nuestro satélite y en Marte. Tanto, que algunos científicos dicen que sería muy útil tener una base lunar o marciana estable en la Isla.
Un clima seco, procesos sedimentarios suaves, escasa vegetación y unos minerales procedentes del mismísimo manto terrestre, que afloraron en las erupciones y permanecen intactos desde entonces: es muy difícil encontrar un espacio natural más adecuado para entrenar los futuros paseos por Marte y por la Luna.
En 2019, un rover ubicado en Timanfaya será pilotado por un astronauta desde la Estación Espacial Internacional, el único asentamiento orbital que la humanidad tiene en el espacio desde hace veinte años. Será un entrenamiento fundamental para cuando haya que conducir uno en la Luna.
Pangaea-X es el tercer curso que realiza la Agencia Espacial Europea en Lanzarote. Este año ha combinado la formación geológica y la exploración espacial con tecnologías avanzadas. El objetivo es preparar a científicos de tierra y a los astronautas para trabajar de manera coordinada y eficiente en territorio extraterrestre.
La base lunar montada en la localidad de Tinguatón termina de convertir el paisaje lanzaroteño en un sitio que no es de este planeta. El ingeniero de materiales y astronauta Matthias Maurer explora los alrededores para recoger muestras de roca con el asesoramiento de un grupo de científicos que, encerrados en una furgoneta, simulan ser el centro de control en Tierra de la misión. Lo son, a todos los efectos, porque también simulan el retardo en las comunicaciones. Prueban por primera vez una libreta de campo electrónica, fabricada por la Agencia Espacial Europea, que permite mandar fotos de rocas, geolocalizarlas a tiempo real y que el astronauta chatee sobre lo que está viendo.
“Se ha conducido el rover utilizando la misma ruta de comunicación que se necesita usar con el Centro Europeo de Astronautas, desde donde hay comunicación con la Estación Espacial Internacional, y se han comprobado las rutas que debe seguir para que sea posible conducirlo. Se ha analizado la capacidad del brazo robótico para recoger muestras. Se han comprobado la interacción que hay entre científicos y astronautas durante las operaciones”, explica Loredana Bessone, responsable de Pangaea-X.
El laboratorio canadiense MIST anunciaba en Twitter que había volado por primera vez un enjambre de seis drones usando algoritmos para un sistema multirobot. Han pasado 46 años desde la última misión Apolo a la Luna y desde entonces la tecnología se ha desarrollado “de modo exponencial”. Un reloj de 2018 tiene procesadores más potentes que los que controlaban las misiones espaciales en los años 70 del siglo pasado, “pero hay un aspecto al que no se le da importancia: los que desarrollaron las misiones Apolo tenían un control absoluto sobre el entrenamiento, los tests y las operaciones”, señala Bessone. Hoy en día, cada miembro del equipo tiene un conocimiento muy específico así que “coordinar todos los elementos va a ser mucho más complicado”.
Aunque el objetivo de Pangaea no es entrenar las relaciones humanas, sí que ayuda al equipo a trabajar juntos en condiciones complicadas. “Se aprende que para la seguridad y la eficacia de las actividades, todo el mundo tiene que hacer su parte del trabajo de forma anticipada y coordinada. Con que falte una silla, una radio o un vídeo, se puede retrasar toda la operación. También aprendemos que hay cosas incontrolables, como el tiempo, y que hay que estar preparados para ser flexibles y replantearlo todo. Siempre hay que tener el equipaje preparado para una emergencia”.
La Agencia Espacial Europea está trabajando con las agencias espaciales de Canadá y Japón para preparar la misión Heracles a la Luna en 2020. Un robot explorará el terreno para preparar la llegada de astronautas y enviará muestras de rocas lunares. ¿Por qué volver a la Luna? Los exploradores reformularían la pregunta: “¿Cómo no volver a la Luna?”. Matthias Maurer lo resumía en Lanzarote con una sola frase: “Para conocer mejor la Tierra”. La Luna tiene la misma edad que nuestro planeta, unos 4.500 millones de años, y su geología es fundamental para estudiar el pasado de nuestro planeta.
Más lejos queda todavía Marte, a 500 días de viaje. Los astronautas no podrán llevar mucho equipaje a bordo así que tendrán que aprender a extraer agua, hidrógeno para el combustible y materiales para construir un pequeño hogar en el planeta rojo. Todo esto se tendrá que ensayar previamente en la Luna y en Lanzarote.
Jesús Martínez Frías, experto en geología planetaria y astrobiología, lleva 25 años trabajando en Canarias y espera ver la llegada del ser humano a territorio marciano en torno al año 2035. “Lanzarote es una perla para la investigación, la prueba de tecnologías y la instrucción de astronautas”, dice el científico del Instituto de Geociencias. La impresión inicial del viajero coincide en este caso con el análisis geológico: “Parece Marte”. Tanto los materiales como los procesos geológicos son extraordinariamente parecidos. Los ciudadanos de la Isla pueden comprobarlo en las “geolorrutas planetarias” que organiza Geoparque Lanzarote y enseñan a mirar el paisaje con ojos de geólogo y explorador espacial.