La marea de plásticos que contamina los océanos se cuela en la sal de mesa
Los sociedades científicas y grupos ecologistas de todo el mundo llevan tiempo advirtiendo sobre las miles de toneladas de plástico que se arrojan a diario al mar, con consecuencias como las que acaba de observar un estudio español: la sal de mesa marina contiene ya microplásticos.
La contaminación por plásticos es relativamente reciente en el planeta (la mayoría de estos compuestos comenzó a fabricarse en el último siglo), pero se calcula que cada año llegan al mar entre 4,8 y 12,7 millones de toneladas (Science, 2015), lo que convierte a los océanos en el mayor vertedero de este tipo de basura.
Ballenas y tortugas marinas que enferman y mueren al ingerir plásticos que pensaban que eran medusas y obstruyen sus conductos digestivos, aves marinas que se quedan atrapadas en ellos, peces que retienen ese tipo de compuestos en su estómago, playas donde la arena se mezcla con miles de microfragmentos... Son algunos de los efectos de la “marea de plástico” que afecta a todos los océanos.
Tres investigadores del Departamento de Ingeniería Química de la Universidad de Alicante describen en el último número de la revista Scientific reports, del grupo Nature, otro efecto menos conocido: los plásticos se han colado ya en la sal que producen las salinas marinas y que llega a la mesa de los consumidores.
Los autores de este trabajo analizaron entre septiembre de 2016 y junio de este año sales producidas por salinas de emplazamientos representativos de todas las costas españolas: Galicia, Huelva y Cádiz, en el Atlántico; Barcelona, Gerona, Valencia, Murcia y Menorca en el Mediterráneo; y La Palma y Lanzarote, en Canarias.
Y su conclusión es clara: todas ellas contienen plástico en diferentes concentraciones, que van de 60 a 280 micropartículas por kilo de sal, en su mayoría tereftalato de polietileno (PET, el 83,3 % del total), polipropileno (PP, el 6,7 %) y polietileno (PE, el 3,3 %).
Los análisis, remarca el estudio, se hicieron por triplicado, para evitar errores, y en algunos casos antes y después del empaquetado, para descartar que ese proceso añadiera el plástico.
La conclusión de este trabajo no es del todo nueva, ya que dos centros científicos de Shangai habían detectado lo mismo en 2015 en las sales marinas de China (incluso en concentraciones mayores), pero sus responsable creen que va a servir para despejar dudas.
El equipo de la Universidad de Alicante analiza en su trabajo otro estudio similar publicado también en Scientific reports esta misma primavera por universidades de Malasia, que sostenía justo lo contrario: que la presencia de microsplásticos en la sal marina en muestras tomadas en varios países era pequeña, casi testimonial.
El problema de ese estudio estriba, explican, en que sus responsables utilizaron filtros que solo les permitían retener partículas de tamaño mayor a 150 micras, lo que redujo sensiblemente su recuento de fragmentos, que pueden llegar a tener un tamaño mucho menor (en las sales españolas, aparecieron hasta de 30 micras).
Las salinas costeras emplean un técnica casi milenaria para conseguir su producto: toman agua de mar, la embalsan en espacios poco profundos y dejan que el sol y el viento hagan el trabajo restante, evaporando el agua y permitiendo que la sal cristalice.
El trabajo liderado en Alicante por María Íñiguez, Juan Conesa y Andrés Fullana defiende que las micropartículas que se quedan atrapadas en los cristales de sal reflejan una “contaminación de fondo” por este tipo de compuestos del que no escapa ningún océano.
¿Cuánto plástico puede ingerir una persona por esa vía? Este trabajo sugiere que, si se respeta la ingesta máxima de sal que recomienda la OMS (5 gramos diarios, como mucho), el consumidor español come cada año una cantidad teórica de 510 micropartículas.
Esa cantidad no es alta, añaden, puesto que en otros alimentos marinos se han detectado concentraciones mucho mayores (un solo mejillón, apuntan, puede tener hasta 178 microfibras de plástico).
Sin embargo, llaman la atención sobre este problema, porque los plásticos tardan siglos, incluso milenios, en degradarse de forma natural y pueden absorber otro tipo de contaminantes existentes en el medio ambiente y transferirlos a la cadena alimenticia.