Las mujeres que sostienen el sistema en Canarias: historias detrás de sectores invisibilizados y esenciales

Las mujeres siguen ocupando los puestos de trabajo relacionados con el cuidado y con la limpieza. Se trata de sectores que históricamente han estado invisibilizados y menos valorados por la sociedad. Loreta, Milagros, Soraya, María o Sonia son trabajadoras en distintas de estas profesiones tradicionalmente feminizadas y que han demostrado en esta pandemia que eran imprescindibles en nuestra sociedad. Si ellas paran, se para el mundo. Desde distintos puestos en Canarias todas han vivido un año duro de pandemia en el que el miedo al contagio, la inestabilidad laboral para algunas o la crisis económica han generado incertidumbre. Son conscientes de que a la jornada laboral se le suman las de los cuidados, que hay que seguir visibilizando este 8 de marzo. 

Sus perfiles son muy diferentes. Desde Loreta, que llegó desde Paraguay hace 17 años y ha criado a sus hijos sola trabajando como empleada de hogar (con condiciones más duras) hasta Sonia, trabajadora de un supermercado de Tenerife, un sector que ha contabilizado ganancias en esta pandemia, pero que no en todos los establecimientos esto ha revertido en mejoras para la plantilla. También es la historia de Milagros, que lleva toda la vida trabajando en la limpieza de un centro de salud y que adora su trabajo: “En el pueblo todos me conocen”. Y la de Soraya, limpiadora en un hospital y que al principio de la pandemia volvía a casa cada día con miedo de contagiar a su padre. El sector primario es otra pieza clave en este sistema y las empaquetadoras cuya lucha ha sido siempre un referente en Canarias. María Álvarez habla de la incertidumbre sobre qué ocurrirá en los próximos meses, no solo por la pandemia sino por otros factores como el Brexit, que han mermado las exportaciones del tomate.

Soraya, limpiadora de un hospital: “Somos las grandes olvidadas”

Soraya trabaja en el área de limpieza de un hospital de Gran Canaria desde hace 28 años. Primero empezó en la Clínica del Pino y después pasó al más reciente Hospital Doctor Negrín, el más grande de la isla. “Al principio de la pandemia estaba muy preocupada por si llevaba el virus a casa”, afirma. Entonces, su padre vivía con ella y al tratarse de una persona mayor le resultaba muy duro explicarle que no se podía acercar a él o que ni siquiera podía ni darle un beso, algo que le afectaba psicológicamente. Los primeros meses afirma que fueron de mucha incertidumbre y confusión. “No sabíamos cómo actuar”. Lo que sí tuvo claro es que su trabajo es uno de los más imprescindibles y que la pandemia lo ha demostrado más aún si cabe. “En un quirófano no se puede operar si no está limpio o un paciente no puede entrar en una habitación si no está limpia”, recuerda.  La trabajadora de limpieza ha echado de menos que no se visibilice su trabajo y el de sus compañeras (el sector de limpieza sigue siendo una profesión feminizada) en esta pandemia. “Somos las grandes olvidadas”, lamenta. Defiende que el sistema se compone de múltiples eslabones y ellas representan uno más, pues “todos dependemos de todos, pero la limpieza lo abarca todo”. 

Sobre si su trabajo ha cambiado con la COVID-19, asegura que ahora hay que limpiar y desinfectar mucho más. “Nuestro trabajo debemos hacerlo ahora de manera mucho más minuciosa”, apunta. Soraya asegura que tiene sus estudios pero que le gusta mucho su trabajo, aunque en ocasiones le desmotiva el hecho de que no se valore lo suficiente por la sociedad. “Cuando se aplaudía a los sanitarios, que han hecho una gran labor, también nos preguntábamos: ¿Y nosotras?”  Otro de los aspectos en los que cree que las mujeres del sector de la limpieza han sido fundamentales es en el hecho de que supusieron la única compañía para los enfermos mientras no se podían recibir visitas en los hospitales para evitar la propagación del virus. “Hay pacientes que nos decían que estaban deseando que llegáramos porque no podían ver a nadie”, remarca. Por ello, insiste en que este empleo tiene un lado humano, de empatizar con las personas y “en parte hemos contribuido”, ya que el hecho de no poder recibir visitas y ver situaciones tan duras sostiene que también afectó a los pacientes como a las trabajadoras. 

Soraya explica que aunque no se ha producido un brote de coronavirus entre su sector en el hospital en el que trabaja, sí que ella y sus compañeras han sentido miedo en ocasiones, ya que entran en contacto con el baño, con todo lo que haya podido tocar una persona con coronavirus, con las sillas... Está previsto que la trabajadora reciba precisamente este 8 de marzo la segunda dosis de la vacuna contra la COVID-19. También señala que debido a algunos problemas de salud le han tenido que adaptar el puesto de trabajo al ser considerada de mayor riesgo a la exposición del virus. Desde hace un tiempo no está en contacto directo con pacientes sino en la zona de almacén. Lo que espera es que pronto acabe esta pandemia y que su sector tenga un mayor reconocimiento social. 

Milagros, toda una vida en primera línea en Agaete

Lleva 25 años trabajando en la limpieza y el mantenimiento del centro de salud de Agaete, pero también se ocupa del consultorio del Valle. “Estoy para todo”, dice orgullosa Milagros, nacida y criada en este pueblo del norte de Gran Canaria. “Yo elegí este trabajo, me gusta”, aclara. Todo el municipio la conoce y cuenta que suele ayudar con las dudas que tengan los pacientes sobre el protocolo del centro o sobre a dónde tiene que acudir. También es el “callejero” del pueblo porque la gente se acerca a preguntarle por zonas del municipio. Para sus compañeras y compañeros también es fundamenta,l ya que después de tantos años se conoce muy bien dónde está todo. Pero tiene un lema. “Soy la señora de limpieza, no la chacha de nadie”, dice entre risas, aunque la realidad es que siempre está dispuesta a ayudar a los demás. Milagros insiste en que acude cada día muy contenta a trabajar, asegura que es muy activa y que el día que se jubile, para lo que le quedan aún unos años, pues tiene 60, seguirá buscando qué hacer para mantenerse activa. “Me siento muy joven”, apunta. Lo que más destaca del trabajo es el lado humano. “Si viene una persona mayor sola o alguien en silla de ruedas, la acompaño a subir en el ascensor o en lo que necesite”. 

La trabajadora nunca pensó que tendría que vivir una situación de pandemia. Los primeros meses asegura que fueron más duros porque todo era nuevo y desconocido. Su mayor inquietud era contagiar a su marido, ya jubilado, o a su hija menor, de 22 años, que vive con ella. “Más que miedo era respeto”, señala, aunque poco a poco se ha ido acostumbrando a las medidas y ahora ya se encuentra inmunizada. “Fui la primera en vacunarme en el pueblo”, celebra. No obstante, pese a que este municipio norteño no ha sido uno de los más afectados de Canarias por el virus, recalca que hay que mantener las medidas de previsión con el lavado de manos, la distancia de seguridad y la mascarilla. 

Loreta y su lucha por un empleo estable

Loreta trabaja cinco horas al día como empleada de hogar y en el sector de los cuidados. Explica que ambos empleos están muy relacionados, ya que cuando se trabaja con una familia no solo se atienden las actividades diarias de mantenimiento de una vivienda como la limpieza o cocinar, sino que se combina con el cuidado de menores o de una persona mayor o dependiente. Su historia ha estado marcada por trabajos temporales como empleada de hogar, al principio sin contrato cuando no tenía su situación regularizada, pero después asegura que siempre ha puesto la condición de tener su seguro en regla para aceptar un empleo. Es de Paraguay, lleva 17 años en España y trabajó muy duro para traerse a sus tres hijos a este país. Desde el pasado año cuenta además con la nacionalidad. “Desde que obtuve los papeles siempre trabajo con contrato, pero las empleadas de hogar aún no tenemos derecho a paro como cualquier otro trabajador”, lamenta. 

El de empleada de hogar además es un trabajo inestable y por el que hay que seguir reclamando mejoras. A Loreta le gustaría que en las Islas se constituyera una asociación como la de Madrid en las que se luche por los derechos y las mujeres que peor lo están pasando puedan denunciar. “Las que hablamos solemos ser las que estamos en mejor situación”, insiste. Es muy consciente de que hay compañeras que han tenido que trabajar como internas y durante el confinamiento no pudieron salir de las casas de las familias.  A la inestabilidad se le suma el hecho de encadenar unos trabajos con otros para poder tener un sueldo con el que llegar a fin de mes. Antes del confinamiento limpiaba una escalera por unas horas y después de decretarse el estado de alarma no pudo salir a la calle en busca de un trabajo que complementase este. El subsidio para las mujeres que trabajan en su sector no es una medida a la que se pudiera acoger, ya que contaba con el salario por esas horas trabajadas y el Ingreso Mínimo Vital también le fue denegado. “Fue muy duro porque tengo dos hijos estudiando y una hija a la que quería ayudar porque se había quedado sin empleo”. 

“El trabajo de empleada de hogar, además, es uno de los más precarios y peor valorados por la sociedad”, sostiene. No obstante, añade que desde septiembre siente que su suerte ha cambiado a mejor. Encontró trabajo a través de una empresa de cuidado de mayores a domicilio. “Fuimos cuatro a la entrevista y me escogieron a mí”, afirma con cierta pena también por todas las mujeres que no han tenido esta oportunidad y que siguen buscando un empleo. El trabajo es cerca de su casa, en Las Palmas de Gran Canaria, y le permite no gastar mucho en transporte y contar con más tiempo. Explica que con la mujer a la que cuida, de 70 años, se encuentra muy a gusto y que espera que este trabajo le dure mucho tiempo. Insiste en que siempre está interesada en aprender y en seguir formándose y que a través de esta empresa va a realizar un curso. “Desde que voy a su casa ha recuperado la movilidad”, asegura orgullosa. En su país era auxiliar de enfermería y trabajó durante muchos años en un hospital, pero perdió el documento que lo certificaba y nunca ha podido convalidar aquí su titulación. Señala que le gusta mucho su trabajo, ayudar a personas a que no se sientan solas, acompañarlas y que mejoren su movilidad. También explica que esta pandemia le ha afectado psicológicamente y que llegó a tener miedo durante el confinamiento por la situación económica. Agradece también la labor de Cáritas en apoyo de alimentos y psicológico para las mujeres en situación más precaria. 

Sonia lucha en esta pandemia desde la caja de un supermercado

Las trabajadoras de supermercados trabajan en algunos establecimientos por sueldos mileuristas aunque lleguen a ser jefas de sección. Sonia es auxiliar de caja, un puesto que sigue siendo ocupado en su mayoría por mujeres. Es empleada de un Dinosol de Tenerife y delegada sindical de CCOO. Recuerda que son trabajadoras que han estado en primera línea, al principio de la pandemia incluso sin equipos de protección y haciendo mucha pedagogía con los clientes para que respetaran el aforo y la distancia social. “La verdad es que en principio fue un horror, nos cogió a todos desprevenidos, no teníamos nociones de nada”, afirma. Las ventas en estos establecimientos se han multiplicado desde marzo del año pasado, pero en su caso y en el de sus compañeras y compañeros afirma que, aunque no le han cambiado las condiciones, tampoco ha recibido una gratificación. 

Sonia señala que trabajar en un supermercado ha sido menospreciado muchas veces por la ciudadanía, pero ahora se ha demostrado que es un trabajo esencial. No obstante, siente que sigue sin haber un reconocimiento por la labor de todo el colectivo en los supermercados. Lamenta además que no se haya priorizado a estos empleados y empleadas en ninguno de los grupos de vacunación, ya que es el colectivo que ha estado sometido a presión y a mayor exposición este último año. Así mismo, subraya la carga psicológica que ha supuesto, en especial para las trabajadoras que tenían niños con problemas de salud en casa o personas mayores. “Ante ese riesgo de que podía llevar el virus, al principio terminaba llorando”. 

La cajera hace mención especial a la doble jornada que realizan las mujeres que tienen que conciliar la jornada en el supermercado con el cuidado de los hijos, la carga mental, sentarse a hacer las tareas con los niños… “Conciliar es difícil y cuando en la pandemia se doblaron turnos incluso, era un agotamiento físico”, añade. La trabajadora sigue luchando por la mejora de las condiciones de su colectivo y se concentra cada quince días para reivindicar un nuevo convenio para el sector de alimentación. Además, apunta que en su empresa las personas no quieren asumir puestos de responsabilidad, ya que se aumenta la carga de trabajo pero no las condiciones ni el sueldo. 

María vive la crisis del tomate en Canarias

Las empaquetadoras de tomate son clave en la historia de Canarias. Han sido referente de lucha por la igualdad y por la mejora de las condiciones laborales. El sector del tomate sigue siendo feminizado y asume aún condiciones duras, puesto que no hay trabajo para todo el año. Se trabaja por campañas, que a veces no llegan a los seis meses de duración, por lo que algunas mujeres no contabilizan el tiempo suficiente para poder cobrar el paro. María, que trabaja como empaquetadora en uno de los almacenes del sureste de Gran Canaria, cuenta que este año está siendo de mayor incertidumbre porque no se está exportando tanto tomate. No solo la pandemia, al no poder vender a los hoteles, ha frenado el consumo sino también el Brexit, ya que Reino Unido era uno de los mercados principales. 

María afirma que ahora no se trabaja todos los días, sino cuando a la empresa le hace falta y esto merma también los ingresos. Se han cerrado almacenes y las han reubicado en otros y la única suerte es que por el momento no se han producido despidos. Lamenta que este trabajo “llegará a desaparecer” y aunque lleva 42 años trabajando en el sector solo tiene 59, ya que empezó desde muy joven a trabajar en el sector primario. Una de las cuestiones que más le apena es que se esté “tirando tanto tomate”. Por ello, insiste en que “se está plantando mucho menos”.

No solo en el sureste se da el cultivo del tomate. En Gran Canaria, otro de los enclaves de este fruto es La Aldea, que en los últimos meses se ha enfrentado a las consecuencias de un  hongo que ha arruinado al 30% del cultivo. Con la merma del sector se teme que se pierda a todo un símbolo de las Islas que es el cultivo del tomate y el papel que han representado en su historia las mujeres, que además de acudir a los almacenes a empaquetar se han hecho cargo de las familias.

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