La primavera echa a andar el reloj de los aborígenes grancanarios
La llegada de la primavera ha puesto a andar el reloj de los aborígenes grancanarios, una sociedad del Neolítico capaz de marcar el tiempo sobre piedras y cuevas y controlar el calendario agrícola, en un desarrollo astronómico que aspira a Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
Las crónicas de la conquista detienen el relato sobre la forma de vida de los antiguos canarios para subrayar el papel que el Sol, al que llamaban Magec, junto a otras deidades como las estrellas o la Luna, desempeñaron en unos rituales que servían para honrar a antepasados o pedir la fertilidad de las tierras.
Una sociedad aislada, que ni siquiera utilizó el metal, fue capaz de tejer una cultura arqueoastronómica en torno a una serie de manifestaciones conocidas como “sitios estelares” repartidos entre el santuario de Risco Chapín, la Sierra de Bentayga, la Mesa de Acusa y el Almogarén de Risco Caído, todas ellas en la Caldera de Tejeda, en el corazón de Gran Canaria.
Las cuatro forman parte de la propuesta que sobre el paisaje cultural de Risco Caído y las montañas sagradas de Gran Canaria pretenden convertir a estos lugares y al mundo mágico religioso creado en torno a ellos en Patrimonio de la Humanidad, en mayo de 2019.
El arqueólogo y director científico del proyecto, Julio Cuenca, lleva años tratando de descubrir los mensajes que los aborígenes fueron dejando en las paredes de un puñado de cuevas artificiales en las que fueron capaces de “meter los eventos astronómicos en su interior y hacerlos combinar con grabados rupestres o cubrir las cazoletas”.
Las sombras y rayos de sol, que aún se siguen colando por los orificios de las cuevas o reflejándose sobre piedras y túmulos al aire libre, servían de almanaque para anunciar a los aborígenes la llegada de la primavera o el comienzo del día más largo del año.
Culturas más desarrolladas como los mayas y los aztecas dominaron el calendario astronómico pero, tal y como explica a Efe Julio Cuenca, “no de una manera tan original y precisa como lo hicieron los habitantes de la isla de Gran Canaria”.
Algunos de estos caprichos de la naturaleza, combinados con la maestría de los aborígenes, salen al paso en un día de pateo por la Caldera de Tejeda a través de lugares como el Santuario de Risco Chapín, formado por cuevas artificiales como la de Caballero, Cagarrutal y Candiles, esta última con el mayor número de representaciones púbicas femeninas de todo el mundo.
Hasta las Cuevas del Rey y el almogarén de Roque Bentayga, una fortaleza impenetrable hasta que los castellanos consiguieron burlar sus muros a finales del siglo XV, también se cuelan los rayos de sol que, proyectados sobre una cazoleta excavada en la piedra, anuncian los equinoccios.
Pero tal vez sea Risco Caído, en Artenara, el que podría etiquetarse como la Capilla Sixtina de la Gran Canaria anterior a la llegada de las tropas españolas.
Allí, una veintena de cuevas, utilizadas como pajar por los pastores del lugar hasta 1996, atesoran una riqueza arqueológica que encuentra su plenitud en la cueva número 6.
En ella la luz solar se cuela por la claraboya de la cúpula y va plasmando un relato durante unas dos horas al día desde marzo, coincidiendo con la primavera, hasta septiembre para luego abrir paso a la luna llena desde el equinoccio de otoño al de primavera.
Sin embargo, el espectáculo más esperado desde la antigüedad comienza a las 8 de la mañana del día más largo del año, el 21 de junio, y dura hasta las diez, dos horas en las que la luz solar se va proyectando sobre los 30 grabados en forma de pubis femenino que decoran sus paredes.
Cuenca, que ha estudiado estas cuevas desde los años noventa del siglo pasado, insiste en la originalidad del relato mitológico, vinculado a la fecundidad, que se plasma sobre sus paredes.
El investigador explica cómo “la imagen fálica de esta cueva es única” y en ella, según avanzan los meses, se ve cómo “el sol va cubriendo los triángulos y va cambiando hasta dibujar una mujer de lado, embarazada con una especie de manto hasta el suelo, parecida a las mencionadas en las crónicas para referirse a las antiguas sacerdotisas, las harimaguadas, y culmina en la representación de una semilla”.
Toda esta cultura milenaria espera conquistar a los miembros del comité de expertos de la Unesco que en noviembre visitarán la isla como candidatura propuesta por España, y quienes más tarde decidirán si estas áreas ceremoniales son merecedoras de formar parte del listado de espacios Patrimonio de la Humanidad.
De momento, desde el Cabildo grancanario continúan haciendo los deberes y trazando proyectos con los que poner en valor estos lugares sacros.
Para ello, trabajan en un plan territorial parcial del paisaje cultural y la creación de parques arqueológicos asociados a centros de interpretación.
Sin embargo, el proyecto más ambicioso será la creación de un gran centro de interpretación -aún por definir si se instalará en suelo de Tejeda o Artenara- que sirva de lanzadera para impulsar la investigación del mundo troglodita y punto de recepción de los miles de visitantes que cada año se sienten atraídos por el pasado aborigen.
Al margen de las alrededor de 17.700 hectáreas que esperan quedar bajo la protección de la Unesco, la isla atesora marcadores estacionales al aire libre como el túmulo de La Guancha, las estructuras del Llano de Gamona, en Mogán y el túmulo del rey, en la necrópolis prehispánica de Arteara.
Allí descansan los aborígenes que habitaron el barranco de Fataga desde al menos el siglo VIII hasta el siglo XV.
En uno de esos montículos, el conocido como “túmulo del rey”, cada 20 de marzo, desde hace al menos 700 años, el sol refleja sus rayos para indicar el inicio de la primavera.