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Sobre este blog

Costumbre de ser

Imagino una ciudad gris en la que los muros de cada calle son espejos. Avenidas reconstruidas a base de rostros marcados por el desconsuelo de no saber quiénes son. Veo plazas grabadas con historias de los habitantes que no se soportaron a sí mismos y tuvieron que dejar su nombre en cada banco; la promesa, que solo así recordarían otro tiempo y otra luz.

Imagino una ciudad gris en la que los muros de cada calle hablan de todos los que un día decidieron acomodarse por el miedo a tropezar con la desilusión. Observo las carreteras vacías y pienso en cómo sería mantener eternamente una vida acostumbrada. Existir con el peso de los años y aún así ser incapaz de caer y demostrar que solo la libertad permite la equivocación.

A menudo fantaseo con el día en que rompo los espejos de todas las ciudades del mundo y con los restos fabrico una nueva metrópoli. Una capital que se erige en el fracaso y se levanta a base del indulto de todos los pecados. Después me doy cuenta de que ya no me queda nada por hacer, de que he agotado hasta la última oportunidad de rectificación de un plan que no me pertenece. Entonces entiendo que el destino no me persigue y que ni siquiera mis palabras pueden convencer a quien trabaja cada día en favor del olvido.

He terminado por pensar que con mis sobras, solo con las mías, construiré un efugio portátil para vivir en cada calle, en cada plaza y en cada avenida de todas las ciudades que tengan un espejo a su entrada como símbolo de que nada saldrá bien. Edificaré una habitación para la ausencia y la convertiré en mi compañera hasta que un día alguien me asegure con asombro que ya no tiene miedo.

Ahora imagino una ciudad sin muros en la que cada uno tarda su propia vida en comprender que ni la omisión ni el descuido pueden convertirse en ingratitud. Pienso en un país que recuerda sus mayores decepciones y pone placas en su nombre para que nadie sienta que la frustración no forma parte de esa comunidad. A día de hoy, le rezo a un dios en el que no creo para que traiga al mundo la fuerza suficiente para deslizar la pena y dejar de arrastrar el rencor.

Imagino una ciudad gris en la que los muros de cada calle son espejos. Avenidas reconstruidas a base de rostros marcados por el desconsuelo de no saber quiénes son. Veo plazas grabadas con historias de los habitantes que no se soportaron a sí mismos y tuvieron que dejar su nombre en cada banco; la promesa, que solo así recordarían otro tiempo y otra luz.

Imagino una ciudad gris en la que los muros de cada calle hablan de todos los que un día decidieron acomodarse por el miedo a tropezar con la desilusión. Observo las carreteras vacías y pienso en cómo sería mantener eternamente una vida acostumbrada. Existir con el peso de los años y aún así ser incapaz de caer y demostrar que solo la libertad permite la equivocación.