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La factura de Calatrava

Perfil del edificio diseñado por Calatrava en Santa Cruz de Tenerife

David Cuesta

Santa Cruz de Tenerife —

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Santiago Calatrava está acostumbrado a dejar huella. Sus obras majestuosas, cargadas de atrevimiento y con diseños que desafían la gravedad, brillan en medio mundo. Valencia, Oviedo, Bilbao, Venecia, Nueva York o Tenerife presumen del legado del arquitecto. Da gusto tener en tu ciudad un símbolo de modernidad y progreso. El problema es cuando llega la factura. Y la de Calatrava, por desgracia, suele salir muy cara.

El Cabildo de Tenerife ha decidido pasarle su propia factura al arquitecto. Ahora que han pasado más de 13 años desde la inauguración del auditorio, la institución insular ha exigido responsabilidades por los fallos detectados en el revestimiento de la infraestructura. Una chapuza, otra más, que supondrá un gasto de 2,6 millones de euros, según ha publicado el periódico Diario de Avisos.

La decisión de la Administración que preside Carlos Alonso abre una discusión jurídica sobre quién debe pagar la reparación. Con el Código Civil en la mano, el Cabildo tiene argumentos más que suficientes para plantear la reclamación, al considerar al arquitecto como director de la obra, algo que los asesores de Calatrava intentan negar para buscar un acuerdo pacífico. Un embrollo que, si no lo remedia algún pacto por debajo de la mesa de última hora, acabará en manos de la Justicia. Lo importante es que la factura no la paguen los de siempre, los ciudadanos.

Que una institución pública exija responsabilidades a empresas o particulares que generan perjuicios al interés general, Calatrava es un buen ejemplo, es una obligación. Por eso solo cabe aplaudir la decisión del Cabildo. Pero no muy fuerte, no vaya a ser que olvidemos la historia que ha acompañado la relación fraguada durante años entre Calatrava y Tenerife. Porque lo del Auditorio merece un poco de contexto.

La obra se adjudicó en 1997 por 26,7 millones de euros. La iniciativa estuvo acompañada de la polémica desde el primer momento. ¿Necesitaba Tenerife un auditorio de lujo? Las carencias de infraestructuras de primera necesidad que arrastraba la isla entonces, y que aún continúan, planteaban un serio debate al respecto. Eran años en los que crecía con fuerza la reivindicación de construir hospitales en el norte y en el sur, o la necesidad de dibujar un modelo de movilidad sostenible. Pero cada cosa va por su camino, y el del Auditorio estaba trazado por el entonces presidente del Cabildo, Adán Martín. Y no tenía marcha atrás.

Lo que mal empieza, suele continuar peor. Los problemas se desencadenaron uno tras otro, lo que dejó al descubierto una falta de planificación impropia de un proyecto de tal envergadura. Se cambió la ubicación a última hora, se modificó la sala sinfónica para albergar óperas, se añadió un aparcamiento… Modificaciones que llevaron a la paralización de los trabajos en 1999 y a una obligada ampliación del presupuesto. Había dinero en la hucha y no costaba nada añadirle una cifra más a la factura.

Cuando la obra se inauguró, el 26 de septiembre de 2003, el coste del nuevo símbolo de Tenerife superaba los 72 millones de euros. Y ahora es cuando toca parar y coger un poco de aire. El Auditorio, que iba a costar 27 millones, que ya dolían, multiplicó casi por tres su precio para las arcas públicas. Y eso sin contar los gastos que ha generado después. Pero la factura se pagó y ahora, al menos, tenemos un auditorio bonito, porque lo es, y todo un ejemplo de acústica. ¿No?

Pues tampoco. Según concluyeron expertos de la Universidad de La Laguna, una comisión de técnicos locales y el estadounidense Russell Johnson, al que le cayó una bronca de Calatrava, la acústica del auditorio no es buena. Así que además de caro y elitista, resulta que la calidad no está a la altura del precio. Era para estar contentos con el arquitecto. ¿Y qué hizo el Cabildo? Pues tragar y pagar.

En marzo de 2013, el sucesor de Adán Martín en la Corporación insular, Ricardo Melchior, fue cuestionado por los excesos en el coste del auditorio. La pregunta fue de esas que encajan mal los políticos porque se salen de la agenda oficial. Cuando un periodista rompe el guión del poder suele conseguir un buen titular, como ocurrió en aquella ocasión. El Ayuntamiento de Venecia había anunciado que iba a recurrir judicialmente el sobreprecio que pagó por un puente diseñado por Calatrava, lo que dejó en bandeja la oportunidad para el periodista. “Presidente, ¿ustedes por qué no hacen lo mismo?”.

Ricardo Melchior tragó saliva y contestó con toda la sinceridad que pudo, en unas declaraciones que hábilmente recogió Europa Press: “Todas [las modificaciones del proyecto] han ido al pleno del Cabildo con su justificación y sus informes técnicos, y en todas se ha cumplido con la legislación”. El presidente insular vino a decir, de forma oficial, lo que ya era una evidencia. Una traducción de lo que afirmó el político al lenguaje cotidiano vendría a dar este resultado: “Mira, aunque me toca las narices tu pregunta, te voy a contestar que no podemos hacer nada porque fuimos nosotros los que aprobamos todos esos sobrecostes sin importarnos pagar más, y eso sería como denunciarnos a nosotros mismos”.

Es una lástima que hayan tenido que pasar más de 13 años para que la Corporación insular se dé cuenta de que su obligación es la de exigir responsabilidades a los que se burlan de las administraciones públicas y del dinero de los ciudadanos. Valencia, Oviedo, Bilbao, Venecia o Nueva York presumen del legado del arquitecto, pero han tenido que soportar un precio demasiado alto. Aquí se miró para otro lado y se abrió el grifo del dinero público. Otras ciudades damnificadas han llevado al arquitecto, con mayor o menor suerte, frente a la Justicia. En Tenerife se optó por bautizar el Auditorio con el nombre del político que lo impulsó. Ojalá el Cabildo llegue hasta el final y los ciudadanos no tengan que pagar la factura de Calatrava, otra vez.

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