Espacio de opinión de Tenerife Ahora
Ganar o aprender
Todo proceso democrático de toma de decisiones tiene dos caras: o sale la parte que yo deseo, o sale la parte que desea el resto. Así. Fácil. Sin complicaciones. Sobre esa base hay que tomar la reflexión de qué es lo que ha sucedido para que ocurra uno de esos dos hechos. Normalmente, adscribimos la responsabilidad a lo mal que lo hacen los demás, poniendo como causa muy remota del desastre nuestra propia actuación. Pero es lícito pensar, e incluso honesto, que las cosas suceden porque realmente hemos hecho méritos (o deméritos, según se mire) para que nos pase lo que nos pasa. ¿Se acuerdan de “tienes lo que te mereces”? Pues eso.
La reflexión viene a colación de las últimas informaciones en materia de intención de voto o sobre los comportamientos sociológicos declarados por parte de la población europea en general y española en particular. La aparición de intentos de representación de voluntades políticas adscritas a los extremos, tanto desde una perspectiva de izquierdas como de derechas, origina perturbación en lo que se podría considerar una normal convivencia política basada en la democracia, no porque no sean legítimos, sino porque se basan en convicciones de dudosa reputación e, incluso, legalidad.
Además, tengo la convicción de que irse a los extremos tienen un cierto riesgo, porque incluso pueden hasta darse la vuelta y tocarse, si no en fines, si en planteamientos. No es que se defiendan las denominadas medias tintas pero es que, entre el negro y el blanco, hay todo un arcoíris de colores que permiten la identificación ideológica de todas las personas. Incluso permiten la identificación temporal, de forma que, con más información y formación, puede que lo que ayer pensabas y se configuraba como el mayor y manifiesto acto de fe hoy tiene sus matizaciones, sin que eso signifique un cambio explícito de chaqueta.
En este sentido, no debemos terminar por basarnos en una determinada tipología de existencia de las cosas tal y como lo hacían hasta el momento que las descubrimos como parte esencial del orden; principalmente por una razón, y es que los problemas (ni las soluciones) nacen o mueren con nosotros. Estaban aquí antes y seguirán estando después. Por ello debemos aceptar y repartir el respeto a los ancestros en lo que vertebra el concepto de sociedad como parte de la identidad porque se nace con ciertas responsabilidades y obligaciones, las cuales, como no podría ser de otra manera, mutarán según las convicciones de todos los momentos.
Como ciudadano claro que me sorprendo de las cosas que están sucediendo, pero me sorprendo con diferentes intensidades. Por ejemplo, no me asombra que haya derivas ideológicas que prometen lo que la ciudadanía desea escuchar en cada momento, ni siquiera con rasgos anticonstitucionales. A mí lo que me resulta más llamativo es que haya personas que se lo crean, lo compartan y lo defiendan, a través del insulto a la historia. No obstante, tengamos en cuenta que la democracia tiene esas cosas en las que, de forma estoica, debemos soportar mensajes que podrían incluso dañar la inteligencia, por poca que se tenga. Pero es que algunas veces se gana y, otras, se aprende. Pero todo con respeto, ¿eh?
Todo proceso democrático de toma de decisiones tiene dos caras: o sale la parte que yo deseo, o sale la parte que desea el resto. Así. Fácil. Sin complicaciones. Sobre esa base hay que tomar la reflexión de qué es lo que ha sucedido para que ocurra uno de esos dos hechos. Normalmente, adscribimos la responsabilidad a lo mal que lo hacen los demás, poniendo como causa muy remota del desastre nuestra propia actuación. Pero es lícito pensar, e incluso honesto, que las cosas suceden porque realmente hemos hecho méritos (o deméritos, según se mire) para que nos pase lo que nos pasa. ¿Se acuerdan de “tienes lo que te mereces”? Pues eso.
La reflexión viene a colación de las últimas informaciones en materia de intención de voto o sobre los comportamientos sociológicos declarados por parte de la población europea en general y española en particular. La aparición de intentos de representación de voluntades políticas adscritas a los extremos, tanto desde una perspectiva de izquierdas como de derechas, origina perturbación en lo que se podría considerar una normal convivencia política basada en la democracia, no porque no sean legítimos, sino porque se basan en convicciones de dudosa reputación e, incluso, legalidad.