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Lugar y conciencia

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César Martín

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(Inmóvil aguarda mi pequeña orquídea en el alféizar de la ventana que da a la calle. Raíces al viento, alza su voz cada mañana. No importa si llueve o luce el sol, porque para ella lo importante es seguir cantando. A veces no sé si soy yo la que la mira a ella o por el contrario es ella la que me observa…)

En el desasosiego de los mundos para infelices siempre hay razones para la esperanza. Y esto puede que no sea motivo de alegría, pues a veces pienso que quizás estos pequeños atisbos de vida plena sean tan solo un pretexto alargar la agonía. Llueve sobre mojado en un mundo arrasado por los más bajos instintos, lleno de secretos a voces, de ponzoña que infesta y corrompe. Pero aun así, atrapado por un corazón soñador, sigo creyendo en el ser humano, en su capacidad de transformación, lo que no quita, claro está, esta duda constante que siempre acecha, cuestionando hasta las convicciones más profundas. ¿Ilusión?

(Suenan los tambores, profundos, sentidos. En cada golpe la vida y también la muerte. Nada se parece a lo de antaño, todo se conjuga entre vinilos, luces de neón y muebles de diseño)

Las decisiones no son siempre las acertadas, ni llueve a gusto de todos. El camino se bifurca, unos tienen una tendencia, la natural, como la vida misma, y cogen la vía más sencilla sin cuestionarse nada. Otros, los menos, esos que van en búsqueda de la verdad, asumen el riesgo de cuestionar lo establecido, de pensar por sí mismos. Ninguna opción es tomada a la ligera, se analizan las variables y se miden los pros y los contra. Luego es cuestión de echarse andar por la vereda. Donde acaban los unos y los otros tiene su gracia. A veces, los derroteros nos llevan a volver a encontrarnos justo en el mismo punto. ¿Casualidad?

(En una clase los alumnos repasan la lección en silencio. No se oye nada, apenas el zumbido de una mosca pesada y el tic-tac del oxidado reloj de pared. Una niña levanta la cabeza. En el horizonte, justo en el límite del azul, encuentra un motivo)

Tengo la sensación de que este vacío ya no tendrá remedio. Inexplicable como no aprendimos nada, pero es así. Atrás quedaron versos, cantinelas, normas y cicatrices. Ningún resultado, nada de esto valió la pena. Hoy la silla vacía de ideas me recuerda que nada se maneja sin intención y que sórdidamente se establece el control, patraña sobre patraña. En fila continuamos formando interminables colas de individuos donde cada uno se cree dueño de su turno, propietario de su propio tiempo, de su soberana condición. ¿Engaño?

(Al piano se sienta un longevo músico. Interpreta desde una pasmada quietud, como si no fuera con él lo que está sucediendo. En el mutismo del público le aguarda su mujer como cada noche de concierto. Solo ella conoce al viejo profesor)

Emoción, qué más se puede decir. No hay palabras para describir lo que embarga un sentimiento que aflora de fuera a dentro y viceversa. Temblor que marca el antes y el después, reacciones imprevistas que de pronto inundan la existencia. Nada nos hace más humanos, euforia visceral que emana de lo vivido, de lo que somos en nuestra experiencia, una explosión de vida, una fuerza interior inusitada. Y sin embargo miedo. Temor al encuentro, a lo nuevo, a lo incontrolable. Somos nuestro peor enemigo. ¿Límite?

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