Espacio de opinión de Tenerife Ahora
Teófilo y yo (casi un entremés)
Personas que hablan:
Teófilo, el amigo.
Yo, yo, o sea tú, el que lee.
(En el lugar de siempre, a la hora de siempre, en la mesa de siempre, simplemente, porque hay cosas que son siempre iguales).
Yo (dirigiéndose al camarero): Nos pones una cuarta de tinto para probarlo, unas garbanzas y un plato de queso.
Teófilo (dirigiéndose a Yo): Pero si es el mismo vino de la semana pasada, qué coño vas a probarlo. (Dirigiéndose al camarero). Pon media, Juan.
Yo: El vino siempre hay que probarlo, que de una semana a la otra cambia mucho, no deberías fiarte.
Teófilo: Vives obsesionado, muchacho, relájate…
Yo: Obsesionado no, sino que me conozco el percal y sé cómo se las gastan por aquí.
Teófilo: Mira que eres desconfiado.
Yo: Que uno tiene que estar al loro, que si no se la meten doblada.
Teófilo: Quien te oye…
Yo: Quien me oye sabe lo que me digo, que no está el horno para bollos, que bastante tenemos con la que está cayendo. Toda precaución es poca.
Teófilo: Bueno, en parte tienes razón, amigo, pero quizás es que yo me empeño en seguir confiando. Será que uno es un tanto iluso.
Yo: Más bien gilipollas, querrás decir.
Teófilo: Sí, eso, gilipollas…
Yo: Porque mira que te lo tengo dicho y tú nada de nada, ¿eh?
Teófilo: ¿Qué quieres que haga?
Yo: Pues poner un poco más de asunto hombre.
Teófilo: Hay cosas contra las que es imposible luchar, más cuando uno se enamora hasta las trancas, tú.
Yo: Pero si yo te entiendo, pero es que la última ya creo que debió ser el límite… Se te fue la pinza compañero.
Teófilo: Yo sé que no estuvo bien.
Yo: Es que acostarte con la mujer de un corrupto ya roza lo inadmisible.
Teófilo: Joder tú, que ella no tiene la culpa de lo que hace su marido, es él el impresentable que prevaricó, extorsionó, cochechó…
Yo: Cohechó.
Teófilo: ¿Cómo?
Yo: Que se dice cohechó de cohechar, de cometer cohecho.
Teófilo: Bueno, pues como se diga. La cosa es que ella no tiene la culpa.
Yo: ¡Anda que no! Pero bien que se beneficiaba de lo que cosechaba su maridito.
Teófilo: ¿Te refieres al coche que tiene?
Yo: Al descapotable, al apartamento en el sur, a los viajes pagados por la administración…
Teófilo (interrumpiendo): A ver, a ver…
Yo: ¿A ver qué, Teófilo? Me dirás que es mentira.
Teófilo: Ella me contó que el descapotable había sido un regalo de su prima, que el apartamento era de una herencia y que los viajes estaban todos justificados en su tarjeta personal. Además…
Yo (interrumpiendo): Además de las tetas, que se las puso de plastilina. ¡Teófilo, por Dios!
Teófilo: ¿Qué?
Yo: Que pareces tonto.
Teófilo: Sin ofender, tú.
Yo: ¡Coño, es que me lo pones a huevo! (Dirigiéndose al camarero). Juan, pon otra media más y un plato de carne cabra.
Teófilo: La echo de menos…
Yo: ¿De verdad?
Teófilo: Sí. Estábamos hechos el uno para el otro. Nunca conocí a nadie que me moviera tanto por dentro. Me hablaba desde el corazón, sus palabras eran sinceras, no podía ser una ficción. Incluso hicimos planes de futuro.
Yo: No eres al único que tiene engañado.
Teófilo: Te lo digo en serio. Conmigo era diferente…
Yo: Desde su escaño también me parecía sincera, toda una dama, y mira…
Teófilo: Pero es que ella es así.
Yo: Sí, claro, hasta el día que trancaron al marido con las bolsas de basura llenas de billetes en el maletero del Mercedes.
Teófilo: Y por eso lo imputaron. Pero ella…
Yo: A ella no tardarán en trancarla.
Teófilo: Pero es inocente.
Yo: ¿Inocente? ¡Y un tolete! Esa está pringada hasta las cejas.
Teófilo: No me lo puedo creer. Aún sueño con ese perfume caro que llevaba. ¡Qué mujer!
Yo: ¿Pero vas a seguir?
Teófilo: No puedo evitarlo. El andar de esas piernas, ese saber vestir, esa presencia…
Yo: Lo tuyo es de juzgado.
Teófilo: Hay días que la espero por fuera del Parlamento a ver si la veo.
Yo: Estás como una cabra. Bueno, ahora haya miedo de que te pille el marido.
Teófilo: Pero apenas la veo pasar en el coche oficial. No me dice nada, pero sé que sabe que estoy allí, y eso me consuela enormemente.
Yo (mostrándole el vaso): Echa un fisco de vino más ahí.
Teófilo (mientras le sirve): Es mucho lo que siento. Sé que puedo confiar en ella.
Yo: ¿Cómo vas a confiar en ella, muchacho? Que es una corrupta igual que el marido. No puedes hacernos esto. Teo, es la casta, ¡el enemigo, joder!
Teófilo: Lo sé, tú, pero contra el amor no se puede luchar.
Yo: Manda narices… ¿Pero se ha puesto en contacto contigo?
Teófilo: Sí, ayer me mandó un wasap.
Yo: ¿Y qué te decía?
Teófilo: “Teófilo, se fuerte, mañana te llamaré”.
Yo: ¡Coño, como el presi!
(Se hace un silencio incómodo y Teófilo pide la cuenta con un gesto. Hay días que el cuerpo no da para más).
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