Espacio de opinión de Tenerife Ahora
Espejos
En mi cuarto hay una ventana que da a un edificio en obras. Mis vecinos me han contado que lleva así años. Que hace tiempo que se quejan esperando que se acabe. Yo oigo todas las mañanas a los obreros trabajar y lo único que siento es pánico porque terminen de construirlo. Me gusta mirar las ventanas medio rotas y vislumbrar el ladrillo. Me da miedo que algún día se acabe y cuando mire enfrente vea una vida hecha y entonces tenga que enfrentarme a la mía. Ahora por lo menos tengo un espejo en el que puedo contemplarme sin reproches porque está tan en ruinas como lo estoy yo y no siento tristeza al decirle que no soy la persona que los otros ven de mí, sino el hastío que ve él cada mañana, la espera, las cervezas en soledad cualquier noche de verano o las lágrimas de casi cada día.
No soy la persona que los otros ven de mí porque ni siquiera sé quién soy. Cómo podría entonces mostrarme a los demás sin decirles que en realidad represento un fraude como otro cualquiera: una fotógrafa frustrada, una periodista acomodada. Cómo podría demostrarles lo que estoy dispuesta a hacer por ellos si tengo la culpa tan arraigada que no sé cómo enfrentarme a una vida llena de hipócritas que ayudan a desconocidos y son incapaces de ayudarse a sí mismos.
El otro día conté los días que llevaba sin ir a casa y el calendario me dijo que eran 112. Será porque volver es siempre casi como urgencia que aguanta meses en lista de espera porque no existe ni dinero ni tiempo para adelantarse. Ahora que regreso para celebrar otros 365 días me doy cuenta de que el paso del tiempo son las cicatrices que tiene mi cuerpo y las veces que repito todo lo que he vivido; la calma por saber que ya no finjo ante extraños y la certeza de que la felicidad son momentos que se olvidan como negaré mi juventud cuando llegue la tormenta.
Pero qué importa el dinero o el tiempo si lo que se tiene no compensa nunca el sufrimiento. No sé si he tardado demasiado o siempre lo había sabido, pero lo más importante son las personas que te rodean y las ganas de que no dejen de estar. Tengo una amiga a la que hace catorce años que conozco y aún me parecen pocos cuando me recuerdan que me perdí doce años de su existencia. Por eso hablo de la relatividad de cada segundo, de lo extraño que es que otro se acuerde de ti en la soledad de su hogar, o en una fiesta, o en el metro; lo raro que resulta que otra persona haya pensado alguna vez en ti y tú nunca vayas a saberlo me parece suficiente excusa para maravillarse cuando sí eres consciente de tal hecho. Cómo ser indiferente al otro si el más mínimo gesto me sorprende y me abruma a partes iguales. Me inquieta la distancia de las mentiras y la sinceridad oculta, la existencia de la verdad como excusa para suplantar todo lo que no se dijo. Cómo ser indiferente al otro si el más mínimo recuerdo me conmueve.
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