Cae suavemente
- El espacio y el hombre, de Pedro González
- Espacio Cultural CajaCanarias, Santa Cruz de Tenerife. Hasta el 11 de febrero
- Comisario: Carlos Díaz-Bertrana
La figura de Pedro González tiene numerosas aristas: la de pintor exiliado de su propia casa, la de hijo pródigo que regresa para refrescar el ambiente artístico de su isla, la del profesor que guía a una nueva generación, la del político democrático... No hay duda de que se encuentra entre las más altas consideraciones de la sociedad canaria y en un lugar destacado de la pintura española del siglo XX.
En El espacio y el hombre se hace un acopio enorme de piezas de diversas colecciones, en un esfuerzo siempre encomiable de la Fundación CajaCanarias. La muestra se explica y ordena en función de las series desarrolladas por el pintor a lo largo de su trayectoria, comenzando por la célebre Icerse, en la que el autor tinerfeño evade toda mención al figurativismo para centrarse en lo que de matérico y pétreo tiene la pintura. Tiene esta serie tonos grises, azulados, blancos y negros. Todo ello rememora las topografías de Tàpies y alude tímidamente a la influencia de la pintura abstracta americana y europea de los años 50 y 60 que González recibió en su exilio venezolano.
La labor del autor, como ya se ha descrito en numerosas ocasiones, experimenta una inversión en su quehacer y lo abstracto va tomando carácter cada vez más figurativo en la serie Cosmoarte. Las formas, de tipo orgánico y en algún caso antropomórfico, van depositándose en un fondo plano, flotando en una composición ingrávida que, sin embargo, comienza a dividir el espacio y a producir fracturas y tensiones hasta el momento desconocidas.
Su devenir va avanzando hasta toparse con el figurativismo que por excelencia se representa en los bodegones. La salvedad estriba en que los de González, en lugar de estudiar los objetos, los descomponen, transformándolos en apariciones fantasmagóricas. Sus preocupaciones sobre lo intangible, a pesar de un periodo de paisajes, continúan en las series El hambre y Cementerios, en las que expone, ya en el decenio de 2000, su visión directa de la muerte, no con acritud sino como un hogar final.
La muestra no deja de constituirse en una retrospectiva en la que, sin embargo, deberían haberse eliminado periodos figurativos ciertamente intrascendentes. Con todo, mucha de la producción de González no deja de tener un sentimiento de caída al vacío. Esto no implica un descenso violento, sino el lento desmembramiento de una estructura que se creía bien asentada pero que, bajo su superficie, muestra grietas, un terreno quebrado bajo una apariencia sólida. Se trata en esencia de una disertación inversa sobre la existencia: de lo inmaterial a lo evidente.
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