Antiguamente, los ganaderos y agricultores aprovechaban las hojas que, con la llegada del calor, se desprendían de las copas para reposar bajo los pinos que poblaban y siguen poblando los montes de las islas más montañosas de Canarias. Entre los usos más comunes se encontraban las camas de los animales, el embalaje de los plátanos o el recubrimiento de la tierra. Así acomodaban al ganado y evitaban la proliferación de malas hierbas en las huertas. En cierto modo, existía una simbiosis entre el monte y el campo: ellos prevenían los incendios forestales manteniendo limpios los pinares y, a cambio, obtenían la pinocha con la que satisfacer estas necesidades de carácter agroganadero. Hoy en día se sigue haciendo, pero en menor medida.
En primer lugar, el abandono del campo canario ha traído consigo una reducción notable en la demanda de este recurso natural. Según los últimos datos ofrecidos por el Instituto Canario de Estadística (ISTAC), en poco más de una década, la superficie cultivada de la isla de Tenerife se ha reducido en un 32,2%, pasando de tener 23.709 hectáreas en 2007, tanto de regadío como de secano, a haber 16.096 en 2019.
Esto ha propiciado que el mantillo de pinocha que cubre el suelo sobre el que se alzan los pinos gane espesor, lo cual, pese a la creencia popular, es visto como algo beneficioso por los expertos: “La pinocha no se acumula indefinidamente, se descompone de forma natural con la humedad y acaba suponiendo un aporte de materia orgánica importante para los propios pinares”, asegura Pedro Martínez, jefe del Servicio Técnico de Gestión Forestal del Cabildo. Y aunque considera que este no es un elemento de gran peligro ante un posible incendio, reconoce que no deja de ser combustible y que, como tal, contribuye al avance del fuego: “En nuestros modelos de propagación, el elemento de menor riesgo es la pinocha. Al ser un manto de unos cuantos centímetros de grosor que recubre el suelo, el fuego no gana demasiada altura y es fácilmente extinguible”. El problema, dice, no es la pinocha en sí, sino los matorrales a los que puede conducir el fuego. Estos son los que hacen que las llamas ganen mucha más altura y puedan alcanzar a los pinos.
Pese al peligro que supone, la pinocha es un elemento importante en los procesos ecológicos que tienen lugar en los montes de Tenerife y de las islas más montañosas de Canarias: protege el suelo de la erosión, sirve como refugio y alimento a numerosas especies de animales, conserva la humedad y se convierte, tras su descomposición, en abono para el propio pinar. De hecho, algunas de las aves más protegidas de nuestro archipiélago, como el pinzón azul, se alimentan de las semillas que se desprenden de la piña del pino canario y que hallan entre el mantillo de acículas que cubre el suelo. Por eso su recogida está regulada y en algunas zonas, como en las Reservas Naturales Integrales, su retirada está prohibida. No obstante, su acumulación excesiva a la llegada del verano, la época del año en la que existe un mayor riesgo de incendio forestal, puede ser un factor de riesgo.
Una regulación “disuasoria”
Por ello, es conveniente recoger el exceso de pinocha, sobre todo en las zonas más transitadas o de mayor exposición, como los arcenes de las carreteras. Su recolecta está regulada por el Cabildo de Tenerife a través del Plan Anual de Aprovechamiento Forestal de los Montes Públicos. De esta forma, se establecen dos tipos de recogida. Por un lado, la que hacen los rematantes profesionales que, año tras año, pujan en subasta pública para ser los encargados de recoger esas hojas en las zonas más altas de los montes y pagan para luego poder venderla. Aunque antiguamente era un negocio muy popularizado, hoy en día solo quedan unas pocas familias en la Isla que se dedican a esta labor.
Por otra parte, existen los aprovechamientos vecinales. En este caso son los ayuntamientos los encargados de destinar una parte del monte, generalmente la zona baja, al uso particular de sus vecinos que, con previa autorización, pueden acceder a la retirada de pequeñas cantidades de pinocha de forma gratuita pero controlada.
Según Manolo Expósito, presidente de la Asociación de Ganaderos de Tenerife (AGATE), la tramitación anual necesaria para obtener el permiso de los ayuntamientos disuade a los ganaderos, que optan por otras alternativas que resultan más accesibles en el mercado, como la paja, el serrín o las astillas. Expósito cree que dada la escasa demanda de pinocha que existe actualmente, debería facilitarse la gestión de los permisos para que los ganaderos accedan a estos recursos naturales de una forma más sencilla y que toda esa materia prima pueda aprovecharse. “Siempre ha habido hueco para la utilización de los recursos naturales por parte de los ganaderos y nunca ha supuesto un peligro para la continuidad del ecosistema. No se trata de sobreexplotar, sino de encontrar un punto medio. Además, hoy en día no hay tanta demanda como para que suponga un riesgo para el ecosistema”. En AGATE consideran que la corporación insular debería tener más en cuenta a los ganaderos y a los agricultores a la hora de planificar la gestión de los asuntos que incumben directamente al sector.
Desde el Cabildo creen que siempre puede simplificarse todo un poco más. Sin embargo, no consideran compleja esta tramitación y recalcan que lleva gestionándose de esta forma durante décadas sin que hubiese problemas de ningún tipo. Consideran que la acumulación de la pinocha en los montes es una consecuencia de la disminución de la actividad agrícola y ganadera y no tanto de las dificultades burocráticas. “Los trámites no han cambiado, ha cambiado la sociedad”, asegura Martínez en relación al abandono del campo. Además, el jefe de los Servicios Forestales considera que el desaprovechamiento de estos recursos no resulta un problema, sino un beneficio para el ecosistema del monte, que no ve interrumpida su dinámica.