El acusado de asesinar a sus padres y a su abuelo el 23 de marzo de 2018 en Guaza (Arona, Tenerife), Ricardo O., controló sus actos durante los hechos, meditó sobre las consecuencias, no sufrió un estrés psicológico puntual ni se llevó por un impulso o un acto inconsciente, según han declarado este miércoles los peritos psicológicos.
Durante la tercera jornada del juicio oral en la Audiencia Provincial de Santa Cruz de Tenerife, los psicólogos forenses han asegurado que, a lo largo de tres entrevistas con el encausado entre abril y mayo del 2019, Ricardo O. mostró ser una persona calculadora, distante y fría, que reconoció los hechos, pero no mostró un arrepentimiento auténtico y, de algún modo, se justificaba.
Según la declaración bajo juramento de los psicólogos, se engañaba a sí mismo y, en general, culpaba a los demás de todo, especialmente a los padres por sus frustraciones vitales, características todas ellas que conforman rasgos de su personalidad, no de trastornos temporales o enfermedades mentales de base.
De hecho, durante las entrevistas, el encausado repitió en distintas ocasiones que odiaba a sus padres, especialmente a su madre y, según los expertos, Ricardo O. mostró “consciencia, memoria conservada, pensamientos razonados” al narrar los hechos que cometió sin “desconectar de la realidad” esa madrugada, por lo que es jurídicamente imputable.
Por otro lado, según los médicos forenses que realizaron las autopsias de los cuerpos, la madre murió por el conjunto de todas las heridas, durante varios minutos y sufriendo agonía de por medio, mientras recibía más lesiones, se desangraba y se debilitaba.
La autopsia de la madre reveló numerosas heridas por arma blanca, unas más profundas que otras, algunas de carácter “defensivo” y en distintas direcciones, todas realizadas estando la víctima viva en movimiento, y por distintas partes del cráneo, cuello, cara, tórax, abdomen o parte posterior de la espalda, así como hombros, brazos, muñecas y manos.
“(El padre) llegó a estar de pie. Pero no se pudo defender demasiado”, ha asegurado la forense con respecto al padre, porque la arteria pulmonar y la aurícula fueron dañadas al comienzo de la agresión, lo que provocó un shock hemorrágico por el conjunto de todas las lesiones, pero especialmente por el daño en la arteria pulmonar y el corazón.
En cuanto al abuelo, sufrió las agresiones estando vivo y no mostró defensa, según las pruebas evaluadas. Fueron cuatro cuchilladas seguidas, y luego un corte superficial, ha sugerido el perito. Una de ellas fue una herida “doble, complicada, prácticamente mortal”, por encima del corazón.
Los informes biológicos determinaron asimismo que se encontraron restos de sangre en las uñas de los padres, pero no detectaron una mezcla de ADN, de lo que se deduce que la sangre solo pertenecía a ellos. En las uñas del abuelo no se encontraron restos de sangre.
Carmen N., la madre, dio positivo asimismo en hidroxicloroquina, un fármaco destinado a tratar la malaria o enfermedades inmunes, como la artritis reumatoide o el lupus, y no presentó otros positivos. Las muestras del padre, Antonio O., presentaron restos de tramadol, un analgésico opiáceo, menos potente que la codeína o la morfina, destinado a tratar el dolor de moderado a fuerte.
En cuanto a Ricardo O., el informe toxicológico determinó que se encontraron metabolitos de THC, principio activo del cannabis, en unas muestras de orina tomadas el 27 de marzo, cuatro días después de los hechos, y recibidas el 28. Según ha declarado el perito, este intervalo temporal impide determinar si el encausado consumió cannabis el 23 de marzo, ni tampoco si era un consumidor esporádico o crónico. Los expertos no encontraron otras drogas o sustancias relevantes.
La inspección ocular, por otro lado, ha determinado que se encontraron huellas sangrientas de pies descalzos cubiertos por calcetines, en numerosas direcciones, que son más numerosas e intensas en la habitación de los padres y los alrededores de la misma, y más ligeras conforme se desciende las escaleras hacia la habitación del abuelo. También comprobó que hubo un episodio violento, una pelea, dado el desorden, las numerosas pisadas y las distintas proyecciones de sangre a distintas alturas y por distintos sitios del dormitorio, como lámparas, mesillas y paredes.
Los rastros de sangre (proyecciones, salpicaduras, regueros, goteos, marcas) también sugirió a los peritos que las agresiones que sufrieron ambas personas comenzaron en un punto y acabaron en otro. Ambos presentaban multitud de cortes a primera vista en pechos, cabezas y cuello, pero también en la espalda, en el exterior de los antebrazos y en las palmas de las manos, lo que es un posible indicio de que las víctimas se defendieron. “Es significativo que las manchas al comienzo de las escaleras de la planta del dormitorio de los padres sean más numerosas y más densas, y conforme se desciende por las escaleras sean más ligeras”
No encontraron ropa con sangre o cuchillo alguno. Tampoco restos de sangre en la terraza de la que, según la versión del encausado, saltó un desconocido de negro. Además, ninguna puerta o ventana estaba forzada.
En el dormitorio del encausado no descubrieron colillas de tabaco o de porros, ni utensilios para liar, ni ningún tipo de droga o mecheros o ceniceros, lo cual contrasta con la versión de Ricardo O., quien declaró en la apertura del juicio que se fumó un porro antes de cometer los hechos.
Luciano, el abuelo, fue acuchillado estando tapado, dado que los cortes son “prácticamente idénticos” en las sábanas, la ropa y las heridas, producidas éstas por el cuello, la axila y el pecho, y algunas menores en las manos. En la habitación del anciano de 87 años encontraron un orinal y una muleta, y el cuerpo fue encontrado bocarriba, sobre la cama, con los brazos semiflexionados hacia arriba.