El pequeño palacete del siglo XV desmonta el mito del porquero que conquistó el Perú. Bueno, la familia Pizarro criaba cerdos; como casi todo el mundo en estas tierras que dan, junto a las vecinas dehesas de Huelva el mejor jamón ibérico del mundo y parte del extranjero. Pero esa idea extendida de que el paradigma de conquistador español (junto al casi vecino Hernán Cortés que nació en Medellín a escasos 70 kilómetros) pasó de ser un simple criador de cerdos en las dehesas de su Trujillo natal a Gobernador del Perú tras conquistar uno de los grandes imperios de América. Pero resulta que Pizarro nació en una casa que nada tiene que ver con la de un porquero. Los Pizarro pertenecían a la pequeña nobleza hidalga castellana; su padre había participado en las guerras de Granada, Italia y Navarra alcanzando el grado de capitán y su abuelo ejerció como regidor de Trujillo. Comparada con otras casonas, palacios y torres de la ciudad la Casa Museo de Pizarro (Calleja del Castillo, 1) parece modesta. Pero es uno de esos lugares en los que se puede casi tocar la historia. Palparla. Más allá de la importancia de los muebles de la época, de los mapas y documentos o de la exposición sobre la conquista del Perú… Historia.
Trujillo vio como daban sus primeros pasos personajes fundamentales de la historia mundial (más allá del valor moral o ético de lo que hicieron en un contexto que no tiene nada que ver con la actualidad). Aquí nacieron el propio Pizarro; Francisco de Orellana –explorador de la Amazonía-; Fernando de Alarcón –que fue el primer europeo en navegar por el Río Colorado-; María Escobar –que introdujo el cultivo de trigo y cebada en América-; Francisco Becerra –arquitecto que se destacó en la fundación de varias ciudades americanas-… Decenas de trujillenses participaron en los inicios de la gesta americana. Gentes duras y guerreras… Gentes que crearon un flujo de ida y vuelta que puede verse en la ciudad a través de sus casonas, sus iglesias, sus plazas. Empezando por su magnífica Plaza Mayor, un espacio monumental plenamente renacentista (siglos XV y XVI) adornada por palacios porticados y una estatua ecuestre de Pizarro y varias fuentes monumentales.
Qué ver en Trujillo.- Mucho y bueno. Si empezamos por el entorno de la Plaza Mayor. Este espacio resultó de la reordenación de la ciudad tras la llegada de riquezas desde América. Aquí ya vivían importantes familias nobles desde la conquista cristiana varios siglos atrás: pero la plata americana transformó una zona de arrabal en una amplia plaza rodeada de palacios y edificios públicos y religiosos. Aquí puedes ver verdaderos alardes como el Palacio de los Marqueses de la Conquista (Mayor, 6), la espléndida residencia que la familia Pizarro se hizo construir tras la conquista del Perú y que luce uno de los escudos de armas más bonitos de España en uno de sus esquineros, o el Palacio de los marqueses de Piedras Albas (Mayor, 30), residencia de los Orellana. El Palacio de los Carvajal Vargas (Mingo Ramos, 2) es una joya del Plateresco español y también está vinculado a una familia de ‘indianos’ que ejerció importantes cargos en América. El paisaje urbano de la Plaza Mayor se completa con las dependencias del Ayuntamiento Viejo (Mayor, 5) y la Iglesia de San Martín de Tours (Mayor, 1) que por fuera parece que no dice gran cosa pero que por dentro es una joya. Aquí puedes ver una de las colecciones de arte funerario más importantes de España.
Más allá de la Plaza Mayor, Trujillo conserva la traza medieval que heredó de sus tiempos como medina musulmana. Los dos elementos más importantes de la ciudad son su antigua Alcazaba (Plaza del Castillo, 1), una fortificación construida en los siglos XI y XII que aún tiene muchísimos elementos de su pasado musulmán junto a añadidos cristianos de los siglos posteriores, y la Iglesia de Santa María la Mayor (Santa María, 17), un templo tardo románico (siglo XIII) que se construyó sobre la antigua mezquita mayor. Trujillo fue durante siglos una de las plazas fuertes más importantes de la frontera entre musulmanes y cristianos. Y eso se deja ver en la grandeza de su castillo y en las murallas que aún pueden verse en la zona oeste de la villa. Los lienzos de levante fueron integrándose en la ciudad a medida que esta fue creciendo quedando visible en lugares aislados como la Puerta de Santiago (Ballesteros) que se ha convertido en una de las postales más solicitadas de la ciudad gracias a su aparición en la serie Juego de Tronos.
Una ciudad de torres nobiliarias.- Como sucede con la vecina Cáceres, Trujillo es una ciudad de torres. Cada una de las familias nobiliarias de la localidad construyó pequeñas casas fortaleza para hacer alarde de su poderío y, a la vez, protegerse de los vecinos. Algunas de estas torres se convirtieron en auténticos castillos como el conocido como Alcazarejo de los Altamirano (Altamirano, sn) que contaba con murallas, aljibe propio y torres que fueron ‘desmochadas’ por orden de los reyes católicos para poner freno a las pretensiones de la nobleza. Pasear por Trujillo es ir de torre en torre descubriendo apellidos y blasones que cuentan la historia de la ciudad. Algunas de estas ‘torres’ son fortalezas funcionales como la Torre Ballesteros (Ballesteros, 20) o la Casa Fuerte de Luis de Chaves El Viejo (Plaza de Santiago). Otras, como la Casa de los Orellana Pizarro (Juan de Tena, sn) se convirtieron en verdaderos palacios gracias a las reformas posteriores a la conquista del Perú (este palacio cuenta con un patio renacentista bellísimo).
La Coria.- Merece una mención aparte. El Convento de San Francisco El Real (Santa María, sn) es uno de los grandes monumentos de la ciudad. Se le conoce popularmente como el Convento de La Coria al estar situado junto a la puerta del mismo nombre justo sobre las murallas. El lugar cayó en ruinas tras la desamortización pero se ha recuperado como centro cultural y aún pueden verse su claustro plateresco los restos de la iglesia gótica y buena parte de sus dependencias que se han convertido en un activo centro cultural a cargo de la Fundación Xavier Salas. Junto a La Coria puedes darte una vuelta por el Cementerio de Trujillo para ver las ruinas de la Iglesia de San Andrés.
Un paseo hasta Guadalupe.- Trujillo está a 77 kilómetros de Guadalupe. No aprovechar la ocasión para visitar uno de los grandes monumentos arquitectónicos y artísticos de la Cristiandad es un desperdicio. El Real Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe es uno de esos lugares que hay que ir a ver al menos una vez en la vida. Estamos hablando de un conjunto arquitectónico de primer nivel y un escenario histórico que, por ejemplo, fue testigo de reuniones de Colón con los Reyes Católicos previas al viaje de descubrimiento (otra vez América). Del conjunto destacan sus dos claustros (gótico y mudéjar) y la iglesia (de estilo gótico con restos del templo mudéjar previo y añadidos renacentistas y barrocos) que sirven de continente a una cantidad increíble de obras de arte y libros iluminados increíbles. Pero Guadalupe es mucho más. El pueblo, de sobria arquitectura serrana, es uno de los más bonitos del país y está lleno de rincones muy fotogénicos.
Comer en Trujillo.- Nuestro preferido de las veces que hemos estado aquí es el Mesón del Hostal la Cadena (Plaza Mayor, 5) con una carta centrada en los productos y recetas de la tierra con una relación calidad precio excelente (estamos hablando de materias primas de una calidad insuperable). Si vas no dejes de probar el Cordero al pastor, la especialidad de la casa. Otro templo gastronómico es el Restaurante Alberca (La Victoria, 8) que repasa la gastronomía tradicional extremeña con un toque de innovación muy curioso. Gloriosas las migas con huevo poché, las croquetas de rabo de toro y las carrilleras. Bodegas Habla (Autovía del Suroeste, Km 259).- Palabras mayores. De los mejores vinos de esta parte del país y aún más allá. Aprovecha para conocer la bodega y hacer acopio porque no te vas a arrepentir.
Fotos bajo Licencia CC: Ángel de los Ríos; Santiago López-Pastor; Jorge Cancela; Juan Antonio Segal; Ana Rey