El verde intenso contrasta muy bien con el gris del basalto isleño. Los prados se suceden en suave pendiente hacia los pueblos de El Pinar y Taibique y los muros de piedra seca dividen la llanura cubierta de pastos en inmensos corrales donde pacen tranquilos los animales. Si el invierno es generoso en aguas, el esplendor de Nisdafe, la meseta que domina el interior de la Isla de El Hierro, se extenderá hasta bien entrado el verano. Estos son meses fecundos, meses de provisión para una isla que siempre tuvo en el pastoreo su principal fuente de ingresos. Para los herreños y herreñas, un Nisdafe de color esmeralda significa un año de abundancias; un año en el que, si no se tuerce por alguna otra cosa, no faltará de nada; un año con ganado bien alimentado, prolijo en descendencia y con ubres repletas de leche. Para el turista que se interna en el interior de la más pequeña de las Islas Canarias, esta llanura verde es un paisaje encantado que recuerda a esos interminables pliegues verdes de los campos de las islas británicas. Pero no. Esto es El Hierro.
La carretera H-1 asciende en suaves curvas desde Valverde. Una vez dejados atrás los últimos pliegues del terreno empieza la llanura encantada. Previamente, el paisaje se da el último capricho en el volcán de Ventejís, único referente vertical en muchos kilómetros a la redonda. Antes del impacto visual que nos espera conviene echar la vista atrás. Si tenemos suerte, las nieblas que suelen cubrir este sector oriental de la isla se habrán disipado y allá, a lo lejos, se levantará orgulloso el Teide, en Tenerife, y no será difícil ver los altos del Garajonay en La Gomera y la silueta graciosa de la Isla de La Palma.
Como decíamos, Ventejís es la puerta de entrada de Nisdafe desde la capital de la isla. El terreno se dulcifica a partir de aquí y la llanura, levemente inclinada hacia el Sur, se erige como protagonista absoluta de un horizonte libre de sobresaltos. Los campos verdes y los muros de piedra conforman un paisaje peculiar que, tal como señalábamos con anterioridad, es más propio del Norte de Europa que de latitudes más cercanas al trópico como las canarias. Pero aún más importante que el paisaje es la vinculación del mismo con el herreño. Nisdafe es, ante todo, un modelo de paisaje humanizado. Cubierto antaño por el Monteverde (Laurisilva) y el pinar, el Nisdafe de hoy es un paisaje construido por el isleño en una lucha de siglos por ganarse el sustento. La deforestación de la llanura provocó la creación de un paisaje preparado para la explotación ganadera. La presencia del hombre se limita al pequeño y precioso pueblo de San Andrés; el resto es demasiado valioso para ser asiento de casas o iglesias. Son los mejores pastos de la isla.
La clave es el agua. Y no abunda, pese a esta imagen de prados verdes. A las puertas de la llanura, las montañas se yerguen frontales a los vientos que, desde el centro del Atlántico, llegan a estas latitudes cargadas de humedad. Los vientos alisios, aquí, se topan con el muro que forma la isla dejando, en el choque, miles de litros de agua en lo que los locales llaman lluvia horizontal. Siempre fue así; y los primeros herreños y herreñas supieron aprovechar el fenómeno y se dieron cuenta de que las copas de los árboles atrapan esas millones de gotitas de agua que, mansamente, resbala por hojas y troncos hasta el suelo. Y por eso convirtieron un collado directamente enfrentado a la corriente húmeda en un auténtico surtidor de agua gracias a El Garoé (Acceso: Carretera de Los Lomos (H-10; Tel: (+34) 922 555 072; Horario: M-S 10.30 – 17.30 D 11.00 – 14.00), un gigantesco til que, gracias a una curiosa red de canales y pozas excavadas en la ladera de la montaña, abasteció las necesidades de agua potable de gran parte de la población herreña durante milenios. El antiguo Garoé cayó por la acción de vientos huracanados en el siglo XVII y el árbol que hoy ocupa su lugar fue plantado en 1957. Pero ya cumple su función, al igual que los matorrales y el denso bosque que ocupa las laderas contiguas. Una gran esponja que llena los montes de agua.
Pero quedan las pozas, los canales, las enormes albercas que son capaces de almacenar decenas de miles de litros de agua. Los bimbaches, antiguos pobladores de la isla antes de la llegada de los europeos, aprovecharon todas las condiciones ambientales de la isla para sobrevivir. Y esta magna obra de ingeniería hidráulica prehistórica es uno de los mejores ejemplos de la relación especial que los habitantes de esta isla especial han tenido siempre con su isla. El lugar está habilitado para la visita y a través de paneles explicativos y un pequeño pero moderno centro de interpretación el viajero inquieto sale con una idea muy completa de lo que el lugar significó para las mujeres y hombres de antaño. Modos que se repiten hoy pese a los coches, las carreteras, los aeropuertos…
Este modo de vida que se ha mantenido a lo largo del tiempo ha conformado un paisaje fuertemente antropizado (es decir, transformado por el hombre) pero de una gran belleza. Una intensa red de caminos, que discurren en todas las direcciones enclaustrados entre los muros de piedra y algunas muestras de arquitectura popular son el resto de los atractivos de esta llanura única que va dejando paso a los cultivos de medianías según descendemos hacia el sur. Si lo que queremos es ir hacia el norte, el paisaje relativamente llano se interrumpe de improviso en el abismo que forma el valle de El Golfo. En este balcón que recorre los altos de la fachada norte de la isla, se puede disfrutar de magníficas panorámicas del Golfo y el pueblo de Frontera. El mejor lugar para asomarse al abismo es junto a la Ermita de la Caridad (Acceso por H-120), que ofrece una de las mejores vistas de la isla.
A finales de junio, cuando el calorcillo de esos veranos canarios suaves empieza a apretar, el verde se apaga y Nisdafe se viste de un amarillo pajizo a la espera de nuevas aguas que resuciten la lujuria vegetal. Entonces, para ver verde hay que tirar para abajo en busca de los pinos de la Hoya del Morcillo o hacia el Norte en busca de la Laurisilva que tapiza el escalón de mil metros que separa este altiplano mágico de las costas de La Frontera. Nisdafe esperará hasta la llegada de la temporada de lluvias (a partir de octubre) para volver a vestirse de verde. Pero el agua seguirá preñando el interior de la isla gracias a los miles de garoés que, en los altos de la isla, seguirán robándole el agua al viento. Gota a gota.
COMER
Casa Goyo (Dirección: Carretera H-1 sn –junto a Ventejís-; Tel: (+34) 922 551 263) Su famosa ‘pechuga enrollada’ es célebre en toda la isla. También es uno de los mejores lugares de El Hierro para comer un bacalao encebollado. Recomendable.
La Igualdad (Dirección: Carretera H-1 sn –San Andrés-; Tel: (+34) 922 551 733) Un clásico de la isla de El Hierro. Especialidades culinarias de la tierra. Impresionantes los platos que tienen al cordero y al cabrito como protagonistas. Quesos imperdibles.
Mirador de la Peña (Dirección: Carretera de Guarazoca sn –Guarazoca-; Tel: (+34) 922 550 300) El mejor restaurante de la isla. Toda la tradición culinaria de El Hierro elevado al estatus de alta cocina. Las vistas sobre El Golfo son impresionantes.