Amberes es una revista digital volcada en la divulgación de contenidos culturales y con un especial interés en los nombres y eventos de la escena santanderina.
Emulando la vocación comercial de la ciudad que le da nombre, nuestra revista aspira a transformarse en un polo de intercambio no ya de bienes tangibles, sino de una serie infinita de ideas cuyo anclaje se encuentra en las manifestaciones culturales más dispares. Nuestro propósito es acercarnos a éstas sin miedo para mediar entre ellas y nuestros lectores.
Síguelo en redes
El imperio persa: dos realidades
Viaje a Irán con un interesante encuentro entre la historia milenaria del país y la realidad actual que podemos encontrar paseando por sus calles.
Persépolis, cerca de la ciudad de Shiraz. Hace mucho calor y la gente busca cualquier sombra para cobijarse. No son muchas personas. Este monumental complejo que antaño fuera capital del gran imperio persa se encuentra en un terreno montañoso de difícil acceso. Palacios, estatuas y tumbas a mi alrededor, aun después del incendio que sufrieron en tiempos de Alejandro Magno te cuentan una historia trepidante: la del gran poder aqueménida persa.
Sentada enfrente de la llamada «Escalera Este de la Adapana», contemplo la talla de sus piedras; en muchos aspectos, representa un antes y un después en la historia que nos atañe. Llevo diez días recorriendo las tierras cuna de una de las civilizaciones más antiguas de la historia, los elamitas, que junto a los babilonios y asirios dominaron el milenio a.C. Tras siglos de dominio asirio y medo, un noble de la familia aqueménida, Ciro I, los sometió, unificando a los persas y conquistando Babilonia, Siria, Asia Menor y el levante mediterráneo. Y su sucesor, Cambises, continuaría con la conquista, conformando el mayor imperio de Próximo Oriente.
Y llegó Darío I, autor del monumento frente al que me encuentro; organizó el imperio a través de las satrapías, instauró el zoroastrismo como religión oficial y construyó palacios y monumentos en las dos capitales del imperio, Suso y Persépolis. Quiso alcanzar una gloria propia, distinta a la de su familia, y comenzó la construcción de este grandioso complejo palaciego, que sería continuado por sus sucesores Jerjes I y Artajerjes I.
Si juntas en filas a todos los turistas que visitan las ruinas, puedes imaginarte como serían las grandes recepciones que aquí eran celebradas, las ceremonias de Año Nuevo o las visitas primaverales de la corte. Hay zonas de uso público, como la Puerta de las Naciones, la sala del trono o la sala de audiencias; y zonas privadas, como el harem de Jerjes o los palacios de Darío, Jerjes y Artajerjes. La escalera de la sala de audiencias es una de los restos mejores conservados de Persépolis, pues tras el fuego el techo se derrumbó, protegiéndola. Está compuesta por tres entrepeldaños tallados, norte central y sur, y transmite un sentimiento de orden, rigor. El norte muestra la recepción de Año Nuevo, y el sur la recepción de varios personajes representantes de las 23 naciones sometidas, con guías persas y medos, que traen consigo ofrendas para el gobernador: elamitas, armenios, babilonios, asirios, egipcios, partos, nubios…
Persépolis es símbolo de grandeza, y no sólo por sus construcciones: significó un cambio de rumbo en el imperio, una oda a Ahura Mazda, el creador según el zoroastrismo, y una declaración social, pues no fue construida por esclavos sino por trabajadores asalariados provenientes de todo el territorio. Fue un punto álgido que marcó el mayor esplendor y el comienzo del declive: los sucesores de Darío I se enfrentaron a los griegos, y en el s. IV Alejandro Magno les invadió e incendió su gran capital cuando hasta entonces era conocido por su política de asimilación de los territorios conquistados. ¿Por qué incendió Persépolis? ¿Venganza por el saqueo de Atenas? ¿Una decisión precipitada? Quizá fuese una simbolización de las guerras panhelénicas y un ataque al corazón del imperio aqueménida, señalando a todo Oriente el fin de su poder.
Persépolis fue aún visitada durante posteriores dinastías sasánidas, que defendieron Irán ante los romanos, hasta que en el s. VII se produjo la invasión árabe que destronó al último sha, Yazgard III. Tras la revolución popular islámica del pasado siglo, ha habido varios ataques contra el arte preislámico, no siendo Persépolis una excepción: fueron enviados buldóceres a las ruinas con el fin de destruir el que es, desde 1979, Patrimonio de la Unesco, pero los habitantes de Shiraz se unieron para evitar tal desgracia. Y es así que Persépolis sigue conservando su magia hasta día de hoy, siendo lección de más cosas de las que pudieran parecer en un principio.
«No te asombres de los giros que dan los tiempos,
que la rueda recuerda miles, miles y miles de cuentos (…)
Y tal vez, entre estas ruinas, un tesoro hallaremos.» Hafez.
La dictadura del rosa
Te hablo a ti, mujer. Que esta mañana te has levantado sintiéndote alegre, ¡mañana es viernes! Contenta y relajada, te has puesto unos cómodos vaqueros y una camisa para ir a trabajar, dándole un poco de vida a tu conjunto con unos preciosos pendientes de perlas que tu madre te regaló el año pasado en Navidad. Te lavaste el pelo ayer, así que lo llevas suelto, al viento, y mientras caminas hacia la oficina te sientes hermosa. Y piensas en mañana, vas a irte de cena especial con tu novio, y después vas a ver a tus amigas para tomar una copa. Ayer te compraste un vestido precioso en Zara, de un azul celeste que resalta el color de tus ojos, y sabes que te vas a ver y sentir fantástica. Suena como un buen fin de semana, ¿no?
Ahora, a ti mujer que me lees. Cierra los ojos e imagínate que, de repente, tu gobierno decide que tienes que vestir de rosa. No los hombres, sólo tú; rosa fucsia de arriba a abajo. Braguitas, sujetadores, calcetines, medias y todo lo demás. ¿Un sombrero? Rosa. ¿Un collar? Rosa. ¿Tapones para los oídos? Rosas. ¿Brackets en los dientes? Rosas.
Si un día, por deseo o por descuido, pones en tu atuendo algún otro color, prepárate: ¡puta!, ¡atrevida!, ¡descarada! Acto seguido, unas señoras mayores llamadas «agentes de moral», vestidas de un rosa impoluto, te pararán en la calle para explicarte porque lo que estás haciendo es incorrecto e inmoral: corteses primero, amenazantes después. Y si no asientes, agachas la cabeza y acatas la autoridad, eres una estúpida rebelde que no entiende que el gobierno sólo hace esto por tu bien.
Verás: el gobierno de tu país ha decidido que vestir de cualquier otro color que no sea rosa es ilegal. Pero… a ti e gusta el color rosa, como cualquier otro, pero no quieres llevarlo continuamente, menos aún por la fuerza. Vistiendo como a ti te gusta no haces daño a nadie, sigues siendo la misma persona. ¿Por qué has de acatar esta norma entonces? Porque vives en un país rosa, donde la ley es rosa, la moral es rosa y el comportamiento es rosa.
Sé lo que estás pensando: ¡Qué disparate! Pareciera un argumento sacado de alguna novela de Orwell. Bueno, pues lamento sorprenderte: esto está ocurriendo ahora mismo. En este mismo instante, mientras me lees, una joven de dieciséis años está siendo increpada por no cumplir la ley. ¿Su delito? Llevar el cabello que se lavó ayer suelto al viento; sentirse hermosa.
Cambia el color rosa por un apretado hiyab en la cabeza y mangas y pantalones largos. Cada día que pises la calle, deberás ir vestida así: no enseñes más que las manos y el rostro, y asegúrate que el pelo no asome por debajo de tu pañuelo. Y no olvides que no vistes así por deseo propio, convencimiento religioso o cualquier otra razón; vistes así porque de lo contrario serás humillada, multada y hasta encarcelada. Porque tu país no reconoce tu libertad y capacidad de decidir cómo vivir tu vida. Porque para tu país tú no eres nadie. Y las nadies tienen que esconderse.
¡Bienvenidas a la República Islámica de Irán!
Sé que esto no te afecta. Sé que esta noche vas a llevar tu vestido celeste y te vas a sentir fantástica. Pero por favor, antes de salir tómate un minuto delante del espejo: y siéntete afortunada por poder elegir algo tan sencillo como tu atuendo. Sí, todos jugamos dentro de unas reglas sociales, pero aun así sientes que eres capaz de expresarte. Sé consciente de que muchas jóvenes en Irán no lo son.
El rosa puede ser un color precioso, al igual que el amarillo, el morado o el azul celeste, pero sólo cuando lo vistes por decisión propia; porque en el momento que algo es obligado, todo color pierde su belleza. Y cuando te despiertas en este mundo paralelo, donde te han arrancado parte de ti al privarte de la libertad de elegir, tienes dos opciones: emigrar, o quedarte e intentar crear el cambio desde dentro. Ambas opciones son valientes, pero el corazón llora cuando conoces a alguien que decidió sacrificar su libertad y quedarse y luchar cada día, por la esperanza de que algún día las cosas cambiarán.
Yo soy ellas. Tú eres ellas. Todas lo somos. Sé su voz, y no un susurro, sino un grito que reverbere en cada esquina de la plaza de Isfahán; entre las torres de viento de Yazd; entre los reflejos de la mezquita Nasir ol Molk.
A ti, mujer que me lees: siéntete hermosa y en paz, y lucha por que toda mujer pueda hacerlo. Así que, la siguiente vez que alguien quiera que te vistas de rosa en contra de tu voluntad, mírale a los ojos ¡y grita!
A ti, hombre que me lees: no sientas alivio e indiferencia porque te crees a salvo. Tú y yo somos un equipo, y nadie quiere en su equipo a una flor enjaulada. Así que, la siguiente vez que veas a alguien tratar de vestir a una mujer de rosa en contra de su voluntad, mírale a los ojos ¡y grita!
Y a ti, bella mujer de ojos azul cielo y hermosos pendientes de rosa florecida, de salvaje melena y carismáticas palabras: eres una heroína.
Sobre este blog
Amberes es una revista digital volcada en la divulgación de contenidos culturales y con un especial interés en los nombres y eventos de la escena santanderina.
Emulando la vocación comercial de la ciudad que le da nombre, nuestra revista aspira a transformarse en un polo de intercambio no ya de bienes tangibles, sino de una serie infinita de ideas cuyo anclaje se encuentra en las manifestaciones culturales más dispares. Nuestro propósito es acercarnos a éstas sin miedo para mediar entre ellas y nuestros lectores.
0