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Amberes es una revista digital volcada en la divulgación de contenidos culturales y con un especial interés en los nombres y eventos de la escena santanderina.

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Luces y sombras: historia de la linterna mágica

La Laterna Magica (c. 1760) |

Mario González-Linares

La linterna mágica fue un formato audiovisual con una notable resonancia cultural entre los siglos XVII y XIX. Durante esta última centuria se asistió a su consolidación como medio de comunicación de masas en un contexto de creciente industrialización. Este artefacto óptico se sustentaba en la proyección de imágenes y la reproducción sincrónica de sonidos para su exhibición ante una determinada audiencia.

La invención de la linterna mágica se atribuye al físico neerlandés Christiaan Huygens (1629-1695), quien en 1659 realizó un diseño de la misma cuyo original manuscrito se halla custodiado en la biblioteca de la Universidad de Leiden. En el documento se observan diez figuras macabras que, dispuestas sobre dos láminas de vidrio -una con esqueletos sin cráneo ni brazo derecho y otra con los cráneos y brazos ausentes en aquélla-, habrían posibilitado la manufacturación de una placa animada. Con todo, existen numerosos indicios de su posible existencia con anterioridad a esa fecha, si bien es cierto que se trata de casos sin verificar.

Su popularización estuvo precedida por un accidentado camino hacia su perfeccionamiento, en el que intervinieron científicos de toda Europa, como los británicos Richard y John Reeves o el germano Johann Zahn. Gracias a sus aportaciones, se crearon lentes cada vez más transparentes y se perseveró en la eliminación de burbujas, aberraciones y otros defectos de fabricación, que durante largo tiempo obraron en perjuicio de la calidad de proyección.

Por desgracia, apenas se han conservado ejemplares primigenios de linterna mágica ni de las placas que llevaban aparejadas. Los grabados del período constituyen uno de los principales testimonios de su rica tipología. A partir de ellos se ha podido constatar su factura artesanal en materiales livianos, como la madera. Las placas podían ser elaboradas por los propios linternistas y referían motivos procedentes del folklore, la religión o la vida cotidiana. Linterna mágica y placas eran concebidas para su sencillo transporte en cajas que hacían las veces de soporte durante los espectáculos.

Merced a estos avances, los feriantes no tardaron en apropiarse de tan asombroso invento con vistas a obtener un beneficio económico. Los primeros linternistas desempeñaron un oficio popular pero de pobre reputación. Conocidos también como saboyanos, estos pioneros escenificaban sus funciones a pie de calle o en el interior de ventas, tabernas y domicilios, y no era infrecuente que estuvieran acompañados por sus familias, con las que podían compartir una existencia itinerante. Acostumbraban a portar consigo instrumentos musicales con el objeto de atraer a la multitud y proporcionar acompañamiento a sus narraciones. Sus espectáculos se hicieron merecedores de las suspicacias de los privilegiados, que los contemplaron como una amenaza contra el orden imperante a causa de su habitual contenido subversivo.

Sin embargo, la linterna mágica no sólo estuvo sujeta a propósitos recreativos, sino que sirvió a la difusión del conocimiento científico en centros de enseñanza y asociaciones culturales. Por si ello fuera poco, el artilugio fue instrumentalizado por parte de congregaciones religiosas con afán proselitista, así como por ligas contra el consumo de alcohol o la propagación de la tuberculosis.

La linterna mágica alcanzó la madurez de la mano de Étienne-Gaspard Robert (1763-1787), más conocido como Robertson, padre del género de la fantasmagoría. Su puesta de largo tuvo lugar en París en 1798 con unas sesiones tempranas que hicieron las delicias del público de la capital francesa, sacudido por la originalidad de la propuesta. A lo largo de las tres décadas siguientes, su responsable llevó el espectáculo de gira por toda Europa, cosechando un éxito tras otro.

Robertson legó a la posteridad una reveladora obra en dos volúmenes con el título Mémoires récréatifs, scientifiques et anecdotiques. En ella se encuentra recogida su metodología de trabajo, con alusiones a sus fuentes de inspiración, notas relativas a la escenificación y glosas acerca del rol que ejercía en el transcurso de las proyecciones. El belga acudió a la literatura, la Biblia, el folklore, la comedia y la mitología para orquestar un espectáculo que ponía a prueba la credulidad del espectador. Uno de sus temas predilectos fue la muerte, que hacía acto de presencia mediante esqueletos, ataúdes y cementerios y convivía con un deseo deliberado de emular los inquietantes escenarios de la novela gótica.

Con el fantoscopio como aliado, Robertson podía aumentar o disminuir a placer el tamaño de las imágenes proyectadas. Por otro lado, la aplicación de un astuto sistema de obturación e intercambio de placas posibilitó la aparición, desaparición y desplazamiento de las figuras sobre la pantalla. Efectos de sonido y acompañamiento musical incidían en las líneas maestras de la función.

Ya en las postrimerías del siglo XIX se dio una rápida proliferación de compañías dedicadas a la fabricación en serie de aparatos y placas de linterna mágica, un mercado muy competitivo que ofrecía grandes perspectivas de negocio. Para ello fueron precisas la previa simplificación del proceso productivo -su mecanización- y la implementación de un conjunto de innovaciones técnicas de carácter aislado. De este modo, la linterna mágica se transformó en un bien accesible tanto para profesionales como para aficionados, que podían adquirirla junto con colecciones de transparencias, instrucciones de uso y publicaciones que se hacían eco de trucos y consejos a través de los cuales cautivar al público.

No obstante, la hasta entonces lucrativa industria entró en crisis a partir de 1910, en paralelo a la expansión de la fotografía y el cinematógrafo, con los que la linterna mágica no fue capaz de competir a largo plazo.

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