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Eulalio Ferrer, vivir para recordarlo

1939. Eulalio Ferrer, a los 19 años, viste un uniforme de capitán del ejército de la República Española. Es el uniforme de un capitán derrotado. Un capitán imberbe y menudo. Su ciudad, Santander, ha sido tomada por las tropas franquistas. Madrid está a punto de caer. La República es un animal moribundo. Ferrer cruza la frontera. Atrás queda todo. Delante hay una carretera que se adentra en Francia. A través de ella marchan miles de republicanos españoles. La mayoría no volverá nunca.

1940. En México no hay guerra. En México no hay campos de prisioneros. En México los exiliados españoles recuperan el tiempo arrebatado, el pulso tranquilo de una tierra sin violencia. Eulalio Ferrer se instala en Oaxaca con sus padres y sus hermanas. Para ganarse la vida recita poemas de Machado y García Lorca. Le quedan los recuerdos de tres años de guerra, de un viaje en barco a través del océano intentando adivinar que hay detrás del futuro. En México no hay guerra, a partir de ahí se puede empezar a construir una vida.

1935. El periódico La Región publica el primer artículo de Eulalio Ferrer, un adolescente de 14 años. Su padre trabaja como tipógrafo y corrector, de ahí que el periodismo no le resulte ajeno. También el socialismo le viene de familia. Ferrer se compromete con la República y sella su destino. A los 16 años es nombrado secretario local de las Juventudes Socialistas de Santander, la sección del partido fundada por Bruno Alonso, diputado en Madrid. Sus últimos artículos en prensa publicados en España están escritos desde el frente de Burgos, a vista de trinchera de la derrota.

1946. Seis años de exilio. Ferrer dirige la revista El Mercurio, en la que empezó a trabajar como redactor poco después de su llegada a México. Hace tiempo que se interesa por la publicidad y prepara un proyecto que terminará de cambiarle la vida, la agencia Anuncios Modernos. La apuesta es arriesgada, pero sale bien. En 1960 Anuncios Modernos se convierte en Publicidad Ferrer, una firma con proyección internacional que liderará durante décadas el mercado de la publicidad en México.

1939. La carretera se adentra en Francia. Los que caminan, vestidos con ropa de muchos días, sobre suelas de zapatos desgastados, no saben que avanzan hacia el campo de prisioneros de Argelès sur Mer. En la cuneta van quedando los mutilados y los enfermos. En el pueblo de Banyuls la columna se detiene a descansar. Eulalio Ferrer repara en un hombre y en una anciana que tiemblan de frío en un banco. Hay algo familiar en la figura del hombre: el sombrero, la forma de apoyarse en el bastón mientras estrecha a la mujer contra su hombro. Ferrer se acerca. Descubre que el hombre que tiembla de frío es Antonio Machado. La anciana es su madre. Ferrer le entrega su capote militar. “Si ven a mi hermano, díganle que venga, que ya me cansé de esperarlo”, les pide el poeta, que morirá poco después, en Colliure.

1960. Publicidad Ferrer convierte a su fundador en un hombre rico. Cuando Ferrer se compra un coche su padre, enfurecido, le hace entregar el carnet del PSOE. “Tú eres un burgués, no se te ocurra volver por el partido”. Esas son las palabras.

1964. La editorial Diana publica Enfoques sobre la publicidad, con prólogo de Salvador Novo. Es el primer libro de Ferrer. El tiempo le permitirá escribir cerca de cuarenta libros más, casi todos ellos relacionados con la comunicación y la publicidad. Obras destacadas: El lenguaje de la publicidad, De la lucha de clases a la lucha de frases, Información y comunicación. Ferrer esperó hasta 1987 para publicar Entre alambradas, una rareza en su bibliografía, una memoria personal del desastre donde narra sus experiencias en la guerra y en el campo de prisioneros.

1991. El 11 de abril la Academia Mexicana de la Lengua elige a Eulalio Ferrer para ocupar el sillón XXII que había dejado vacante el catedrático Alfonso Noriega Cantú. Su discurso de ingreso se tituló Aportación a un estudio del lenguaje publicitario. Fue miembro correspondiente de la Real Academia Española y de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. En 1992, a petición suya, la RAE introdujo en el diccionario el verbo cantinflear, con la definición de hablar de forma disparatada e incongruente y sin decir nada o actuar de la misma manera.

1969. Eulalio Ferrer vuelve a Santander por primera vez desde que cruzó la frontera de Francia 30 años atrás. El régimen franquista parece dispuesto a tolerar a un exiliado que ha hecho fortuna en México. Un periodista de la Falange le ha prometido que nadie intentará detenerle durante su visita. Ferrer se dirige al cementerio de Ciriego con un ramo de claveles. Pasea entre las tumbas, hasta espacio abierto donde arroja, una a una, las flores sobre la tierra. Un vigilante se detiene ante la escena.

- ¿Qué hace usted?

- Echo claveles sobre mi tumba - responde Ferrer.

- ¡Pero usted está vivo!

- Sí, pero si no llego a irme estaría enterrado aquí.

1939. Un miliciano recorre el campo de prisioneros de Argelès sur Mer intentado cambiar un libro por un paquete de cigarrillos. Silencio, una atmósfera cargada, miedo e incertidumbre. Eulalio Ferrer, que no fuma, recuerda que alguien le ha entregado un paquete de tabaco al cruzar la frontera. Llama al miliciano, le da los cigarrillos y se queda con el libro. Lo guarda en la mochila que utiliza de almohada, sin detenerse a mirar la portada. Por la mañana descubre que el libro es una edición de El Quijote de 1912 de la editorial Calleja. En Argelès los exiliados se agarran a cualquier objeto material -cigarrillos, fotografías- o inmaterial -planes de fuga, esperanza- para sobrevivir a los días inútiles. Eulalio Ferrer se sostiene leyendo a Cervantes.

2009. Solo queda recordar. Recordar, por ejemplo, la apertura en 1987 del Museo Iconográfico del Quijote en la ciudad de Guajanato, para el que Ferrer donó su colección privada de cerca de 850 piezas de artistas internacionales relacionadas con el personaje: pinturas, cerámicas, esculturas, grabados. Recordar, también, las distinciones, los homenajes: Orden al Mérito Civil de España, Medalla de Plata de Santander, Hijo Predilecto de Cantabria. Recordar los mecenazgos, el Premio Menéndez Pelayo que le permitía regresar en verano a Santander, donde no había muerto durante la guerra, donde no fue enterrado en una fosa común. Llegó a decir: “A veces me preguntan cuánto he gastado en el Museo Iconográfico del Quijote, o en patrocinar premios, por ejemplo. Les digo: una casa en Nueva York, otra en París, otra en Madrid, y un yate en el puerto de Santander. No tengo eso, pero me siento bien pagado”. Murió en Ciudad de México a los 88 años.

1939. Eulalio Ferrer, a los 19 años, viste un uniforme de capitán del ejército de la República Española. Es el uniforme de un capitán derrotado. Un capitán imberbe y menudo. Su ciudad, Santander, ha sido tomada por las tropas franquistas. Madrid está a punto de caer. La República es un animal moribundo. Ferrer cruza la frontera. Atrás queda todo. Delante hay una carretera que se adentra en Francia. A través de ella marchan miles de republicanos españoles. La mayoría no volverá nunca.

1940. En México no hay guerra. En México no hay campos de prisioneros. En México los exiliados españoles recuperan el tiempo arrebatado, el pulso tranquilo de una tierra sin violencia. Eulalio Ferrer se instala en Oaxaca con sus padres y sus hermanas. Para ganarse la vida recita poemas de Machado y García Lorca. Le quedan los recuerdos de tres años de guerra, de un viaje en barco a través del océano intentando adivinar que hay detrás del futuro. En México no hay guerra, a partir de ahí se puede empezar a construir una vida.