El Grupo de Trabajo Desmemoriados está compuesto por personas comprometidas con la construcción y la preservación de la Memoria Colectiva de Cantabria. Desmemoriados trabaja de forma abierta y plural en proyectos que ayuden a difundir el legado común de la lucha por una sociedad digna, y aporta herramientas metodológicas y tecnológicas para la conservación y divulgación de las voces y los elementos documentales que conforman la memoria colectiva de Cantabria.
Desmemoriados aborda así proyectos concretos de recuperación, conservación y difusión de esa memoria así como alimenta y comparte una base de datos de acceso público con fotografías, documentos, testimonios, pegatinas, carteles… que documentan, siempre de forma incompleta, la trayectoria social y política desde la II República hasta los años 90 del siglo XX.
Una infancia, dos países, dos guerras: los “niños de Rusia”, de la Guerra Civil española a la II Guerra Mundial
La vida de estos “niños de la guerra” se vio marcada decisivamente por los conflictos bélicos desarrollados entre 1936 y 1945. La repatriación de los evacuados a la Unión Soviética se demoró hasta 1956.
La historia de los niños de la guerra relacionados con Cantabria es un episodio prácticamente desconocido tanto por la ausencia de referencias bibliográficas como por el nulo interés que ha despertado el tema en los responsables de salvaguardar la historia regional.
Hace unos meses, familiares de una niña de la guerra se pusieron en contacto con Desmemoriados por si nos interesaba trabajar este tema y dar a conocer las vicisitudes por las que pasaron aquellos críos que tuvieron que salir de España durante la Guerra Civil dejando atrás sus hogares y sus familias camino de la Unión Soviética, en busca de una seguridad que aquí peligraba.
En el documento de este mes queremos rendirles homenaje sacándolos del olvido y poniendo de manifiesto su coraje para adaptarse a una nueva vida en los años más duros del siglo pasado. Son dos historias de vida pero podrían ser muchas más. Solo en la localidad de Somo antes de partir se habían reagrupado 42 niños con destino a la URSS.
Nuestra primera protagonista es María del Carmen de los Ríos, nacida en Santander en 1923 y la mayor de los seis hermanos que en junio de 1937 y ante el avance de las tropas franquistas fueron conducidos a Santurce desde donde el día 13 partieron rumbo a Leningrado a bordo del vapor 'Habana', dejando en España a sus padres; él miliciano socialista, y dos hermanos más.
Después de una breve escala en el puerto francés de La Rochelle llegaron a la ciudad báltica nueve días más tarde donde Carmen recordaba lo bien que fueron acogidos tanto por las autoridades soviéticas como por la población local. Allí desde un principio se ocuparon de que no les faltara de nada y tras pasar un reconocimiento médico los más pequeños fueron destinados a un centro de menores en Pushkin, distante 24 kilómetros de Leningrado; otro hermano con problemas más serios pasó su convalecencia en Eupatoria, Crimea, quedándose en la actual San Petersburgo Carmen y su hermana María. Las dos hermanas ocuparon plaza en la casa Nº9 donde fueron escolarizadas por maestros rusos y españoles en un periodo de adaptación a las nuevas circunstancias.
Desde su llegada a 1941 fueron tiempos tranquilos que, sin embargo, se iban a ver truncados por la Operación Barbarroja, denominación alemana del ataque y frustrado intento de invadir la URSS. La expansión nazi hacia Leningrado fue rápida pero iba a chocar con las intricadas defensas que el ejército rojo y la ciudadanía habían construido y ante la dificultad de conquistar la ciudad, Hitler ordenó sitiarla y rendirla por hambre y frío, sitio que comenzó en septiembre del 41 y finalizó en enero de 1944 llevándose por delante más de 600.000 vidas.
Carmen y su hermana participaron en la movilización de la ciudad y ella estuvo trabajando en la fábrica textil Bandera Roja, ayudando en el hospital y en la construcción de trincheras además de fundiendo hielo para combatir la escasez de agua. En marzo de 1942 pudieron burlar el acoso alemán atravesando el congelado lago Ladoga, auténtico “camino de la vida” como empezó a denominarse, en compañía de otros 140 chicos y chicas junto a un grupo de profesores españoles y rusos. Así comenzó una auténtica odisea de más de 5.000 Km. en dirección sur buscando alejarse de la barbarie nazi, unas veces a pie, otras en ferrocarril o en camiones, solos o acompañados por soldados rusos bajo la amenaza constante de la aviación alemana y con el miedo a cruzar campos minados.
En torno a abril llegan a la ciudad de Mostovskoi, en el suroeste ruso, donde trabajaron en koljoses (explotaciones agrarias de carácter colectivo) recogiendo cereales y continuaron con su educación durante cuatro meses más, pero el frente de guerra se aproximaba y el peligro se cernía de nuevo sobre ellos. En el traslado hacia Armavir el grupo se dividió en dos, Carmen se quedó más rezagada que su hermana María -en su grupo había dos heridas- cuando vadeando un río en el que el puente había sido volado fue apresada junto a sus compañeros por paracaidistas alemanes. Las dos hermanas nunca se volvieron a ver.
Los militares nazis estaban buscando guerrilleros soviéticos para eliminarlos y el grupo salvó la vida gracias a la presencia entre ellos de un divisionario cántabro del que Carmen nunca supo su nombre pero sí su lugar de nacimiento, Villaverde de Pontones.
De agosto a noviembre, Carmen permaneció en la zona ocupada hasta que el mando alemán decidió enviar el grupo hacia Berlín vía Cracovia (Polonia). En la capital del Reich fueron acogidos en el Instituto Iberoamericano siendo protagonistas involuntarios de la propaganda llevada a cabo por la embajada española en colaboración con las autoridades berlinesas.
El 1 de diciembre de ese año abandonaron Alemania bajo las órdenes del Servicio Exterior de Falange y tras cruzar la Francia invadida entraron en España por Irún, levantando suspicacias desde su llegada porque no hay que olvidar que eran hijos de rojos.
El día 12 del mismo mes llegaron a Madrid y el 19 Carmen fue entregada a sus tías por el gobernador civil de la provincia de Santander, Joaquín Reguera Sevilla, y el secretario de la Junta de Protección de menores, Mariano Romajero.
En la España de la postguerra Carmen continuó una vida llena de dificultades como la de otros tantos millones de españoles en aquellos tiempos de hambre y miseria. Sus hermanos nunca volvieron de Rusia y allí hicieron sus vidas.
La segunda historia de vida es la de María Antonia Reyes Hernández y Aurelio Cepedal, que se conocieron en la URSS siendo ya adultos. Ella y su hermano Andrés, santanderinos de 10 y 6 años respectivamente, eran hijos de una familia numerosa que decidió enviarlos a la Unión Soviética por razones obvias.
Aurelio, de 11 años, procedía de Sama de Langreo y su familia, que siempre había estado implicada en los movimientos políticos protagonizados por la izquierda asturiana, prefirió poner a salvo la seguridad del guaje. De hecho, varios familiares directos suyos fueron asesinados por los sublevados.
Partieron de Santurce en junio de 1937 hacia Leningrado y siempre recordaron el buen trato que les dispensaron tanto en el buque como en la ciudad de acogida. Una vez en territorio ruso ella fue llevada junto a su hermano y otros muchos niños españoles a Krasnovidovo, región de Moscú, y fueron alojados en la casa nº2 bajo la tutela de profesores rusos además de profesores españoles, con el objetivo de que no perdieran su idioma y sus costumbres natales. Cuando estalló la guerra fueron trasladados a la capital y allí trabajaron en las defensas de la ciudad moscovita. Ella nunca pudo olvidar el fragor de las bombas cayendo.
Aurelio, por su parte, con un problema en los oídos, tras el desembarco en la antigua Petrogrado fue conducido a Eupatoria para ser tratado de su dolencia. Con el inicio del conflicto bélico y la movilización general comenzó a trabajar en una fábrica de armamento en Tiblisi, República Soviética de Georgia.
La victoria en la Gran Guerra Patria permitió a María Antonia y a Aurelio llevar a cabo su vida profesional. Ella estudió Farmacia en la Universidad de Moscú, obteniendo muy buenas notas y trabajando en verano en un koljos, tiempo del que siempre tuvo buen recuerdo a pesar de la dureza del trabajo. Gracias a sus estudios dirigió un laboratorio farmacéutico en el que se hacían fórmulas magistrales para ser distribuidas por Moscú, aprovechando su tiempo de ocio para cultivar su afición por la música y, especialmente en verano, acudir con frecuencia al teatro Bolshoi, además de disfrutar de vacaciones, pagadas por el gobierno en diversos balnearios como los de Sochi o Sujumi.
Mientras, en Tiblisi, Aurelio era ya fresador oficial de primera y dedicaba sus días libres a practicar el montañismo en la cordillera del Cáucaso. Posteriormente trabajó en la ciudad de Saratov y en la capital rusa, lugar en el que conoció a María Antonia.
Contrajeron matrimonio en Moscú en 1956 y ese mismo año en octubre volvieron a España. La muerte de Stalin y cierto deshielo en las relaciones entre España y la URSS favoreció el regreso de algunos de los denominados niños de la guerra al país de sus padres del que habían salido hacía casi 20 años.
En febrero de 1957 regresaron a Santander y, tras los encuentros familiares de rigor, la administración les prometió que si se quedaban en España les proporcionarían casa y trabajo. Tras un período de dudas, pudieron más los vínculos familiares y decidieron establecerse de nuevo aquí, pero las promesas se las llevó el viento. El régimen que les aseguró un mínimo nivel de vida incumplió sus promesas y Antonia, acostumbrada a desempeñar su trabajo se vio obligada a olvidarse de sus estudios, de su independencia, de su ocio y a asumir el papel que la España franquista de los años 50 tenía reservado para la mujer: la dependencia absoluta del marido. De hecho, se vieron obligados a casarse de nuevo. Como refrendo de lo anterior, su título universitario no fue convalidado hasta 1964 después de aprobar un examen. Pocos años después pudo abrir una oficina de farmacia.
Aurelio encontró empleo en Nueva Montaña Quijano tomando parte en la huelga de 1962 y en las primeras manifestaciones de oposición obrera al régimen en Cantabria, lo que le costó la pérdida de su puesto de trabajo. Tras pasar unos años muy duros encontró otro trabajo en Astilleros del Atlántico hasta su jubilación.
Hasta aquí la historia de estos niños de Rusia, que a pesar del paso de los años siempre estuvieron bajo sospecha recibiendo la visita 'ocasional' de la brigada político social interesándose por ellos. Es más, María Antonia y Aurelio tuvieron que viajar en dos ocasiones a Madrid a ser interrogados por agentes de la CIA estadounidense, muy interesada en sus actividades, su trabajo y sus amistades en la Unión Soviética.
Todavía en 1980, una hija de la pareja anteriormente citada, levantaba sospechas porque estudiaba ruso y junto a otros compañeros practicaba el idioma con marineros que llegaban al puerto de Santander, menos mal que entre ellos había un oficial del Ejército que el día del 23-F aconsejó al grupo de estudiantes que se fueran a casa y ocultaran los libros de la sospechosa lengua eslava.
Anécdotas aparte, Desmemoriados quiere agradecer a los descendientes de estos niños de Rusia que nos hayan permitido entrar en su intimidad para dar a conocer uno de los episodios más duros de la Guerra Civil: el éxodo de cientos de niños con la consiguiente desintegración de tantas familias, pues solo de Santander salieron 3.840 niños y niñas en julio de 1937.
La historia de los niños de la guerra relacionados con Cantabria es un episodio prácticamente desconocido tanto por la ausencia de referencias bibliográficas como por el nulo interés que ha despertado el tema en los responsables de salvaguardar la historia regional.
Hace unos meses, familiares de una niña de la guerra se pusieron en contacto con Desmemoriados por si nos interesaba trabajar este tema y dar a conocer las vicisitudes por las que pasaron aquellos críos que tuvieron que salir de España durante la Guerra Civil dejando atrás sus hogares y sus familias camino de la Unión Soviética, en busca de una seguridad que aquí peligraba.