Sáenz de Buruaga, la presidenta humillada por Casado que será segundo plato electoral del PP en Cantabria
Cuando María José Sáenz de Buruaga (Suances, 1968) tomó las riendas del PP de Cantabria en la primavera de 2017 sabía que iba a tener una titánica labor por delante si quería reconstruir la unidad dentro del partido y consolidar su liderazgo interno. Se convirtió en presidenta en un disputado Congreso Regional por tan solo cuatro votos de diferencia y tras una guerra fratricida en las primarias que reventó las costuras de una organización acostumbrada al 'dedazo'.
Ya ese primer día, durante su discurso de proclamación, escuchó gritos de “tongo, tongo” mientras hablaba y sus rivales no dudaron en poner en duda su legitimidad denunciando un “pucherazo” que llegó incluso a los tribunales. El sector crítico, que representa prácticamente a la mitad del partido, nunca enterró el hacha de guerra y puso tantas zancadillas como pudo para evitar que la actual presidenta del PP cántabro fuera candidata en las elecciones autonómicas.
Y a punto han estado de conseguirlo. Si bien la justicia dio la razón a la dirección regional surgida de aquel cónclave interno, lo que parecía la decisión definitiva para proclamar a Buruaga como cabeza de cartel y enterrar viejas disputas, la intervención de Génova a última hora hizo tambalearse a la dirigente popular, que tuvo que tragarse hace solo unos días la humillación de que Pablo Casado y su equipo impusieran a Ruth Beitia como número 1.
Esta maniobra, urdida por los diputados 'díscolos' cercanos al expresidente del PP y expresidente de Cantabria, Ignacio Diego, -que se impuso claramente en las primarias a Buruaga pero salió derrotado por el voto de los compromisarios en el Congreso Regional por un estrecho margen-, llevó a la veterana política al borde de la dimisión. No se iba, dijo, por “evitar un cisma”.
Sin duda, ha pasado los peores días de su vida política, “los más dolorosos”, tal y como ella misma ha reconocido. Relegada, ninguneada y despreciada como candidata. Y con sus más acérrimos rivales saboreando la venganza, pues siempre le han acusado de “traicionar” a Diego, amigo íntimo durante décadas y 'padrino' político a lo largo de toda su carrera.
Golpe de estado interno
La imposición de la medallista olímpica fue calificada como un “golpe de estado” por parte del equipo de Buruaga. Las razones esgrimidas para ello fueron aún más dolorosas: la dirección nacional aireó sus defectos como candidata, basados en los resultados de las encuestas que manejaban desde Génova y en la fama y el reconocimiento público del que gozaba Beitia gracias a sus logros deportivos.
Detrás de esos argumentos había muchas más cosas. Buruaga no vio venir los movimientos de 'supervivientes' como el diputado Santiago Recio, que impulsó a Beitia, tejió alianzas en Génova y le movió la silla cuando ella menos lo esperaba. Solo unos días antes, en la cena navideña del partido, la presidenta había estado haciendo cábalas y empezaba a especular con las listas electorales.
Personajes como Javier Maroto y Teodoro García Egea, capos en la estructura de Casado, contribuyeron también en la trama para desbancar a Buruaga. Apadrinaron a Beitia y consiguieron la 'rendición' de la actual presidenta del PP cántabro, que pagaba también de esta forma su apoyo explícito a Soraya Sáenz de Santamaría durante las primarias en las que Casado accedió al poder.
“Lo más fácil hubiese sido apartarme de la Presidencia, quitarme del medio y dar por terminada esta etapa. Ayer, a esta misma hora, había tomado la decisión de irme y tan solo estaba a expensas de compartirla con mi equipo”, dijo en la declaración sin preguntas que realizó tras la reunión extraordinaria del Comité Ejecutivo Regional del PP cántabro en el que se barajó la posibilidad de una dimisión en bloque tras la imposición de Beitia como candidata.
Esas palabras dieron para muchas bromas entre sus compañeros más críticos, que recordaban en privado que “no tiene dónde irse” después de una trayectoria profesional ligada exclusivamente al partido. Se afilió a los 23 años y, recién cumplidos los 50, lleva media vida trabajando en la órbita de la política, donde ha sido concejala, portavoz municipal, diputada autonómica, secretaria general, consejera de Sanidad, vicepresidenta del Gobierno regional y presidenta del PP cántabro.
Con este currículum, y tras el desplante de Génova, en sus propias filas consideraban a Buruaga como un “cadáver político” que lo único que podía hacer era resistir internamente a la espera de una salida honrosa. Y ese parecía el plan: garantizarse un buen puesto en la lista y proporcionar a sus fieles un acomodo, fiando sus opciones a un descalabro de Beitia el próximo mes de mayo.
Segundo plato electoral
Sin embargo, con lo que nadie contaba era con la debilidad de la medallista olímpica. Acostumbrada a la presión de las competiciones internacionales, no ha sido capaz de soportar ni dos semanas al frente de la candidatura del PP cántabro. Sus evidentes y comentados tropiezos en sus tres únicas intervenciones como aspirante y la oposición interna a su designación han provocado que Beitia tire la toalla, abandone la actividad política y renuncie a todos sus cargos.
Buruaga y los suyos tachaban de “frivolidad”, “ocurrencia” o “capricho”, según a quién se preguntara, la elección de la saltadora como cabeza de lista de un proyecto político que pretende ser hegemónico en Cantabria. La apuesta personal de Casado ha sido un 'gatillazo' en toda regla, pero nadie contaba con este desenlace a corto plazo. La rehabilitación de la presidenta del PP cántabro ha llegado de imprevisto, cuando ella misma había claudicado.
Así que Buruaga se ha convertido de repente en la única alternativa, en un segundo plato electoral para Casado, que tiene que tragar con una candidata en la que no cree, que desautorizó y humilló públicamente, tras un patinazo que ha generado aún mayores heridas dentro del seno del Partido Popular de Cantabria, donde hace más de dos años que cada uno hace la guerra por su cuenta.
Ahora, tras la 'espantada' de Beitia, la dirección nacional ha tenido que recuperar a Buruaga, que tiene la difícil papeleta de competir electoralmente como candidata en el momento de mayor debilidad del PP, con Ciudadanos y Vox pisándole los talones, y con el PRC de Miguel Ángel Revilla, aupado desde el Gobierno bipartito que comparte con el PSOE, rozando con los dedos su primera victoria en las urnas.
Los populares, que han ganado todas las elecciones autonómicas en Cantabria desde 1995, podrían ser segunda, tercera o incluso cuarta fuerza política, según algunas encuestas. Si se produce este descalabro, Buruaga podrá justificarse y atribuir el varapalo en las urnas a las maniobras impulsadas desde la cúpula de su partido, que terminaron por desestabilizar una más que maltrecha convivencia interna a solo cuatro meses de los comicios.