Aragonés hasta la médula e irlandés hasta los pliegues de su alma. Hasta en eso es poliédrico Chesús Yuste: escritor, historiador, político, animalista o hibernófilo... o todo al mismo tiempo. Quizá su vertiente más conocida es la de político. Ha sido fundador de la Chunta Aragonesista (partido del que fue secretario general entre 1998 y 2001), cuatro veces representante en las Cortes de Aragón y, durante 31 meses, diputado en Madrid -hasta el 26 de junio de 2014- donde apabulló a sus señorías con 2.075 iniciativas presentadas y 367 intervenciones en las comisiones y en el pleno.
No parece, sin embargo, un hombre hiperactivo. Camina con calma, bromea con tino y últimamente se concentra en uno de los temas que le apasiona: Irlanda. Con esa disculpa y alrededor de su último libro publicado -Regreso a Innisfree y otros relatos irlandeses, Editorial Xórdica- llega este jueves a la Librería La Vorágine de Santander, a partir de las 20.00 horas, para participar en un aquelarre que, bajo el nombre de Pintas, bardos, rebeldes y folk pretende responder a la pregunta de ¿por qué nos gusta tanto Irlanda? Lo hace poco después de poner el punto final a una novela negra que promete algo más que literatura. Su título lo insinúa todo: Asesinato en el Congreso. Hablamos con Chesús Yuste sobre algunas caras de esa cartografía multidimensional en la que se mueve.
Vamos a la pregunta básica… ¿por qué nos gusta tanto Irlanda?
Supongo que mi blog Innisfree1916 lleva diez años intentado responder a esa pregunta. Los dos millones y medio de visitas demuestran que hay mucha gente apasionada de Irlanda en todo el mundo. Somos víctimas del síndrome de Oisín, según acuñé en uno de mis relatos. Irlanda es un pequeño país que ha sabido combinar la universalidad que le da la lengua del Imperio con una firme defensa de su identidad. Quizá por eso es una potencia cultural, con cuatro Premios Nobel de Literatura y otras tantas figuras que lo hubieran merecido, con importantísimas aportaciones a la música en todos los estilos y con voces maravillosas… No en vano el emblema nacional es un instrumento musical, un arpa celta. Hay hibernófilos (amantes de Irlanda) en todo el mundo, descendientes o no de la diáspora irlandesa, y algunos aman su cultura, otros sus paisajes, otros su música, otros la magia que se respira... Creo que, además de todas esas cosas, nos enamora el carácter de los irlandeses, que es muy mediterráneo, muy abierto, y con un humor muy socarrón. Se parecen mucho a nosotros.
Y ahora… ¿por qué le gusta a usted Irlanda: las pintas, los bardos, los rebeldes, el folk?
A mí por supuesto me gusta la cerveza, la música celta, los paisajes verdes, la épica de los rebeldes irlandeses… Pero sobre todo me encanta cómo los irlandeses ponen en valor sus señas de identidad. Es un país orgulloso de sus escritores: todos tienen una casa-museo o un centro de interpretación. Cuidan mucho las huellas de la Historia, que están siempre muy presentes. Hasta las más dolorosas. En Irlanda los cementerios y las cárceles en desuso son lugares de atracción turística. Eso no es habitual.
En su último libro de relatos hay una llamativa mezcla de humor, nostalgia y poética. ¿Son ingredientes 'irlandeses' o es el tono narrativo de Chesús Yuste?
Sin duda son elementos que ayudan a trazar un entorno claramente irlandés. Me encanta moverme en ese ambiente, en línea con el pueblo imaginario de Innisfree, donde se desarrolla El hombre tranquilo de John Ford, como hice en mi primera novela, La mirada del bosque (ahora descatalogada). Pero a estas alturas también puedo confirmar que es mi tono narrativo. Sobre todo, ese sentido del humor entre la fina ironía y la socarronería aragonesa. En mi próximo libro, que se ambienta en España y no en Irlanda, por muy serios que sean la trama y el tono, siempre se me escapa ese humor.
Los irlandeses han sido, históricamente, migrantes, rebeldes, mestizos sin perder la identidad… Tal y como se está configurando Europa, ¿es lo que nos espera al resto?
Fíjate si son rebeldes que cada Tratado de la UE lo tienen que votar los irlandeses en referéndum porque un ciudadano se querelló contra el Estado y ganó en los tribunales. Por eso, los Tratados de Niza y de Lisboa, que fueron rechazados por el pueblo irlandés, hubo que modificarlos para volver a someterlos a referéndum. Cuatro millones de irlandeses decidieron el futuro de Europa, en lugar de los 500 millones de europeos. Una de las cosas que nos gusta de Irlanda es precisamente esa resistencia a la uniformización. Vivimos en un mundo globalizado, encontramos las mismas tiendas en todas las ciudades, los mismos productos, las mismas marcas, pero en Irlanda, sobre todo en la costa occidental, puedes encontrar la autenticidad de la biodiversidad cultural.
¿Qué puede aprender España –donde se niega toda salida política al conflicto en el País Vasco- del proceso de paz de Irlanda?
El proceso norirlandés fue de manual. Se aplicaron todos los ingredientes que tuvieron éxito en Sudáfrica y que ahora se intentan exportar a Colombia o Sri Lanka, entre otros conflictos. Sin embargo, aquí no ha habido manera. Con [José Luis Rodríguez] Zapatero se empezó a seguir el guion, pero ETA lo estropeó todo con la barbaridad de la T4 y [Mariano] Rajoy ha sido incapaz de facilitar el final de ETA. Parece que a algunos -en el norte de Irlanda los llaman los securócratas- contra ETA vivían mejor y les conviene seguir usando el fantasma de ETA. Es increíble que la banda quiera desarmarse y el Gobierno no esté dispuesto a recoger las armas. Espero que no las dejen en mitad de la calle ni caigan en la tentación de venderlas para financiarse un plan de pensiones. También es cierto que en el Norte de Irlanda había dos bandos armados enfrentados y eso facilitó el proceso.
En todo caso, la clave del proceso norirlandés es que abrió cauces democráticos para que el republicanismo irlandés pudiera en el futuro alcanzar sus objetivos por vías exclusivamente pacíficas. La sociedad estaba hastiada de violencia y había que darle una salida política a un problema que era político. Antes el Norte era un miniestado unionista de supremacía protestante, donde se discriminaba a la población católica/nacionalista, y ahora ya no hay ciudadanos de segunda y están aprendiendo a gobernar juntos los antiguos enemigos. Y además es legal convocar un referéndum sobre la unidad irlandesa. No puedes pedir a una banda armada que deje las urnas porque en democracia todo es posible y luego negarse a consultar a la ciudadanía. No es sano tener miedo de la democracia.
Sé que está terminando una novela negra, Asesinato en el Congreso, que bebe mucho de su paso por el Parlamento. ¿Son las Cortes el lugar para el crimen perfecto o un sórdido escondite de tahúres?Asesinato en el Congreso
[Risas.] La verdad es que la pasada legislatura fue terrible. Asistimos en primera fila al desmantelamiento del estado de bienestar. Cada viernes los consejos de ministros eran una película de terror, aprobando recortes y eliminando derechos. Retrocedimos cuarenta años en derechos y libertades. Y encima los diputados del PP aplaudían enfervorizados cuando se ratificaban esas medidas en las Cortes. Aquello sí que fue el crimen perfecto. «Si hay muertos, esto no es teatro. / Cuando hay muertos, es una guerra», dice un poema de Ana Pérez Cañamares. Y tiene razón: esa política ha provocado el empobrecimiento de nuestra sociedad y, en consecuencia, muertos reales, por falta de medicamentos en la sanidad pública o desahuciados que se suicidan, por ejemplo.
¿Qué razones cree que hay para mirar con esperanza el actual proceso político en España?
Creo que estamos en una crisis del sistema político emanado de la Transición y solo podremos salir de esta con el surgimiento de un nuevo sistema. Que sea continuista o rupturista es lo que se va a decidir a lo largo de la próxima década. No creo que del 26J vaya a surgir el nuevo mapa político definitivo para el próximo medio siglo, pero irán apuntándose algunas claves. En el sentido de que puede abordarse una reforma profunda del Estado, regenerando la democracia e impulsando una agenda social, creo que hay motivos para ilusionarse. Pero, claro, nos hemos decepcionado tantas veces antes…
Y a usted… ¿qué es lo que más le ilusiona de lo que ha ocurrido en este país los últimos años?
Sin duda, todo lo que ha nacido del 15M. Llevábamos décadas pidiendo a la sociedad que despertara, que se movilizara, a los jóvenes que fueran protagonistas… y de repente lo hicieron. Aquello expresó muy bien la indignación, el hartazgo sobre un sistema político agotado. El 15M cambió las reglas del juego. Ya nada volverá a ser como antes. Los partidos, nuevos o viejos, deben adaptarse a las nuevas exigencias de transparencia, participación, honestidad… Y este proceso aún no ha acabado, aún pueden pasar grandes cosas.
Hay mucho diagnóstico pero pocas alternativas realmente 'nuevas'. ¿Qué nos está faltando para cambiar este estado de cosas?
Sobra prepotencia en algunos actores emergentes, falta generosidad para articular grandes plataformas para el cambio. Resulta triste ver cómo quienes hablan de nueva política repiten los vicios de la vieja política y hasta diría que los perfeccionan. Ojalá sepan actuar con inteligencia el 27J y logren que se abra una nueva etapa de cambio político, como demanda la mayoría de la sociedad.