Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
8 de marzo, no a la violencia, no a la guerra
Este año, por el Día Internacional de la Mujer, volvemos a asistir a una manifestación. No será como ninguna otra. Las limitaciones del año 2021 ya son un recuerdo: Plaza del Ayuntamiento, señales en el suelo para marcar la distancia de seguridad, aforo muy limitado, protegidas por vallas, soledad y distancia. Habíamos pasado un año de pandemia, durísimo. Incertidumbre, muertes, soledad, ansiedad, restricciones y distancia, mucha distancia. Un año desde que la pandemia llegó a nuestras vidas y hubo quien nos culpó de los primeros contagios, tachándonos de irresponsables por manifestarnos 6 días antes de decretarse el primer Estado de Alarma. Nada hizo tanto daño como nuestras manifestaciones. Nada. Las malvadas feministas. Y un año después, estábamos solas, volvíamos a estar nosotras. A gritar “¡No estás sola! ¡Aquí estamos las feministas!”. Pero solas.
El apoyo que en los últimos años encontrábamos en la calle, en las manifestaciones, parecía un sueño. Unidas y unidos por los derechos de las mujeres trabajadoras, reivindicando la igualdad social y laboral. Un grito unánime contra todo tipo de violencia hacia las mujeres.
Este 8M volvemos y la pandemia, lamentablemente, sigue marcando nuestras vidas, junto a otros motivos. Volvemos atemorizadas, tristes y cansadas. Cansadas, porque hemos estado, también, en la primera línea de la pandemia y en los servicios esenciales. Porque estábamos en la farmacia, en los servicios de limpieza, en la atención primaria y la atención hospitalaria. En los servicios sociales, en los bancos de alimentos, en las redes comunitarias. En la atención de servicios de primera necesidad, alimentación, mercados, etc.
Cansadas porque también en los ERTE hemos sido las primeras en volver a casa. Porque muchas de nosotros estábamos antes de la pandemia en el trabajo no formal en los cuidados, limpieza y nos quedamos sin recursos. Las que trabajan en las actividades de abastecimiento del mercado y en el funcionamiento de nuestra sociedad, hostelería o servicios, llegábamos a casa y nos tocaba acompañar en las tareas de hijos e hijas con sus clases telemáticas. Porque hemos sido el soporte en nuestras familias, con ese trabajo no remunerado ni reconocido de los cuidados, sufrimos la precariedad laboral, temporalidad, reducción de jornadas y brecha salarial. Cansadas, verdaderamente cansadas.
Tristes, porque, a pesar de algunos cambios y las conquistas en derechos sociales y laborales, sabemos que nos queda mucho camino. Tristes, porque sabemos que muchas de nosotras hemos estado confinadas con nuestro agresor, para algunas su asesino. Porque cuando no nos podía controlar como quería, nos mató; cuando quisimos poner fin a una relación, nos asesinó. Tristes porque se sigue poniendo el foco en si nosotras hemos denunciado. Siempre. Porque seguimos sin tener conciencia como sociedad de la necesidad de poner el foco en el maltratador. Todas conocemos una mujer que ha sufrido violencia, pero pocas identificamos al violento. Tristes porque no puede ser consuelo que algo ha fallado en las medidas de protección, cuando otra mujer es asesinada. Tristes por la falta de conciencia y la falta de medidas efectivas. Tristes por la falta de educación.
No nos damos cuenta de que, cada vez que niegan la violencia de género, estamos retrocediendo en la educación de nuestros hijos e hijas y privándolos de una educación igualitaria. Necesitamos educar a nuestros hijos e hijas en el respeto y romper con los estereotipos sexistas. Educar a niños y niñas seguras, con mirada crítica, que identifiquen la desigualdad. Con una mirada inclusiva que ayude, respete y acompañe. Que no infravaloren a sus amigas, amigos y compañeras y compañeros, que se quieran y se sepan feministas. Reescribiendo el cuento, los niños también lloran, ya no son los que proveen el alimento, ni luchan contra el dragón, no hay princesas que rescatar. Nadie espera en el castillo para velar el descanso del guerrero. Él es fuerte, autosuficiente. Se quiere y quiere a los demás. Y los niños, niñas y niñes, viven felices.
Tristes y atemorizadas, por el repunte de los delitos de odio, racismo, xenofobia, porque la violencia hacia las personas LGTBI ha sufrido un incremento intolerable. Necesitamos ya celebrar la diversidad e incluir todas las realidades, pensar en las personas con discapacidad, diversidades sexo-afectivas, identidades y expresión de género. Porque seguimos sin reescribir el cuento de héroes y heroínas sin capa. Seguimos sin identificar los obstáculos y las barreras. Porque no solo no subimos los escalones de tolerancia, aceptación, respeto y compresión mutua para llegar a celebrar la diversidad. Tristes y atemorizadas porque vemos antipatía, prejuicio, LGTBIfobia, discriminación, estigma, odio y violencia.
Sumamos, además, el terror y las consecuencias de la guerra, la más feroz de las violencias. Ver la crueldad, la falta de escrúpulos de un hombre xenófobo, homófobo y machista, que lidera una invasión imperialista de una potencia nuclear a un país soberano es desgarrador. Un país invadido y devastado. Un país masacrado por un hombre que vulnera sistemáticamente derechos fundamentales de su propio pueblo.
Este 8 de marzo no quiero estar sola. No puedo estar sola. Iré a la manifestación sin temor, sin tristeza y sin cansancio. Con valentía, con firmeza y fortaleza. Comprometida con el diálogo, la negociación y reconstrucción. En un gran ejército de paz y feminista, que grite por todas las personas: “No a la violencia, no a la guerra”.
Este año, por el Día Internacional de la Mujer, volvemos a asistir a una manifestación. No será como ninguna otra. Las limitaciones del año 2021 ya son un recuerdo: Plaza del Ayuntamiento, señales en el suelo para marcar la distancia de seguridad, aforo muy limitado, protegidas por vallas, soledad y distancia. Habíamos pasado un año de pandemia, durísimo. Incertidumbre, muertes, soledad, ansiedad, restricciones y distancia, mucha distancia. Un año desde que la pandemia llegó a nuestras vidas y hubo quien nos culpó de los primeros contagios, tachándonos de irresponsables por manifestarnos 6 días antes de decretarse el primer Estado de Alarma. Nada hizo tanto daño como nuestras manifestaciones. Nada. Las malvadas feministas. Y un año después, estábamos solas, volvíamos a estar nosotras. A gritar “¡No estás sola! ¡Aquí estamos las feministas!”. Pero solas.
El apoyo que en los últimos años encontrábamos en la calle, en las manifestaciones, parecía un sueño. Unidas y unidos por los derechos de las mujeres trabajadoras, reivindicando la igualdad social y laboral. Un grito unánime contra todo tipo de violencia hacia las mujeres.