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Aburrimiento

El aburrimiento es una forma de experimentar el tiempo. Cuando nos aburrimos sentimos el tiempo, tomamos conciencia de su existencia; y esa experiencia puede ser enriquecedora, plena, pero nuestra sociedad la sanciona como algo de lo que hay que huir, un vacío que hay que rellenar. El aburrimiento es el mal hecho tiempo; un mal que el capitalismo combate sin descanso, porque todo tiempo no empleado en producir (trabajo) o en consumir (ocio) es tiempo malgastado. Y si dentro del capitalismo es difícil vivir sin trabajar, casi lo es más vivir sin ocio, sin pagar para divertirnos, distraernos, entretenernos, etc., en suma, para no aburrirnos, para evadirnos. Pero ¿evadirnos de qué? ¿De nosotros mismos, quizá?

El diccionario de la RAE dice que el aburrimiento es el “cansancio del ánimo originado por falta de estímulo o distracción, o por molestia reiterada”. El aburrimiento se presenta como algo negativo: es un cansancio y, por tanto, es indeseable. Y si el aburrimiento sobreviene porque fuera de nosotros hay una carencia (de estímulos o distracciones) o un exceso de algo (molestias inducidas, por ejemplo, por las personas aburridas), el remedio está claro y, sea cual sea nuestra necesidad, la industria del entretenimiento nos lo puede proporcionar. Posiblemente todos tengamos un vacío interior, pero ¿por qué debemos rellenarlo consumiendo?

La creatividad y los recursos que emplea el capitalismo para evitar que nos precipitemos en las simas del aburrimiento son abrumadores, y superan con mucho los que destina a erradicar la desigualdad social, el hambre o las consecuencias del cambio climático. Es casi un dogma que el aburrimiento es un mal y que debe ser combatido, pero la batalla que el capitalismo libra contra él es pura apariencia. Como decía mordazmente el ilustrado Paul Henri Thiry, Barón de Holbach, “el aburrimiento es la base del comercio”, “el aguijón que hace caminar al mundo”. Si el aburrimiento no existiera el capitalismo se hundiría; por eso casi se podría decir que el aburrimiento, tal como se concibe hoy, es un invento capitalista.

El capitalismo ha conseguido convertir el aburrimiento en negocio, pero ¿por qué arrendamos el solar de nuestro aburrimiento y, en lugar de cobrar por él, tenemos que pagar? Quizá sea hora de reconquistar ese espacio interior hecho de tiempo, de hacernos fuertes en él, y no cederlo tan inconscientemente. Visto de esa manera, aburrirse sin buscar desesperadamente la primera salida, sin consumir, es una de las maniobras antisistema más pacíficas y baratas que puedan imaginarse. Así lo sintetizaba Milan Kundera: “Aquellos que se resisten a los placeres organizados son desertores de la gran lucha común contra el aburrimiento”.

Pero si queremos ser radicales –ir a la raíz del asunto–, la primera pregunta que deberíamos formularnos quizá sea la siguiente: ¿Por qué debemos considerar que el aburrimiento es un mal, casi un delito, y no un bien, una liberación, una oportunidad para mirar y habitar la realidad de una manera renovada, fresca? Se puede pensar que la causa de nuestro aburrimiento proviene del exterior, pero su origen está realmente en nosotros mismos. Dylan Thomas lo condensaba en una hermosa fórmula bumerán: “Alguien me está aburriendo. Creo que soy yo”. Que el aburrimiento sea algo negativo o positivo depende, en gran medida, de nosotros mismos.

Siempre me sorprenden aquellos que, para huir del aburrimiento, justifican la necesidad de estar continuamente haciendo cosas diciendo que la vida es corta y hay que aprovecharla al máximo. Si se pararan a pensar quizá llegarían a la misma conclusión que Jules Renard: “La vida es corta, pero el aburrimiento la alarga”. Así que, querido lector, si quiere vivir más, tiene mucho tiempo que perder: abúrrase, repliéguese sobre sí mismo; sentirá cómo el tiempo se desprende de su existencia y se detiene, se hace materia y le envuelve. El aburrimiento es el camino más corto para acercarnos a la inmortalidad.

El aburrimiento es una forma de experimentar el tiempo. Cuando nos aburrimos sentimos el tiempo, tomamos conciencia de su existencia; y esa experiencia puede ser enriquecedora, plena, pero nuestra sociedad la sanciona como algo de lo que hay que huir, un vacío que hay que rellenar. El aburrimiento es el mal hecho tiempo; un mal que el capitalismo combate sin descanso, porque todo tiempo no empleado en producir (trabajo) o en consumir (ocio) es tiempo malgastado. Y si dentro del capitalismo es difícil vivir sin trabajar, casi lo es más vivir sin ocio, sin pagar para divertirnos, distraernos, entretenernos, etc., en suma, para no aburrirnos, para evadirnos. Pero ¿evadirnos de qué? ¿De nosotros mismos, quizá?

El diccionario de la RAE dice que el aburrimiento es el “cansancio del ánimo originado por falta de estímulo o distracción, o por molestia reiterada”. El aburrimiento se presenta como algo negativo: es un cansancio y, por tanto, es indeseable. Y si el aburrimiento sobreviene porque fuera de nosotros hay una carencia (de estímulos o distracciones) o un exceso de algo (molestias inducidas, por ejemplo, por las personas aburridas), el remedio está claro y, sea cual sea nuestra necesidad, la industria del entretenimiento nos lo puede proporcionar. Posiblemente todos tengamos un vacío interior, pero ¿por qué debemos rellenarlo consumiendo?