Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Adiós, Torri, adiós
Ayer nos despedimos de Torri, pobre angelito, un gato de unos tres años, abandonado, que vivió en una colonia de Torrelavega y que, por lo que se sabe, tuvo muy mala vida. Falleció mientras se recuperaba de un carcinoma por el que tuvieron que estirparle prácticamente las dos orejitas, y del que fue tratado porque lo recogió y cuidó con sus fondos y esfuerzo Cantabria Felina. En su convalecencia tuvo que lidiar con el frío y la humedad en el refugio debido a un problema de infraestructura: con las lluvias, se cayó el sistema eléctrico y, sin radiadores, en una vieja casa de piedra en la que hace bastante frío, muchos de los gatos, también él, enfermaron. Torri tenía las defensas por los suelos, y pasaba horas y horas solo en su jaula de enfermería, así que nos lo trajimos a casa cuando mi compañero, voluntario en el refugio, vio que en esas condiciones no resistiría más. Pasó su último día caliente, y cuando se le acariciaba aún ronroneaba, pero a la mañana siguiente ya no respiraba: se nos fue.
El abandono es uno de los problemas más importantes de bienestar de los animales de compañía. 118.352 gatos fueron recogidos en el año 2022, y el abandono o la pérdida afectó al 2.6% de los 4.492.000 gatos que se estima viven en España según datos del Estudio de Abandono y Adopción 2023 de la Fundación Affinity, aunque las asociaciones estiman que las cifras son muy superiores, pues muchos van a entidades pequeñas, son recogidos por particulares o mueren. Las protectoras recogen a 33 animales por hora, 790 por día, 24.000 por mes. Además, los gatos son más vulnerables al abandono y suelen ser recogidos heridos o enfermos y un 12% acaba muriendo, como ocurrió con Torri. Se sigue teniendo la estúpida idea de que dejas a un gato casero en una colonia o en la calle y sobrevivirá, pero los datos muestran con tozudez que no es así.
Además, a diario mueren muchos gatos callejeros porque las administraciones no se responsabilizan y las asociaciones ciudadanas llegan hasta donde pueden aportando su tiempo y sus recursos, a menudo más allá de sus posibilidades. Poco se sabe del esfuerzo anónimo para cuidar a estos felinos, domesticados por agricultores de Oriente Próximo hace 10.000 años para proteger el grano de insectos y roedores, y que hoy están domesticados a tal nivel que sobreviven mal si no es en un hogar humano. Es difícil que un gato callejero llegue a superar los 10 años, mientras que un gato bajo los cuidados de personas responsables fácilmente puede cumplir 15 años, o incluso llegar a los 20.
La falta de sensibilidad y respeto por la vida se alían con el olvido de que, aún hoy, los gatos siguen teniendo una labor imprescindible porque, si no estuvieran patrullando la ciudad, las ratas invadirían nuestras aceras, o si no, que le pregunten a Chicago o Nueva York, donde han tenido que llevar ejemplares extra y cuidan muy bien a sus colonias comunitarias porque saben lo que es una plaga de ratas. En Santander, el PSOE denuncia desde hace tiempo la “plaga de ratas por todos los barrios”, y exigen a la alcaldesa Gema Igual y al equipo consistorial del PP que se hagan cargo de la crisis de limpieza vinculada al conflicto en el servicio de recogida de basuras. Una cosa no quita la otra, pero si algo mantiene a raya las ratas son los felinos callejeros y su instinto cazador —no las cazan por hambre—.
En Occidente nos ha llevado siglos alcanzar un mínimo de sensibilidad con la cuestión animal, buen termómetro de nuestro escaso respeto por la vida, de nuestra actitud brutal y ecocida. La cuestión viene de bien atrás, desde la Biblia y su “mandad en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis), pasando por el Renacimiento y el ideal de dominio de la naturaleza de científicos como Rogerio Bacon que, junto a la cartesiana creencia de que somos “amos y señores de la naturaleza” y su noción de lo animal como puro cuerpo sin alma, dieron lugar a una visión tecnocientífica obcecada en dominar el mundo sin piedad ni cuidado, sin conciencia de los límites ni sensibilidad. No hay más que ver dónde hemos llegado: la magnitud del desastre natural ante nuestras narices es extrema —sexta extinción animal incluida— y en cambio los resultados obtenidos de la COP 25, la “Conferencia del clima” celebrada en Emiratos Árabes Unidos con el jefe de la petrolera estatal presidiendo, son pírricos.
Sin embargo, en España podemos al menos sentirnos orgullosas de contar, desde marzo de 2023, con la Ley 7/2023 de Protección de los derechos y el bienestar de los animales. La norma deja muy claro que “en ausencia de otra previsión en la legislación autonómica, y respetando el ámbito competencial establecido por la legislación vigente, corresponde a las entidades locales la gestión de los gatos comunitarios, a cuyos efectos deberán desarrollar Programas de Gestión de Colonias Felinas”, esto es, es tarea de los ayuntamientos proteger a todos los gatos (y perros) callejeros, que por supuesto ya no podrán ser sacrificados como dictaban algunas ordenanzas brutales como la de Santander, cuyo artículo 16 hoy ya es ilegal, pues daba un plazo de diez días para permitir a la administración sacrificar a los animales recogidos, siendo esta —y probablemente aún sea— la práctica habitual. Cabe esperar —o habrá que exigir— que el Consistorio revise la norma y se responsabilice de sus obligaciones.
La ley introduce el concepto de “gato comunitario” para referirse al gato libre que convive en entornos humanos y establece una gestión integral de los mismos con métodos no letales, basados en el método CER —captura, esterilización y retorno—, con el objetivo de reducir progresivamente su población hasta lo deseable. El Ayuntamiento deberá encargarse de que estos gatos dispongan de una adecuada alimentación, cuidado y supervisión, incluida la creación de un registro de colonias. La ley asimismo obliga a los consistorios a disponer de un veterinario colegiado que atienda a los gatos comunitarios que lo requieran, algo que aliviaría mucho la situación económica de asociaciones que cargan con los gastos de salud de los gatos que recogen contando, hay que decirlo, con descuento por parte de algunas clínicas comprometidas.
La clave de una buena convivencia entre las personas y gatos comunitarios sería una gestión adecuada de las colonias, con la mayor calidad posible de vida y sin provocar problemas en el entorno, y eso es misión de la administración que ahora mismo está incurriendo en una clara dejación de sus funciones cuando no pone directamente palos en las ruedas a quienes se ocupan del bienestar de los felinos, por ejemplo con multas por alimentar a colonias. Ojalá cada vez haya menos Torris malviviendo en una ciudad hostil, enfermos, con la única ayuda de la buena voluntad ciudadana que, como siempre, va por delante de la administración. Ahora ya tienen una ley, solo falta que la cumplan. Que la tierra te sea leve, pequeño Torri.
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