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La barbarie tiene sitio en la UIMP
Si hay un juicio de la historia pendiente es al que tendrán que enfrentarse los científicos ideológicos que han jugado a favor de una u otra corriente para legitimar lo inmoral o para justificar lo bárbaro. Hemos tenido en Europa científicos a la carta para justificar el racismo morfofisiológico, para apuntalar la discriminación por razones de sexo, los hemos conocido homófobos que combatían el mal moral con electroshocks y hemos sufrido a aquellos que han logrado dilatar la agonía del torturado hasta lo inhumano aprovechando su saber “técnico”. La ciencia es buena, todos los científicos no, a pesar de que vivamos en el falso tiempo de los expertos y de los estudios con sello de universidad que sirven para peatonalizar una calle o para negar el calentamiento global, para inventar nuevas gominolas cargadas de químicos que van directos al alma de los chavales o para determinar el buen ritmo de un coito medio en la clase media que financia sus estudios estúpidos.
Quiero decir, algunas universidades y algunos científicos están al servicio de su ideología, como muchos jueces, como todos los obispos o como muchos locutores de radio. César Nombela es un claro exponente. Es “el científico” de la derecha más casposa española. Vinculado al Opus Dei, Aznar lo convirtió en el guardián de la moral investigadora cuando lo puso al frente del CSIC y Rajoy le otorgó unas buenas vacaciones en Santander cuando lo nombró rector de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP). ¿Se acuerdan de la UIMP? Me refiero a aquella UIMP de finales de los ochenta y de los noventa a la que casi todo el mundo quería venir por su altísimo nivel académico y la pluralidad de su oferta de verano. No hablo, claro está, de esta UIMP de 2016 en la que hay más cursos diseñados por Telefónica, el Banco de Santander, la Guardia Civil, las asociaciones de prensa del régimen o el gremio del aceite de oliva que actividades realmente académicas con interés para la sociedad. La una, la de antes, y la otra, la de ahora, son UIMP de titularidad pública pero esta, la de ahora, es un cortijo al servicio de los amos reales del país.
No encuentro si no una justificación a la decisión del nacionalmente conocido antiabortista Nombela para decidir otorgarle una medalla de honor de la UIMP a Álvaro Uribe Vélez, el expresidente de Colombia sobre el que penden diversos crímenes de lesa humanidad y numerosas investigaciones por corrupción (incluidos sus dos hijos y casi todos sus colaboradores) o por espionaje ilegal a la oposición y a las organizaciones de derechos humanos. Uribe, además, es el máximo exponente de la Colombia que quiere que continúe la guerra que desangra ese país desde hace seis décadas y, quizá por eso, no hay día sin que el exmandatario no ponga una carga de dinamita al posible acuerdo de paz que se negocia en La Habana.
Nombela, uno de los “científicos” que más ha escrito contra el aborto desde su posición de “experto” (por supuesto que el Opus no lo anima a nada), es un firme defensor “de la vida humana en su etapa inicial, embrionaria y fetal” pero, como muchos antiabortistas, desprecia la vida una vez que ha salido del vientre de la madre. Debe ser así, porque no sería explicable que ahora, al premiar a Uribe Vélez, desprecie con tanta saña a los millones de víctimas que en Colombia llevan años intentando que el expresidente comparezca ante la Corte Penal Internacional por los miles de cadáveres y por los miles de desaparecidos que produjo su llamada “política de seguridad democrática” entre 2002 y 2010.
Hay otra explicación posible a esta alfombra roja que la UIMP ha puesto a la barbarie: puede ser que las empresas españolas y el Partido Popular tengan que premiar a quien tanto ha hecho por la marca España en su país a cambio del apoyo público a sus políticas criminales (pueden preguntarle a El País o al Grupo Prisa, por ejemplo; o a la FAES de Aznar).
A mí, y creo que a muchos ciudadanos y ciudadanas españolas decentes, nos produce una vergüenza sin límites que la UIMP, con nuestro dinero y nuestro nombre, premie a quien considera terroristas a los defensores de derechos humanos y patriotas a muchos de los paramilitares que han aterrorizado a su país. No es el primer premio que recibe Uribe en el país del olvido. Teófila Martínez le entregó el Premio Cortes de Cádiz en 2009; Esperanza Aguirre le entregó un año después el II Premio Internacional Lucha contra el Terrorismo en 2010 (el mismo premio que recibió un año antes José María Aznar); ahora César Nombela le entregará, el 5 de julio, la Medalla de Honor de la UIMP y sabemos que Íñigo de la Serna, el alcalde no taurino del PP en Santander, y Miguel Ángel Revilla, el folclorista más desmemoriado de Cantabria, lo van a recibir con honores. ¿Encuentran algún patrón en esta serie de reconocimientos? Los héroes de la derecha española rezuman sangre y rabia, barbarie y terror.
Hay en marcha una campaña en Change.org para pedir a la UIMP que rectifique. Tengo pocas esperanzas de que lo haga (porque en España “rectificar” es un extranjerismo más singular aún que el de “dimitir”), pero animo que a la firméis para que, al menos, quede en la huella digital un pequeño rastro de dignidad. Y también os animo a unas cuantas cosas más: a no asistir a ninguna actividad de la UIMP en esta edición de sus cursos de verano que hoy arranca, a que el 5 de julio hagáis patente vuestro descontento y vergüenza, a que contéis al mundo que en Santander, como en otros puntos de este Estado, hay gente con memoria, con conciencia y con empatía por la vida humana, incluso cuando ya no es embrionaria ni fetal.
Termino con las palabras de Danilo Rueda, uno de los históricos defensores de derechos humanos en Colombia y miembro de la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz. Las escribió en el libro 'Colombia: terrorismo de Estado. Testimonios de la guerra sucia contra los movimientos populares' (Icaria, 2007), que abordaba la estrategia del Gobierno de Uribe para criminalizar y hostigar a los movimientos sociales. “Ya nada asombra. Ni siquiera lo escandaloso. Ni siquiera lo aberrante. Ya ni la cualificación de la destrucción de la vida humana, ni los nuevos mecanismos de control que nos hacen experimentar como libres cuando somos esclavos, son capaces de permear nuestra sensibilidad. El terror es parte de nuestra costumbre. La impunidad parte de nuestra 'libertad cotidiana'. Atrapados por la hermosa sinfonía de la sirena estamos en el abismo del mar, sin horizonte, ciegos de la podredumbre, de la destrucción del derecho, distorsionada la defensa del débil ante el despotismo del poder. Disfrazados con piel de ovejas, los bárbaros son los mansos y los mansos se convierten en los lobos”. Que el dios de Nombela nos libre de mansos como él.
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