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Una calle para Okuda, el explorador

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¿Vale todo? ¿Vale en cualquier parte? ¿Son los artistas incuestionables? ¿Es toda provocación respetable? La respuesta a todas estas preguntas, desde mi punto de vista es “no”. El arte ha sido instrumento de la colonización cultural desde que el ser humano se organizó políticamente. Okuda lo acaba de demostrar en una muy poca afortunada intervención financiada por la Embajada de España en Quito, la capital de Ecuador.

El muralista cántabro fue comisionado para hacer un mural con motivo del aniversario de la batalla de Pichincha (1822) y cometió todos los errores posibles. Uno, apropiarse de la imagen de las bordadoras indígenas cuando la batalla es un símbolo criollo, no de los pueblos originarios de Ecuador. Como siempre, parte del descaro de Okuda es que su obra no tenga una doble lectura, sino que le apeteció hacerlo y ya. Segundo, ir de listo y colocar como sombrero de una de las bordadoras a Pikachu, uno de los personajes de Pokemon, porque, paradójicamente, en su obra la apropiación de esas figuras es lo original.

La falta de respeto es evidente y ha generado múltiples críticas. El agregado cultural de la embajada lo ha terminado de enredar al señalar que: “Ellas [las bordadoras] ayer lloraron varias veces porque decían que su trabajo está totalmente invisibilizado. Y el Pikachu ellas mismas lo veían como una ventana el mundo. Como una ventana con la modernidad”. Como si la modernidad no fuera parte del problema que mantiene a las bordadoras y a sus pueblos en la marginalidad de una jerarquía de la colonialidad que considera que “lo indígena” es parte de la antigüedad o, en el mejor de los casos, es atractivo turístico folklorizado. El arte debe ser irreverente y debe descolocar los símbolos culturales, pero dudo sinceramente de que ese fuera el objetivo del muralista cántabro.

En Europa consideramos el muralismo como parte del “embellecimiento” del paisaje. Pero en América Latina cada pared es el lienzo de una reivindicación, de un sentido, de una disputa por el espacio público, por la memoria y por la narrativa de la historia

Ya sé que en Cantabria, en España, no estamos en estos debates. Y ya siento que sea así. Lo ocurrido en Quito es parte de la cadena de errores no casuales de la política cultural española en el exterior de la que, en este caso, Okuda es cómplice necesario. Los aportes culturales españoles en las ex colonias parecen obviar el papel que ha jugado y juega el Estado español en la deriva de cada uno de estos países y se puede permitir iluminar la Cibeles en Madrid con la bandera de Ecuador casi como nos debieran la independencia.

En Europa consideramos el muralismo como parte del “embellecimiento” del paisaje. Véase, si no me creen, el éxito de público del horror de intervención en el faro de Ajo. Pero en América Latina cada pared es el lienzo de una reivindicación, de un sentido, de una disputa por el espacio público, por la memoria y por la narrativa de la historia. Y Okuda ha ido de artista pop, de guay, y se ha pasado de frenada. Por supuesto, él está feliz. Ante el aluvión de memes haciendo alusión a ese Pikachu, él se felicitó en redes y, en un gesto más de apropiación cultural escribió: “Amor infinito para mis bordadoras de la Comuna Llano Grande”. “Sus” bordadoras a las que nunca más verá y que deben cobrar por una de sus obras de arte una milésima parte de lo que a él se le ha pagado con dinero público por su intervención.

Lo que corresponde ahora es proponer el nombre de Okuda San Miguel para una calle de Santander, donde parece que los antes conocidos como “conquistadores” (ahora blanqueados como “exploradores”) van a sustituir a los héroes del franquismo

¿Vale todo? ¿Vale en cualquier parte? ¿Son los artistas incuestionables? ¿Es toda provocación respetable? La respuesta a todas estas preguntas, desde mi punto de vista es “no”. El arte ha sido instrumento de la colonización cultural desde que el ser humano se organizó políticamente. Okuda lo acaba de demostrar en una muy poca afortunada intervención financiada por la Embajada de España en Quito, la capital de Ecuador.

El muralista cántabro fue comisionado para hacer un mural con motivo del aniversario de la batalla de Pichincha (1822) y cometió todos los errores posibles. Uno, apropiarse de la imagen de las bordadoras indígenas cuando la batalla es un símbolo criollo, no de los pueblos originarios de Ecuador. Como siempre, parte del descaro de Okuda es que su obra no tenga una doble lectura, sino que le apeteció hacerlo y ya. Segundo, ir de listo y colocar como sombrero de una de las bordadoras a Pikachu, uno de los personajes de Pokemon, porque, paradójicamente, en su obra la apropiación de esas figuras es lo original.