Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
La culpa de todo la tiene Victor d’Hont
Para qué hacer autocrítica cuando se puede buscar una cabeza de turco que justifique el fracaso. La ruptura de los Beatles encontró a Yoko Ono, la inferioridad del Real Madrid al villarato y la incapacidad electoral al sistema d’Hont, uno de esos famosos de los que todo el mundo habla pero a quien pocos conocen en realidad.
Porque la desigual relación entre votos y actas de diputado no tiene tanto que ver con este sistema de conversión de votos en escaños como con las circunscripciones provinciales. Al atribuirse dos diputados a cada provincia (uno en los casos de Ceuta y Melilla) y repartirse el resto por habitantes, las circunscripciones más despobladas ocupan pocos escaños que son copados por los partidos mayoritarios, quedando el resto de votos sin representación. Pero como buen chivo expiatorio, sobre las circunscripciones existe una profunda desinformación y una serie de tópicos infundados como que “unos partidos necesitan más votos que otros para lograr un escaño”, “los votos de un lugar valen más” o que “los nacionalistas salen beneficiados”.
Nos están haciendo creer que las circunscripciones se idearon en este Régimen para usurpar la representación del pueblo, pero en realidad son tan antiguas como las democracias liberales y persiguen precisamente lo contrario: delimitar la territorialidad electoral haciéndola abarcable para opciones modestas, facilitando la comunicación y rendición de cuentas entre candidatos y electores. En el caso del Estado español, que encierra distintas identidades colectivas, permiten además reflejar la diversidad territorial, aunque el peso de los Pueblos en la totalidad del Reino sea necesariamente reducido. Además, compensan en parte el desequilibrio territorial, la masificación urbana y el despoblamiento del medio rural.
Las circunscripciones son, de hecho, intrínsecas a los sistemas representativos, con una decena de excepciones mundiales, que sin duda destacan por su “pedigrí democrático”, juzguen ustedes mismos: Países Bajos, Israel, Perú, Bulgaria, Eslovaquia, Guyana, Liberia, Moldavia, Namibia y Sierra Leona. En estos países, el distrito único ha producido un proceso centralizador no sólo en la economía sino también en la política: los candidatos pertenecen a grandes familias aristocráticas que pueden permitirse campañas masivas de ámbito estatal, los partidos centralizan sus listas impidiendo que las estructuras locales participen en su composición, la representación se retroalimenta con la población y se polariza aún más la demografía en las grandes urbes, etcétera.
Detrás de esta demanda de circunscripción única, camuflada tras la falacia de que “todos los votos valgan igual”, se encuentra en realidad una ideología que abstrae el ciudadano español de todas sus demás identidades políticas y un proyecto político que propugna con retórica moderna la vieja recentralización del Estado. ¿Por qué si no ese “clamor” no se oye en las elecciones asturianas o europeas, que igualmente se organizan por circunscripciones y se reparten con el sistema d’Hont? Tan ridículo es plantear que el déficit democrático europeo esté en la infrarrepresentación de Alemania y Francia, como que el problema de la democracia española esté en la sobrerrepresentación de Soria o Teruel, que sin representación propia no recibirían ni carteles electorales (eso que al menos tendrían ganado).
El drama es que uno de cada tres españoles ha vuelto a votar por un partido que cuesta imaginar más antisocial y corrupto, pero la resaca del 20D algunos la han pasado culpando al empedrado y firmando en change.org por tan noble causa, que nos impediría quejarnos cuando diputados por Cantabria voten en Madrid contra los intereses de la Comunidad y a favor del fracking. Otros, a quienes se puede cuestionar casi cualquier cosa salvo la audacia, analizaron que las provincias rurales se habían convertido en la reserva de diputados del bipartidismo y salieron a disputarlas, iniciando la campaña en un puebluco zamorano, con atención al medio rural en el programa y descentralizando los actos por toda la geografía.
Probablemente la proporcionalidad pudiera mejorarse sin suprimir las circunscripciones, pero lo que es seguro es que dicho asunto está desviándonos de déficits democráticos mucho más graves y urgentes de transformar. Para empezar, no tenemos una Educación que nos forme en conceptos y valores democráticos, los medios de comunicación son propiedad de poderes económicos que filtran y manipulan la información en beneficio de sus intereses privados, y la desigualdad económica entre los partidos convierte en ficción la igualdad de oportunidades. La escasez absoluta de métodos participativos, la propia desigualdad en las relaciones sociales, la dependencia de la Justicia respecto al poder legislativo o la generalización de la corrupción son cuestiones que impiden hablar de democracia en un sentido pleno. No las circunscripciones.
Para qué hacer autocrítica cuando se puede buscar una cabeza de turco que justifique el fracaso. La ruptura de los Beatles encontró a Yoko Ono, la inferioridad del Real Madrid al villarato y la incapacidad electoral al sistema d’Hont, uno de esos famosos de los que todo el mundo habla pero a quien pocos conocen en realidad.
Porque la desigual relación entre votos y actas de diputado no tiene tanto que ver con este sistema de conversión de votos en escaños como con las circunscripciones provinciales. Al atribuirse dos diputados a cada provincia (uno en los casos de Ceuta y Melilla) y repartirse el resto por habitantes, las circunscripciones más despobladas ocupan pocos escaños que son copados por los partidos mayoritarios, quedando el resto de votos sin representación. Pero como buen chivo expiatorio, sobre las circunscripciones existe una profunda desinformación y una serie de tópicos infundados como que “unos partidos necesitan más votos que otros para lograr un escaño”, “los votos de un lugar valen más” o que “los nacionalistas salen beneficiados”.