Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Sobre lo insoportable
120 caracteres sobran para condensar cientos de vidas perdidas. 120 caracteres para recordarle a Europa que si hubiera algún tipo de ética europea esto sería insoportable. Así escribió en su cuenta de twitter Médicos Sin Fronteras (MSF): “Alrededor de 900 personas podrían haber muerto solo esta semana en el Mediterráneo Central. Europa, esto es insoportable”. No, no es insoportable. La realidad niega el mensaje moralizante de MSF al igual que niega las campañas de sensibilización serias o, incluso, los actos benéficos de Casino que sólo tranquilizan la moral de quien los organiza.
No hay palabras, ni caracteres, que puedan contener nuestra capacidad de soportar el horror. Nos lo explicaba ya hace unas décadas el filósofo alemán Günter Anders, uno de los seres que mejor nos ha explicado la evolución racionalista e industrial del ser humano occidental capitalista, esa que ha sido imprescindible para que se produjera la Solución Final nazi o para las bombas atómicas estadounidenses. Escribía Anders que representación, imaginación y sensibilidad son proporcionalmente inversas a la capacidad de producción. De producción de muerte (tanato-industralismo), claro está. Cuando las producción humana de dolor se hace desmesurada menos capacidad de imaginar, representar y sentir sus consecuencias. Nos conmueve la muerte de una persona, nos horroriza el drama de una familia de refugiados, pero somos incapaces de aprehender los brutales efectos de la retirada medieval del puente levadizo que ha convertido al Mediterráneo en el humillante foso donde mueren por miles nuestros asediadores sin pasaporte.
Lo insoportable es esta capacidad de soportar, es esta indolencia ciega que moviliza a miles de personas para ver el fútbol (lo cual no es malo en sí mismo) pero las recluye en la fortaleza europea dejando que los muros eviten la horrorosa visión del asesinato masivo (este holocausto migrante) como consecuencia de nuestros miedos y, diría Anders, de nuestra incapacidad de imaginar. La imaginación moral quedó atrofiada por la brutal dimensión de nuestros horrorosos actos.
Lo insoportable hoy es ser europeo, español, cántabro, santanderino. Lo insoportable hoy es ser catalán, parisino, berlinés o luxemburgués, polaco, húngaro o italiano, ser parte de esta maquinaria de generar muerte y de seleccionar quién tiene una vida que merece ser vivida.
No hay ONG que pueda perfumar tan desproporcionado hedor. Europa, como otros lugares enriquecidos del planeta, ya no puede utilizar la cooperación internacional un la caridad más o menos institucionalizada para disimular el daño de su acciones. Hasta ahora ha funcionado porque a la gigante dimensión de la producción de dolor se unía la distancia tranquilizante de los conflictos. Sudán no proyecta la sombra sobre Campoo ni Palestina sangra sobre la limpia arena de Liencres. Pero la llamada crisis de los refugiados, que es una crisis planetaria del capitalismo euro-occidental y de sus guerras, sí llena de muertos ese mar tan nuestro y estas tierras tan convertidas en campos de concentración para anunciarnos la lixiviación de los pestilentes flujos de la biodegradación hasta la puerta de nuestras casas. ¿Podremos soportarlo?
Quizá sí. Hemos podido vivir sin dolor moral colectivo sabiéndonos el azote imperial del planeta; hemos sabido convertir en best sellers las historias de horror acontecidas en Europa durante la segunda gran guerra; hemos decidido a qué villanos convertir en héroes y a cuáles retirar la placa de honor; hemos convertido a las víctimas propias y ajenas en estadística sin nombre, y hemos pasado la apisonadora sobre las fosas comunes hasta desdibujar la esperpéntica huella de lo que fuimos.
Lo insoportable es respirar en esta urna transparente que nos regala el trampantojo de la libertad. Lo insoportable es escribir una nueva columna sobre lo insoportable mientras hoy no sabemos, no podemos, no queremos contar el número de hombres, mujeres y niños que se han ahogado en este mar de miedos, xenofobia, racismo y mediocridad. No hay Europa para tanta vergüenza ni partido político nacional que ponga lo insoportable en la primera línea de su programa electoral de mentira. Ni siquiera para mentir les alcanza la imaginación moral. Siendo así las cosas, mejor no salir de la urna, no viajar a Venezuela a dar lecciones sobre derechos humanos ni insistir en que reciclemos el plástico para no contaminar un mar que ya sólo es banco de pesca para moscas azules acostumbradas a rondar la putrefacción. Siendo así que todo es soportable, eduquemos nuestros hijos con anestesia y pidamos a nuestras embajadas que comuniquen a los extraños que en el momento en que mojen sus pies en la sucia agua del mediterráneo perderán su condición humana.
Lo insoportable, de ser algo, sólo somos nosotros.
120 caracteres sobran para condensar cientos de vidas perdidas. 120 caracteres para recordarle a Europa que si hubiera algún tipo de ética europea esto sería insoportable. Así escribió en su cuenta de twitter Médicos Sin Fronteras (MSF): “Alrededor de 900 personas podrían haber muerto solo esta semana en el Mediterráneo Central. Europa, esto es insoportable”. No, no es insoportable. La realidad niega el mensaje moralizante de MSF al igual que niega las campañas de sensibilización serias o, incluso, los actos benéficos de Casino que sólo tranquilizan la moral de quien los organiza.
No hay palabras, ni caracteres, que puedan contener nuestra capacidad de soportar el horror. Nos lo explicaba ya hace unas décadas el filósofo alemán Günter Anders, uno de los seres que mejor nos ha explicado la evolución racionalista e industrial del ser humano occidental capitalista, esa que ha sido imprescindible para que se produjera la Solución Final nazi o para las bombas atómicas estadounidenses. Escribía Anders que representación, imaginación y sensibilidad son proporcionalmente inversas a la capacidad de producción. De producción de muerte (tanato-industralismo), claro está. Cuando las producción humana de dolor se hace desmesurada menos capacidad de imaginar, representar y sentir sus consecuencias. Nos conmueve la muerte de una persona, nos horroriza el drama de una familia de refugiados, pero somos incapaces de aprehender los brutales efectos de la retirada medieval del puente levadizo que ha convertido al Mediterráneo en el humillante foso donde mueren por miles nuestros asediadores sin pasaporte.