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La jaula

El Puerto ha levantado una jaula al lado del sanctasanctórum del Centro Botín y uno no sabe muy bien para qué. Si, como con los leones del zoo, para que no se coman al público o para que el público no abolle a los leones con latas de cerveza, zapatillas y otras gentilezas con que el respetable gratifica cuando se siente impune. Así que tenemos una valla de cuatro metros de altura para que los extranjeros pobres no se suban al ferry sin ticket ni pasaporte o más bien para que otros extranjeros, estos ricos y a los que el pasaporte les trae al pairo, que viajan por mar con las luces apagadas para llenar la panza del barco de bombas-láser, no entren en la beatífica Santander y apliquen sus códigos medievales.

Curioso sitio el Puerto. Le ocurre como a todos lo entes e instituciones públicas que se configuran como un pequeño Estado dentro del Estado. Son como esos agujeros negros que ejercen un potente influjo a su alrededor sin que nadie sepa a ciencia a cierta qué pasa dentro. Del Puerto sabemos, sin embargo, varias cosas: que ya no sabe dónde apilar tanto coche, que busca gestores culturales para ejercer de periodistas como buscaría a licenciados en Teología para hacer de gruístas, que vive demediado entre los puertos de Bilbao y Gijón, socios y rivales la vez, y que la ética, ese incordio que alguien inventó para torturar a los bachilleres, hace que sus directivos deambulen hamletianamente por sus almenas.

Es de esperar que los saudíes no se traigan a sus equipos de descuartizadores para reconducir a periodistas y/o gestores culturales díscolos sobre el muelle del Almirante, algo que se permitiría sin duda como en los demás casos porque:

a) Somos así de hospitalarios con los que tienen dinero.

b) No constaría en ninguna parte (sobre todo si nadie tiene interés en dejar constancia).

b) Las decisiones no las tomo uno, sino que las toma otro (Puertos del Estado, Fomento, etc., ad infinitum. Léase 'Eichmann en Jerusalén').

b) Si no lo permite uno, lo hará otro (lo cual es una verdad a medidas porque sí ha habido gente que no ha hecho determinadas cosas).

Pero es que tampoco el ordenancismo anda fino estos días: se incumple la ley varias veces, lo cual ya ha sido puesto en manos de los tribunales, sin que ello haga especial mella en los gestores. Pero en este argumentario apócrifo del Manual del Perfecto Directivo Hamletiano pueden añadirse los siguientes epígrafes:

a) Si la aproximación a puerto se hace con los sistemas de posicionamiento apagados es por timidez.

b) Si se incumple la legalidad que sea por una razón de Estado (léase intereses económicos del complejo industrial-militar).

e) Si se incumple la legalidad que sea por mor del gasto social (nada elaborado ejercicio de cinismo que viene con la firma de la ministra Celáa)

d) Si se incumple la legalidad que sea porque las bombas que se cargan en Santander vulnerando los tratados internacionales no son adquiridas para matar yemeníes (nada elaborado ejercicio de cinismo de la ministra de Defensa). En todo caso, si los saudíes no tiran a dar (hacen como en los sketchs de Gila: tiran de refilón), las desgracias que puedan producirse deben ser atribuidas a:

d.1) No se puede descartar que algún saudí tenga mala puntería.

d.2) No se puede descartar que algún yemení se ponga en medio.

Como hay justificaciones para todo no creo que nada cambie en el futuro. Así que la nueva valla no deja de ser más que el símbolo de la ínsula territorial en donde la ética y la legalidad queda en suspenso, materias que suelen quedar fuera del orden del día de los consejos de administración portuarios por su carácter poco productivo.

El Puerto ha levantado una jaula al lado del sanctasanctórum del Centro Botín y uno no sabe muy bien para qué. Si, como con los leones del zoo, para que no se coman al público o para que el público no abolle a los leones con latas de cerveza, zapatillas y otras gentilezas con que el respetable gratifica cuando se siente impune. Así que tenemos una valla de cuatro metros de altura para que los extranjeros pobres no se suban al ferry sin ticket ni pasaporte o más bien para que otros extranjeros, estos ricos y a los que el pasaporte les trae al pairo, que viajan por mar con las luces apagadas para llenar la panza del barco de bombas-láser, no entren en la beatífica Santander y apliquen sus códigos medievales.

Curioso sitio el Puerto. Le ocurre como a todos lo entes e instituciones públicas que se configuran como un pequeño Estado dentro del Estado. Son como esos agujeros negros que ejercen un potente influjo a su alrededor sin que nadie sepa a ciencia a cierta qué pasa dentro. Del Puerto sabemos, sin embargo, varias cosas: que ya no sabe dónde apilar tanto coche, que busca gestores culturales para ejercer de periodistas como buscaría a licenciados en Teología para hacer de gruístas, que vive demediado entre los puertos de Bilbao y Gijón, socios y rivales la vez, y que la ética, ese incordio que alguien inventó para torturar a los bachilleres, hace que sus directivos deambulen hamletianamente por sus almenas.