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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Mujeres mayores que caminan juntas

Una mujer pasea con un carrito de bebé. | ALMA CAMACHO

María Montesino

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"Cuando una se para y mira alrededor es cuando realmente aprende a mirar de forma diferente. A reconocer lo que está y lo que no se ve, pero que también existe".

María Sánchez

Hace poco he releído el libro 'Andar. Una filosofía' de Frédéric Gros. Siempre me han gustado los libros sobre el paseo, bien sean relatos, poemas, ensayos o novelas. Últimamente observo mucho a la gente que camina, que sale a andar, por la ciudad o por el campo. En los entornos urbanos cada vez son más habituales las “rutas del colesterol”, esos espacios donde es muy normal ver personas haciendo ejercicio, equipadas con ropa técnica, caminando enérgicamente, corriendo unas, patinando otras. También forma parte de nuestro día a día el andar cotidiano relacionado con el “tiempo productivo” donde impera el ritmo de trabajo, que no brinda espacio alguno al flaneur, no hay lugar para la contemplación, ni se percibe con detalle, ni se está atento a lo que nos rodea, sino que normalmente se va y se viene de forma mecánica de un lado a otro. Un piloto automático que, en la mayoría de los casos, es un movimiento que ni siquiera sucede andando, sino en coche o en transporte público. Movimientos con otros sentidos, basados en las leyes productivas del mercado que visibilizan un importante indicador de la precariedad actual: la falta de tiempo. Todo nos urge, todo ha de ser resuelto con inmediatez, no hay lugar ni tiempo para la observación y la calma.

Mirando hacia los universos rurales, encontramos otros tantos ejemplos de formas de caminar: cada vez hay más carriles de paseo que facilitan ir andando de un pueblo a otro, las rutas por el monte, incluso las marchas en raquetas de nieve o en skis de fondo, si te encuentras en alta montaña. Luego está el caminar bien diferenciado de los campesinos, de los que un día trabajaron el campo o, simplemente, crecieron en un medio rural donde se caminaba para todo, para ir al mercado o a la fábrica, para subir al monte a por leña o para trashumar con el ganado. Un andar ligero y vivo, muchas veces acompañado de una vara de avellano para apoyarse, un andar que se adapta al monte y al asfalto sin dificultad. En fin, tantas formas de caminar como situaciones y actores puedan encontrarse en ellas.

La itinerancia siempre formó parte del mundo rural, aunque ahora parezca que es algo nuevo, mujeres y hombres iban y venían andando de sus casas al campo, a las fábricas, a los núcleos de población más grandes. De hecho, conectar estos espacios dispersos es uno de los retos vigentes en las zonas rurales, para aportar soluciones a la movilidad, especialmente a la de nuestros mayores (y también a su soledad), con la idea de poder generar un modelo de transporte público sostenible y seguro, no solo para fijar población, sino para cuidar a la población que ya habita estos espacios. Lo rural, ahora tan de moda por cuestiones como la despoblación o los problemas del sector primario, es también un espacio, a su vez, de multiplicidad de medios rurales, con características comunes y diferencias.

En la zona donde vivo, en el valle de Campoo al sur de Cantabria, hay muchos “andarines” y “andarinas”, es muy común ver personas solas caminando, también en pareja o en grupo. A veces por los carriles de paseo, otras por la orilla izquierda de la carretera o por los senderos de los pueblos.

Aunque aquí caminan mucho los hombres (solos o en grupo), me siguen llamando la atención las mujeres que caminan, solas o acompañadas y, más aún, las mujeres mayores. Normalmente caminan por la tarde y, dependiendo de la estación del año, además de pasear, recogen moras, avellanas o manzanillas. Un caminar juntas que es espacio de sociabilidad, de cuidados y de afecto, un tiempo para ellas, donde se cuentan sus vidas y sus estados de ánimo, sus alegrías y sus penas. Un caminar despojado de uniformes y competencias, alejado de la idea del movimiento como discurso de poder “moralizante” sobre los cuerpos. Un caminar acompañadas que sigue, hoy en día, visibilizando a las mujeres mayores rurales, a través de la ocupación del espacio público, no siempre en la misma ruta, no siempre las mismas personas, no siempre haciendo lo mismo. Lazos informales y cambiantes que generan una cohesión muy potente y que muestran esa metáfora viva y encarnada de cómo las mujeres mayores tienen un papel imprescindible a la hora de poner la vida en el centro y prevenir la soledad durante el envejecimiento en los pequeños núcleos de población. Aquí no se esconde la vejez, se muestra y se convive con ella, los lazos intergeneracionales también se visibilizan, tanto en el tiempo cotidiano como en el festivo.

Disfruto mucho charlando con las mujeres mayores con las que me encuentro a menudo paseando, partiendo de conversaciones sobre el tiempo, la familia o los años, acabamos hablando de la memoria de los lugares, de cómo eran antes los caminos, los montes, los pueblos. Hablamos de los cambios de estación y de sus peculiaridades, recuerdan juntas las escuelas rurales, las tareas que comenzaron a realizar desde niñas, hablan con melancolía de las personas que ya no están y de la libertad que tienen ahora para tantas cosas. Explican cómo ahora se reparten las tardes para cuidar de los nietos y ayudar a sus hijos, les preocupan las pensiones, los achaques de la edad… unas necesitan estar muy activas y participativas, otras prefieren estar más tranquilas, todas ellas son mujeres mayores que caminan juntas. En el movimiento colectivo está el vínculo. Muchas de estas mujeres han hecho frente a su propia soledad, uniéndose y saliendo a ocupar tiempos y espacios comunes. Y no solo en movimiento, también en los bancos de piedra, en sillas delante de sus casas, en los cobertizos y en los centros culturales de su localidad.

En diciembre del año pasado tuve el placer de participar como ponente a las I Jornadas Mujer y Envejecimiento en Cantabria organizadas por Unate, un encuentro en el que se pudieron escuchar diferentes enfoques sobre los aspectos específicos del envejecimiento en mujeres, todos ellos aportaron luz a la perspectiva de género sobre la vejez. Sabemos que no se debería  hablar de un solo tipo de mujer mayor o de mujer mayor rural, sino que es necesario tener en cuenta la diversidad de mujeres mayores. Sin embargo, sí que podríamos afirmar que la biografía de cada una de ellas condiciona la forma en la que envejecen. Cumplir años no es entrar en una edad invalidante. La construcción social de la vejez está sesgada por estereotipos paternalistas y románticos, ahí es donde la biografía cumple su papel más determinante, cuerpos distintos con vivencias no comparables que modelan las historias de vida de estas mujeres. Diferentes formas de vivir su propia libertad, de convivir con sus familias, de enfrentarse a la enfermedad o la viudedad, de practicar su sociabilidad, de escribir o de narrar sus memorias.

En muchos pueblos pequeños se continúa señalando todo aquello que se sale de la norma, una norma generalmente más conservadora y alejada de esa idea de libertad que brinda el anonimato en las grandes ciudades. Probablemente, muchas de estas mujeres no acudirán a las reivindicaciones feministas del 8 de marzo, otras sí lo harán. Lo que sí tengo claro es que el resto del año seguirán caminando juntas. Y, caminar, ese caminar no productivo y junto a las otras, es uno de los mayores actos de resistencia que se pueden realizar en nuestros días.

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