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No sin las mujeres trans, todos los derechos para todas

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Bicicletadas, cordones feministas, pasacalles, apostasías colectivas, paseos al aire libre y huelgas en Catalunya, Aragón, Andalucía, Galiza, Alicante y las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla… Este 8M no faltarán los actos públicos, aunque algunos con aforo limitado y todos diseñados con toda la responsabilidad que exige la situación sanitaria. Pero la creatividad feminista va más allá mediante balcones decorados, camisetas con mensajes, debates y presentaciones de libros online, fanzines y revistas especiales, ríos de tweets, post de Facebook, tik toks, podcast… Porque, pese a la pandemia, este 8 de marzo, el movimiento feminista llevará a cabo más de 500 acciones diversas a lo largo y ancho del Estado español y no será cuestión de 'músculo', sino, más bien, de cerebro: un tejido, una red descentralizada trenzada en municipios y barrios a lo largo de varias huelgas feministas, permitirá que, sobrando los motivos, conmemoremos —nunca se trató tanto de “celebrar”—, un año más, la lucha de todas. 

Sin entrar demasiado en debates vacuos que han llenado de banalidad demasiados programas y espacios especiales 8M de los medios masivos, cuando había y hay siempre tanto que analizar, solo diré que muchas mujeres no criticamos tanto el hecho de que no se haya autorizado manifestarse en lugares como Madrid; lo que escama es que solo parece haber preocupado y condicionado tanto la situación sanitaria en el caso del 8M, de la lucha feminista. Es una especie de flashback, hemos vivido una repetición del sainete que constituyeron las idas y venidas de análisis culpabilizadores del 8M pasado, informe de la Guardia Civil incluido, los juicios acerca de aquel fin de semana en el que miles de cuerpos se movieron en autobús y metro, fueron a partidos de futbol, museos o cines, mítines, comidas en restaurantes… pero solo la movilización feminista fue responsabilizada para que, meses después, tras una pesada lluvia de chascarrillos antifeministas, los expertos concluyeran que las marchas del 8-M habían tenido un impacto marginal en la explosión de contagios. Se prueba, una vez más, que el opinódromo conservador ni escarmienta ni aprende.

Sea como sea, este año, un año más, nos levantaremos de nuevo combativas, todas a una, mujeres de aquí y de allá, de toda clase y condición, cis y trans, y acompañadas por varones que ya no se someten al mandato patriarcal, que miran hacia dentro, a la colonización de su subjetividad por parte de la educación sexista. Todes —así, con 'e' inclusiva con les no binaries— a una como cada 8 de marzo, y eso sin ser un movimiento homogéneo, conscientes de que hay debates que nos atraviesan, que nos obligan a trabajar a fondo los pactos entre mujeres, esa valiosa herramienta feminista.

Sin ir más lejos, hay un debate candente que atañe a quién consideran algunas que es y no es el sujeto del feminismo. Se trata del debate sobre la legislación de igualdad efectiva de las personas trans, que implica, a su vez, un profundo debate sobre el modo en que se entienden los derechos humanos. Porque la identidad de género es, ante todo, un derecho humano, el derecho a la propia identidad, constantemente pisoteado en el caso de las personas trans, mujeres y hombres víctimas de la violencia binaria patriarcal. Por ello, hace ya tiempo se está elaborando una ley en la que toca que el feminismo muestre cuánto sabe de anteponer los derechos humanos a toda rémora miedosa.

El derecho a la autodeterminación de la identidad sexual está reconocido por el derecho internacional en esa carta global de los derechos LGTBQ que son los Principios de Yogyakarta 2007 y 2017 y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos lo reconoció también como parte del contenido protegido por los artículos 8 y 14 del Convenio Europeo de Derechos Humanos. La OMS reconoció en 2018  que ser trans, intersexual o intergénero no es una enfermedad ni una patología. En el Estado español, doce comunidades autónomas despatologizan en su legislación… Aunque entre ellas, tristemente, no está aún Cantabria, que sigue exigiendo a las personas trans informes que certifiquen su identidad, algo que no exige al resto de la población. Toca ahora el salto en la ley estatal.

Sin embargo, la buena noticia de que el borrador de ley trans estatal dado a conocer por el Ministerio de Igualdad recogiera estos avances avalando el cambio de sexo legal sin necesidad de pruebas médicas o psicológicas, se empaña por los temores y oposición de algunos sectores feministas que creen que el reconocimiento del derecho de autodeterminación de las mujeres trans podría poner en peligro a las mujeres cis privándonos, por ejemplo, de espacios físicos —baños, vestuarios— y jurídicos —ley de violencia de género— seguros, sin sopesar suficientemente el riesgo que corren de facto las mujeres trans. Temen que ciertos varones se declaren mujeres para integrar listas cremallera o participar en deportes: como si tuviera más privilegios una mujer trans que un varón como para compensar una decisión así para toda la vida y como si no se pudieran tomar medidas para los casos —probablemente mínimos— de fraude. Consideran especialmente peligroso que haya varones que se declaren mujer para librarse de acusaciones de violencia de género: algo ya contemplado y que evita el no permitir declaraciones retroactivas en casos penales.

Si las leyes pudieran ser impugnadas por hipotéticos casos de fraude en su aplicación, no quedaría en pie casi ninguna —hecha la ley, hecha la trampa—. El miedo responde a algo más, de hecho, hay en los sectores feministas conservadores a este respecto quienes temen que la entrada de las mujeres trans de pleno derecho en la categoría “mujeres” ponga en peligro el propio sujeto del feminismo. A todas ellas, en el espíritu del 8 de marzo, quiero recordarles que la diversidad es nuestro patrimonio, y que nuestra dignidad enraíza en el respeto a los derechos humanos. Como dice Gloria Andalzúa, una feminista chicana, lesbiana y mestiza, de borde y desborde, de frontera: “La postura antagónica refuta las opiniones y creencias de la cultura dominante y, por eso, mantiene una actitud de orgulloso desafío”. Seamos valientes, aceptemos el desafío: Nada sin las mujeres trans, todos los derechos para todas las mujeres. 

Bicicletadas, cordones feministas, pasacalles, apostasías colectivas, paseos al aire libre y huelgas en Catalunya, Aragón, Andalucía, Galiza, Alicante y las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla… Este 8M no faltarán los actos públicos, aunque algunos con aforo limitado y todos diseñados con toda la responsabilidad que exige la situación sanitaria. Pero la creatividad feminista va más allá mediante balcones decorados, camisetas con mensajes, debates y presentaciones de libros online, fanzines y revistas especiales, ríos de tweets, post de Facebook, tik toks, podcast… Porque, pese a la pandemia, este 8 de marzo, el movimiento feminista llevará a cabo más de 500 acciones diversas a lo largo y ancho del Estado español y no será cuestión de 'músculo', sino, más bien, de cerebro: un tejido, una red descentralizada trenzada en municipios y barrios a lo largo de varias huelgas feministas, permitirá que, sobrando los motivos, conmemoremos —nunca se trató tanto de “celebrar”—, un año más, la lucha de todas. 

Sin entrar demasiado en debates vacuos que han llenado de banalidad demasiados programas y espacios especiales 8M de los medios masivos, cuando había y hay siempre tanto que analizar, solo diré que muchas mujeres no criticamos tanto el hecho de que no se haya autorizado manifestarse en lugares como Madrid; lo que escama es que solo parece haber preocupado y condicionado tanto la situación sanitaria en el caso del 8M, de la lucha feminista. Es una especie de flashback, hemos vivido una repetición del sainete que constituyeron las idas y venidas de análisis culpabilizadores del 8M pasado, informe de la Guardia Civil incluido, los juicios acerca de aquel fin de semana en el que miles de cuerpos se movieron en autobús y metro, fueron a partidos de futbol, museos o cines, mítines, comidas en restaurantes… pero solo la movilización feminista fue responsabilizada para que, meses después, tras una pesada lluvia de chascarrillos antifeministas, los expertos concluyeran que las marchas del 8-M habían tenido un impacto marginal en la explosión de contagios. Se prueba, una vez más, que el opinódromo conservador ni escarmienta ni aprende.