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El virus letal

Ya tenemos aquí al coronavirus. En el momento de escribir este artículo ya son 73 los contagiados por toda España, repartidos en trece comunidades autónomas. Y con él llegó la psicosis, el miedo, los bulos y la especulación, además del robo de mascarillas y de gel hidroalcohólico, que lo de la picaresca en este país no decae ni por las pandemias. Semanas de portadas, telediarios, tertulias, cadenas de Whatsapp y demás informaciones veraces –nótese la ironía, por favor- han inundado nuestra cotidianeidad al punto de que quien no se desayuna un coronavirus con mermelada no está al día.

Pero no debemos alarmarnos en exceso. Este virus probablemente siga el mismo camino que le de la gripe A: la habituación. Lo que fue un estallido de caos y pánico por una nueva gripe incontrolable y mortífera, terminó convirtiéndose en algo banal que no merece ni una sola noticia en la sección de curiosidades de un periódico local, y eso que en la campaña 2018-2019 esta silenciosa compañera invernal se llevó por delante a 6.300 personas solo en España.

Otro virus letal ha dejado 21 personas muertas desde que comenzó el año, además de numerosas secuelas físicas, emocionales y económicas. Es un bicho profundamente resiliente, inmune a día de hoy a cualquier tratamiento a nivel global. Pero le pasa lo mismo que a la gripe A; no verán reportajes especiales, ni periodistas con mascarillas en el lugar de los hechos, tampoco es motivo suficiente para abrir un telediario a no ser que la muerte en cuestión traiga aparejada una dosis de morbo extra. Si en estos dos meses de bombardeo mediático hubieran muerto 21 personas a causa del COVID-19 el país se hubiera paralizado, hubieran cortado los accesos a los focos de infección, cerrado escuelas, y universidades, suspendido actos multitudinarios y el ejército hubiera tomado las calles en una estampa propia del apocalipsis zombie.

Pero no se me preocupen; ese virus tiene incidencia mayoritariamente en un solo grupo de población: las mujeres. 137 muertas a diario en el mundo solo en 2017, según la ONU. A diario. Lo curioso del tema es que una vacuna para el virus del machismo –que no es otro que el que mata, tortura y oprime a las mujeres a lo largo y ancho del planeta- sí sería rentable para las farmacéuticas. No está catalogado como enfermedad rara, sino que podríamos considerarlo una pandemia en toda regla: enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región. Nos viene como anillo al dedo, ¿verdad?

A pesar de eso, de su altísima incidencia y de las graves consecuencias sociales que conlleva, siendo la última y más traumática de ellas el feminicidio, los gobiernos del mundo no tienen recursos suficientes para erradicarlo. O más bien prefieren invertir en otras cosas. En un inicio de año negro en cuanto a lo que la violencia de género se refiere, lo único que se puede destacar es que nuestras instituciones se han llenado de negacionistas, exponiendo a la luz del día los síntomas de una sociedad corrompida por esta lacra.

Cierto es que vemos tímidos avances, se anuncian nuevas leyes sobre violencia sexual y se promete luchar contra la epidemia en entrevistas, tuits y titulares. Como también es cierto que continuamos caminado para no silenciar los abusos que hasta ahora se han venido cometiendo contra nosotras, siendo buen ejemplo de ello la actuación contra Plácido Domingo, por poner un ejemplo local. Pero no es menos cierto que la única vacuna conocida: el feminismo, se sigue cuestionado y estigmatizando, se sigue intentando dividir, sectorizar y minusvalorar. Quizá porque ponernos la mascarilla morada y lavarnos las manos con el gel de la igualdad es más costoso que investigar sobre los coronavirus. Al fin y al cabo es lo que tiene perder privilegios. Y mientras tanto, nos seguirán matando.

Ya tenemos aquí al coronavirus. En el momento de escribir este artículo ya son 73 los contagiados por toda España, repartidos en trece comunidades autónomas. Y con él llegó la psicosis, el miedo, los bulos y la especulación, además del robo de mascarillas y de gel hidroalcohólico, que lo de la picaresca en este país no decae ni por las pandemias. Semanas de portadas, telediarios, tertulias, cadenas de Whatsapp y demás informaciones veraces –nótese la ironía, por favor- han inundado nuestra cotidianeidad al punto de que quien no se desayuna un coronavirus con mermelada no está al día.

Pero no debemos alarmarnos en exceso. Este virus probablemente siga el mismo camino que le de la gripe A: la habituación. Lo que fue un estallido de caos y pánico por una nueva gripe incontrolable y mortífera, terminó convirtiéndose en algo banal que no merece ni una sola noticia en la sección de curiosidades de un periódico local, y eso que en la campaña 2018-2019 esta silenciosa compañera invernal se llevó por delante a 6.300 personas solo en España.