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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

La xenofobia, la extrema derecha y la acción ciudadana

Un mal día de hace 77 años el Mediterráneo sembró una playa occitana de cadáveres. Un temporal había anegado el campo de concentración en el que malvivían 100.000 refugiados. Eran españoles que habían cruzado la frontera en febrero de 1939 huyendo de las garras de ese preludio del fascismo que fue el nacionalcatolicismo. Fueron mal recibidos y peor tratados. Tuvieron que oír que eran cerdos y bárbaros. Murieron a miles; de enfermedades, de frío, quizás también de asco, en esa playa de Argelès-sur-Mer convertida en campo-cementerio.

La Segunda Guerra Mundial y el Holocausto tienen una presencia constante en los medios; pero el cuadro descrito no suele aparecer en ellos. Y eso tiene que ver con un tratamiento del nazismo que utiliza a éste más bien como pantalla que como espejo. Podemos recordar ciertos hechos pero pasamos por alto la cuestión de su significado profundo. El nazismo fue la culminación de una secuencia descivilizatoria que desembocó en la destrucción masiva de vidas humanas ante la complicidad o la indiferencia de Europa y del mundo.

El 9 de noviembre se celebra el Día Internacional contra el Fascismo, precisamente para recordar los terribles crímenes cometidos en la tercera y cuarta década del siglo pasado. También para recordar la responsabilidad de quienes toleraron aquellas muertes, comprendidas las de la playa occitana. Esta celebración responde a una exigencia derivada precisamente de la memoria de Auschwitz, la consigna del “nunca más”.

La Europa de los valores y los derechos nació de Auschwitz. Y aquella Europa impuso sanciones a Austria en febrero de 2000 cuando llegó al gobierno el partido de extrema derecha del xenófobo Jörg Haider. 16 años después partidos equivalentes se multiplican en Europa y gobiernos que tienen la obligación de cumplir el derecho europeo y el internacional, como Polonia, Hungría, Eslovaquia y la República Checa se niegan a aceptar refugiados.

Aunque el asilo está recogido en los tratados firmados por la UE, a diferencia de lo que ocurrió con Haider no se han adoptado medidas contra ellos. La condescendencia de Europa con estas actitudes muestra hasta qué punto hemos olvidado la lección de Auschwitz. Los protofascistas no tienen por qué parecerse a Hitler pero la adopción de políticas de exclusión basadas en las premisas de un nacionalismo agresivo es la antesala del fascismo.

Y no es solo la condescendencia con los desobedientes; es que la propia Europa se está desentendiendo de la suerte de esos miles y miles de personas que tratan de salvar sus vidas cruzando las aguas. Esta política viola la ley y la moral. Y de ello somos responsables en cuanto ciudadanos de los estados miembros. Europa está traicionando su credo de patria de los Derechos Humanos.

Los partidos de extrema derecha se sienten fuertes para recordar los viejos estigmas, como la explicación del líder polaco Jaroslaw Kaczynski para el rechazo: nos traen parásitos. Una palabra que asociada a refugiados hiere los tímpanos a quienes no han perdido la memoria. Y, sin necesidad de asociaciones, esa invitación a hundir los barcos de los inmigrantes emanada de la zona parda italiana.

Pero hay una responsabilidad secundaria: buena parte de los votantes de los partidos de extrema derecha son los perdedores de la crisis. La crisis ha sido doblemente letal para la vida colectiva: por el desmantelamiento de los derechos sociales conseguidos en la posguerra y por el incremento de la desigualdad. Es un paisaje que nos devuelve a los años de entreguerras. Y a las tormentas perfectas.

Entonces el banderín de enganche fue el antisemitismo, hoy son otros pero funcionalmente equivalentes. La desigualdad no es un efecto colateral sino una consecuencia necesaria de un ingrediente poco iluminado: el darwinismo social que rezuma la economía  de la oferta (en realidad una superstición intelectual y un timo social) como ya denunció K. Galbraith en los tiempos de la Reaganomics

La primera obligación ante este estado de cosas es la de quitarse la venda y calibrar en su justa medida los peligros inminentes. Encender las señales de alarma. El “nunca más” ha sido violentado en muchas ocasiones y puede volver a serlo y a una escala tan inédita como las cifras actuales de refugiados.

Hace 16 años decenas de miles de austriacos salieron a las calles a protestar contra Haider coreando “Nunca más”. En este Día Internacional contra el Fascismo los motivos se han multiplicado; por eso deberían multiplicarse las voces. Pero no basta con gritar. Hay que preocuparse por las motivaciones de quienes votan a partidos de extrema derecha. Vemos cómo hay notables diferencias territoriales dentro de cada país. Y se sabe que la política a nivel local es determinante para explicarlas. Desde aquí se dibuja una tarea precisa: el trabajo de base comunitario.

Por otro lado, sabemos que los principales votantes de partidos de extrema derecha son los varones jóvenes y que las redes sociales son los instrumentos en los que fermentan los discursos de odio. Si la educación no cubre estos flancos, muchos jóvenes se verán indefensos ante la seducción de los vendedores de utopías carroñeras, los predicadores de odio y los políticos oportunistas dispuestos a pescar en estos caladeros tóxicos.

Por eso, como ciudadanos organizados, tenemos la doble tarea de exigir a las autoridades el cumplimento del derecho internacional para atender a los refugiados de acuerdo con los patrones humanitarios, por un lado, y de intervenir a escala local para propiciar el respeto a los derechos humanos y prevenir la formación de actitudes excluyentes y la instrumentalización del miedo, por otro.

A la vez debemos instar a nuestros conciudadanos a no mirar para otro lado ante la gravedad de las circunstancias del momento. Como escribió Jaspers hay también una culpabilidad en mantenerse al margen cuando son tan flagrantemente violados los derechos humanos de nuestros semejantes, con independencia de su pasaporte o de que lo tengan o no.

Dos años antes de las alambradas de Argelès-sur-Mer, Klaus Mann, ya privado del pasaporte alemán, concluía así su intervención ante una asamblea de estudiantes norteamericanos en 1933: “Esperamos que 'el mundo', que los estados democráticos no repitan nuestros errores”. La frase se encuentra en un libro recién traducido al francés (con un título elocuente: Mise en garde (advertencia, aviso, llamada de atención).

Conocemos los hechos: la haiderización-lepenización-bossinización-orbanización-blocherización y un etcétera largo, de Europa. De nosotros depende que saquemos las conclusiones de su significado. Hay motivos sobrados para hacer sonar las alarmas. Como decía un cartel contra el Frente Nacional (FN) de Le Pen del colectivo Ras l’Front hace unos años: “Si no te ocupas del FN, el  FN se ocupará de ti”. 

Un mal día de hace 77 años el Mediterráneo sembró una playa occitana de cadáveres. Un temporal había anegado el campo de concentración en el que malvivían 100.000 refugiados. Eran españoles que habían cruzado la frontera en febrero de 1939 huyendo de las garras de ese preludio del fascismo que fue el nacionalcatolicismo. Fueron mal recibidos y peor tratados. Tuvieron que oír que eran cerdos y bárbaros. Murieron a miles; de enfermedades, de frío, quizás también de asco, en esa playa de Argelès-sur-Mer convertida en campo-cementerio.

La Segunda Guerra Mundial y el Holocausto tienen una presencia constante en los medios; pero el cuadro descrito no suele aparecer en ellos. Y eso tiene que ver con un tratamiento del nazismo que utiliza a éste más bien como pantalla que como espejo. Podemos recordar ciertos hechos pero pasamos por alto la cuestión de su significado profundo. El nazismo fue la culminación de una secuencia descivilizatoria que desembocó en la destrucción masiva de vidas humanas ante la complicidad o la indiferencia de Europa y del mundo.