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Durmiendo con tu violador o cuando la agresión traspasa la frontera del sueño

La víctima sigue litigando para ver reconocido que fue violada. | JOAQUÍN GÓMEZ SASTRE

Javier Fernández Rubio

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“No recuerdo cuándo empezó”. Pero sí recuerda lo que vino después y lo que ocurre en la actualidad. Emilia [nombre ficticio] roza la cuarentena, está divorciada, reside en Santander y sabe perfectamente lo que ha ocurrido, pero la Justicia pide historias ordenadas secuencialmente, con detalles claros y precisos y elementos probatorios a alguien que ha hecho un esfuerzo por olvidar y que pasó su calvario de abusos mientras dormía o no era consciente. De ahí su doble lucha: primero, por superar cuatro años de convivencia con una pareja que abusaba sexualmente de ella de forma reiterada; y segundo, por ver reconocido por la Justicia que ese abuso reiterado era en realidad una violación.

“No recuerdo cuándo empezó, pero sí la primera vez en que me di cuenta”, relata Emilia. “Habíamos bebido unas copas y me quedé dormida en el sofá. En un momento dado me desperté y me fui a la cama vestida de cierta manera. Me desperté sin ropa interior y cuando fui al baño a orinar vi que salía semen”.

En ese momento cambió la vida para Emilia, iniciando un proceso del que todavía no ha salido. Ha rehecho su vida con otra pareja y vive con su hijo en un piso de alquiler, pero hay noches en que se despierta con pesadillas y mañanas en las que le falta el aire para comenzar la jornada. Ella dice ser dura pero la procesión va por dentro después de haber sido agredida sexualmente sin ser consciente de que lo era, algo que es fácil de entender, difícil de explicar y casi imposible de demostrar.

“Me doy cuenta de que ha habido una violación”, rememora con un café en la mano varios años después de los hechos y con dos sentencias estimatorias pero no satisfactorias para lo que ella está convencida que ocurrió. “Le pregunto y dice que no me acuerdo, que estaba bebida, que lo inicié yo, algo que me extraña porque yo nunca doy el primer paso. Es una persona a la que quería y en quien confiaba, pero me quedé mosca. Aun así, le quiero creer, procuro quitarme el asunto de la cabeza, quiero creer que todo va de maravilla”.

Pero solo es la primera vez. Periódicamente ocurre que se despierta sin ropa interior, aunque sin rastro de semen en la vagina, pero el rastro seminal vuelve a aparecer y ella empieza a anotar mentalmente fechas y acontecimientos puntuales en los que el colofón es despertarse desnuda y con el convencimiento íntimo de haber sido víctima de una relación sexual no consentida con su pareja.

Sigue teniendo relaciones periódicas consentidas, pero las nocturnas, amparadas en una nebulosa de sueño inexplicable en una persona que dice tener el dormir ligero, van generando sospechas y recriminaciones y también un silencio en la pareja, en el entorno familiar y con las amistades. Llega a sospechar que el sopor nocturno en el que cae pueda tener relación con las pastillas para el sueño que tenía a  mano en casa. Hasta que la burbuja de sospecha estalla y los silencios se convierten en excusas y recriminaciones y el entorno se mostraba más preocupado por la continuidad de la relación que por la opinión de la víctima.

“También teníamos relaciones normales, pero no entendía 'lo otro'. ¿Por qué? Creo que lo que le gustaba era que no consintiera. Empezaron las excusas cuando le preguntaba por qué, luego me dijo que una anterior relación que tuvo le pedía 'eso' y yo le preguntaba qué le hacía pensar que a mí me gustase lo mismo y si pensaba que alguien pudiera obtener algún disfrute si no se enteraba”, expone Emilia.

En 2016 ya le pidió que se fuera de casa y ella empezó a abrirse a los amigos, muchos de ellos comunes. Empezó a contar cosas, pero ni él se iba de casa ni los amigos mostraban más comprensión por ella que por él. Fue entonces cuando una noche se despertó y, estando boca abajo, descubrió que él estaba encima. Quedó paralizada, fueron solo unos segundos “hasta que termina y se da la vuelta y se queda dormido. Yo me quedo petrificada. Me duermo llorando”. Al día siguiente tampoco es capaz de sacar el tema a colación, paralizada por lo ocurrido y escéptica tras las múltiples excusas del pasado.

Ocurre de nuevo tras llegar a casa después de una boda y de nuevo a finales de 2016 cuando queda dormida en un sofá y repentinamente despierta con su pareja que “me está metiendo un dedo”. “¿Qué coño haces?”, le dijo, y él “dio un salto y se sube los calzoncillos. Le monto un pollo y me dirijo a la habitación. ¿Tengo que poner una silla en la puerta?”, le pregunto. Al día siguiente le pido que se vaya de nuevo y le digo que es más normal que se vaya él que no yo con un niño a casa de mis padres, que no saben nada. Por eso accede, para no dar explicaciones. Los amigos me dicen que podemos solucionarlo, que podemos ir a terapia... qué más quiere el ciego que ver. Él accede a ir a terapia, pero luego no va porque es cara.“

Emilia pasa los últimos meses de convivencia antes de la ruptura deprimida, procurando pensar en otras cosas, sin seguir entendiendo el porqué y él, 'como las vacas viendo pasar el tren'. Y yo, que no puedo pasar página. Terminó la relación“.

Proceso judicial

Actualmente, Emilia está tramitando llevar su caso al Tribunal Superior de Justicia de Cantabria. Obtuvo una primera sentencia a su favor, que fue recurrida. El recurso lo ganó en la Audiencia Provincial pero piensa recurrir a la instancia superior por cuanto se calificó lo ocurrido como abuso y se retiró lo concerniente a penetración reiterada, por falta de pruebas, algo que está ella decidida a ver reconocido. Lo que para ella era violación, para la Justicia quedaba reducido a masturbación.

Concluida la relación, comienza otro calvario. Llama al 016 y, sin dudas, califican de violación con todas las letras la situación por la que había pasado, sugiriéndole que interponga denuncia. Un sábado va a denunciar y el agente que la recibe le recomienda que vuelva el lunes para ser atendida por un especialista. El especialista la intenta disuadir de presentar denuncia ya que solo puede presentar como pruebas mensajes de WhatsApp con referencias explícitas a “penetración y violación”. Insiste en denunciar y pide un abogado de oficio. El abogado llega, pero con prisa. El día de la vista no aparece. Sobre la marcha pide otro abogado de oficio.

El paso por la segunda instancia es una repetición del relato para llegar a un fallo en donde no se pone en duda la veracidad de su testimonio, pero no considera acreditada la violación. Ponerle su justo nombre a lo ocurrido es fundamental para Emilia, que ha recurrido la sentencia. “Me intentaron pagar para que retirara la denuncia, quitar lo de la penetración o que redujera el número de veces, pero me trae al pairo el dinero. Yo solo quería que me pidieran perdón”, explica.

Emilia, que tiene las medidas de protección suspendidas hasta que no haya sentencia en firme, está decidida a llegar hasta el final por dos razones: para obtener el reconocimiento de que hubo penetración, y para que su denuncia sirva de ejemplo a otras mujeres que pasan por situaciones similares.

Más allá de las crisis de ansiedad, las pesadillas y la pérdida de amigos, Emilia cuenta con el apoyo de su familia, su actual pareja, y vive en un piso de alquiler con su hijo. Ya no tiene relación con su anterior pareja, que vive en otra ciudad. Sin propiedades, “desprotegida y desamparada por la justicia”, está decidida a seguir adelante y llegar hasta el final en los tribunales. “Por el día aparento estar siempre fuerte, pero hay mañanas en que me levanto y quiero morir. No estoy bien”.

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