Santiago se olvida de Güemes
Miguel Ángel Serna tiene sobre la mesa más de un millar de cartas, algunas con remites procedentes de Alemania, Austria o Noruega. Todas ellas protestan por la decisión de excluir a Güemes de la ruta cántabra del Camino de Santiago. En ese pequeño núcleo rural cercano al Cubas se encuentra uno de los albergues más visitados de la senda jacobea.
En la Sala de los Caminos, más de 70 excursionistas que han acudido este sábado a una comida solidaria le escuchan con atención. A través de la ventana empañada se ve una cabaña de cuya chimenea sale una pequeña voluta de humo. Hace frío afuera, pero aquí, junto al hogar, se está muy bien. De las paredes, blancas y austeras, cuelgan un par de cuadros de inspiración bizantina, pinturas de artistas locales y un collage en el que una letra del alfabeto nipón ilustra el inicio de la leyenda: El camino japonés.
Vestido con un poncho ocre, el cura Ernesto Bustio, con el aire de aquel a quien nada asusta, pelo cano, definitivamente recuperado de la hemorragia cerebral que sufrió hace tres años, se dirige a los ‘huéspedes’ de hoy como hace cada día con los peregrinos. Les cuenta la historia del albergue, lo que costó levantarlo y el empeño en conservarlo a pesar de los engaños que, según el religioso, protagonizó un exconsejero de Cultura: “Nos ofreció una sustanciosa cantidad para adaptarlo mejor a su uso, pero ese dinero nunca llegó. Nos trataba como el burro que va detrás de la zanahoria. La gente se hartó de esperar y entonces decidimos sufragar entre todos un crédito de 40.000 euros. Los colaboradores aportaron cuotas de entre 1.000 y 5.000. Hoy está todo devuelto y pagado gracias a que no se pidieron intereses. En ese sentido, fue un engaño del que nos aprovechamos”.
A Bustio le gustan las aventuras. En 1979 encabezó un viaje en Land Rover de ‘segundísima’ mano por varios países de Europa, África y América. Trabajó en una mina de oro, hizo la travesía entre Senegal y Puerto Rico enrolado en un barco pirata y compartió el sudor de los campesinos del Altiplano antes de caminar hacia Colombia. Tras regresar desde Buenos Aires convirtió su casa natal de Güemes en un museo de la “universidad de la vida” que desde hace 16 años figura como albergue.
Un albergue de lujo para los fatigados peregrinos, a quienes obsequia con desayuno, comida y cama a cambio de la voluntad. En la página web pueden leerse algunos de los comentarios sobre el trato que se dispensa en la Cabaña del abuelo Peuto. Los usuarios hablan de “la mejor experiencia del camino”, “compromiso con los desfavorecidos”, “solidaridad” o “calidad de los hospitaleros voluntarios”. Y es que desde su creación han pasado por aquí cerca de 50.000 caminantes en una continua progresión, desde los primeros 200 hasta los 8.500 del año pasado.
Pedro, uno de los 50 voluntarios que colaboran activamente con Bustio a lo largo del año, se encarga de la informática. Ya ha elaborado un perfil del peregrino: “Vienen sobre todo personas de entre 41 y 55 años, sólo un cinco por ciento de ellos en bici, y más hombres que mujeres. En cuanto a la recaudación… Ernesto siempre dice que ‘la voluntad’, pero lo cierto es que gracias a los donativos sufragamos el día a día. El resto lo hacemos los voluntarios”. Paco coordina la labor diaria de acogida y manutención: “Lógicamente, en invierno vienen menos, hay días en que sólo uno o dos, pero en verano se llenan las setenta literas disponibles. Lo cierto es que todo el mundo parece encontrarse a gusto aquí y que, si pudiera, se quedarían más del plazo que se permite. Nunca ha habido problemas.”
El que este albergue se haya convertido en “centro humano” de la ruta cántabra del camino de Santiago no parece haber sentado bien a una de las pedanías de Bareyo, hasta ahora fuera del trazado. Ajo ha reivindicado formar parte de la ruta y la Consejería de Cultura ha resuelto incluir a este pueblo en detrimento de Güemes. Eso significa, entre otras cosas, que los carteles señalizadores, la significación del albergue en las guías o los pequeños beneficios económicos con los que subsiste esta hospedería tan especial pueden desaparecer: “No nos interesan, -dice Bustio-, las rencillas entre partidos. No es bueno que se utilice el camino para cuestiones ideológicas, pero no entendemos que se ubique a Ajo en el camino de la costa y se nos elimine a nosotros, y más cuando el mismo pedáneo de Ajo desea que sigamos”.
Para exigir el retorno de Güemes a la Ruta Jacobea acaba de nacer la Plataforma en defensa del espíritu del Camino. Su primer logro ha sido conseguir que lleguen a la mesa del despacho del actual titular de Cultura y Educación más de 1.200 cartas a favor de la iniciativa. No sólo están escritas en castellano, catalán o euskera. También en alemán, francés, inglés e, incluso, noruego. El Gobierno regional se defiende argumentando que para declarar Patrimonio de la Humanidad al Camino, como han solicitado las autonomías de la cornisa, la UNESCO exige protegerlo y ello supone eliminar algunas trazas secundarias: es el caso de Güemes.
A sus 78 años, Ernesto Bustio, a ratos albañil, a ratos campesino y siempre ferviente admirador de Pedro Casaldáliga y su lucha por los derechos sociales de los más pobres, prepara una nueva aventura, esta vez contra la perplejidad que suscitan las inexplicables decisiones políticas. No se amilana. “Si no quieren conversar y dar marcha atrás nos veríamos obligados a utilizar todos los medios a nuestro alcance para salvar el paso del Camino por Güemes”.
En el piso de arriba del albergue, los excursionistas de El Canchal corean a Mané y Ángeles que, armadas con una guitarra, cantan con ellos estrofas de El Sapo Cancionero.
Repican tus voces en franca porfía, las coplas son vanas…
como son tan bellas…
¿No sabes acaso que la luna es fría porque dio su sangre para las estrellas.?
Afuera graniza.