Antonio Méndez Rubio: “Todos somos fascistas en la medida en que respiramos fascismo, otra cosa es cómo lo gestionemos”
¿Y si el problema fuera que somos células del organismo al que cuestionamos? ¿Y si en el siglo del individualismo el individuo no fuera más que un apéndice de un sistema complejo que ha sido subjetivizado? ¿Y si el peligro del fascismo contemporáneo fuera que no es tanto un régimen sino un ambiente, algo espectral que no es posible eludir? El ensayista y poeta extremeño afincado en Valencia Antonio Méndez Rubio lleva años alertando de que el fascismo más peligroso no es necesariamente el que se cobija bajo siglas o el que llega a los parlamentos con piel de partido político.
A él le preocupa más “un fascismo ambiental que, de cierto modo, es ineludible porque no hay lugar donde no esté”. Por eso, el escritor cree que hay que llevar cuidado con el uso generalizado del término fascismo sin matizar a qué nos referimos, porque, siendo “un concepto resbaladizo y difuso, su abuso puede producir un déficit de comprensión, un taponamiento de la comprensión crítica de lo que implican las mutaciones de lo que conocíamos como fascismo clásico”.
Ahora, el autor de 'Fascismo de Baja Intensidad (FBI)' regresa al lugar donde publicó en 2015 la primera versión de este ensayo que no deja de crecer y de complejizarse: La Vorágine. La librería y editorial crítica de Santander lo ha invitado a una doble cita para presentar la tercera versión ('FBI Reloaded') de este libro de referencia publicado también en Chile, Brasil o Colombia y para participar en el ciclo de reflexión 'No estamos solas' con el que La Vorágine celebra sus 10 años de resistencia.
El fascismo de baja intensidad parecería, de algún modo, una nueva formulación, pero tanto en su libro como en su discurso, Antonio Méndez Rubio recuerda que esta realidad fantasmal lleva cocinándose mucho tiempo y él se empeña en recuperar las migas de paz que ayudan a entender ese trayecto. Una de esas migas la dejó en 1933 el austríaco de origen judío Wilhelm Reich, cuando alertó de la necesidad de “acabar con ese 'pequeño fascista de todas las naciones, razas y clases' que se hospeda más o menos invisible, más o menos cómodamente, en nuestra subjetividad”.
Mucha gente habla de fascismo como si fuera un solo concepto claro y fácilmente identificable. ¿Hay uno o varios fascismos? ¿De qué estamos hablando?
Tenemos un fascismo residual, análogo al que se dio en los años 20 y 30 del siglo pasado. Está asociado a partidos y grupos de ultraderecha que, incluso, llegan a los parlamentos… Eso existe, pero es más minoritario de lo que parece. El fascismo que más me preocupa es un fascismo mutado, más ambiental, socio-cultural, que está en los comportamientos de la gente y que ha pivotado de lo más político, militar o identitario hacia un ámbito más económico, tecnológico o incluso cultural. Ese fascismo normaliza ciertas pautas de conducta de masa, cierta agresividad tipo psicológico… normaliza comportamientos que sí entroncan con el fascismo pero ya no son denominados como fascistas. Este ambiente naturaliza el fascismo o convierte al fascismo en algo fantasmal. Si esa hipótesis que defiendo es razonable, un fascismo ambiental es ineludible, no hay lugar donde no esté y todos somos fascistas en la medida en que lo respiramos. Otra cosa es cómo lo gestionemos, cómo eliminemos esas toxinas, pero no respirarlo me parece inviable. El fascismo se ha vuelto etéreo, biopolítico.
Si somos víctimas de ese “ambiente”, alguien -o algo- será el victimario, alguien se beneficiará de ese fascismo fantasmal con trazas tan económicas, ¿no?
Por una parte, se beneficia esa minoría que se conoce como el 1% —que se enriquece sobre los cadáveres que deja el sistema—, pero me parece que ese dato no responde bien a la pregunta. Frederick Taylor, en 'Los principios de la gestión científica', ya escribió en 1911 que “en el pasado la persona era lo primero; en el futuro el sistema tendrá que ser lo primero”. Cien años después… podríamos decir que el beneficiado de este sistema es el propio sistema. Es decir, puede haber una ultra minoría beneficiada, que la hay, pero es el sistema el que pasa por encima de las personas para su propio beneficio. Digamos que el agua va subiendo y ahogándonos y su límite es el 99% de la población. Eso es lo que pasa cuando depositas en un sistema la validez de todo.
Pero ese sistema, con esa lógica de aniquilación, parece que tendería a la autodestrucción…
Seguro… y de hecho los indicadores ecológicos así lo apuntan. El medio natural y el social, que van unidos, se están autodestruyendo… todo lo que llamamos vida está en un peligro hasta ahora desconocido. Se corre el riesgo, sin embargo, de pensar que cuando hablamos del sistema nos referimos a un espantapájaros, como si no pudiéramos identificar de qué o de quién hablamos… Y ahí está la clave de todo esto, quizá lo más importante: el sistema funciona porque se ha subjetivizado, lo hemos interiorizado, somos todos células de un tejido cancerígeno y no siempre somos conscientes. Puede ser que nosotros aún no hayamos sido contagiados pero habitamos ese cuerpo (sistema) y somos importantes para su funcionamiento. La clave para entender cómo ocurre esta subjetivación del sistema requeriría de un esfuerzo de análisis sicológico y sicoanalítico complejo para llegar al nivel inconsciente… Nos falta mucho trabajo para entender esas claves y, así, enfrentarnos al fenómeno.
Me toca formularle la pregunta del 'qué hacer', esa que suele aflorar cuando se plantean análisis tan duros de la realidad. ¿Qué hacer ante este fascismo ambiental que nos envuelve?
Diría que las líneas de acción que los movimientos sociales y políticos teníamos desplegadas desde hace más de un siglo se han colapsado. Eso no quiere decir que sean del todo inútiles… Por eso no rechazo de pleno la acción, pero creo que hay que explorar algo previo a la acción, algo que tendría que ver con las actitudes, con las formas de estar, de vivir… Decidir que queremos vivir de otra manera es parte de esa exploración previa y quizá no se plasme en formas visibles, quizá no sea palpable. Esa forma espectral de reaccionar, precisamente por su carácter, puede ser una de las líneas para combatir al fascismo espectral.
Necesitamos repensar a qué estamos apostando antes de que se nos lleve la corriente del todo
Lo que plantea lleva tiempo y todo apunta a que nos enfrentamos a urgencias de un carácter casi apocalíptico… ¿Tenemos tiempo para explorar lo previo a la acción? ¿Hay tiempo para esquivar la violencia del sistema?
Evitar el golpe no me parece factible… pero eso no significa que la pregunta por la acción no sea importante cuando nos referimos a lo urgente. [La filósofa anarquista] Simone Weil planteó durante la Segunda Guerra Mundial un frente de enfermeras… y la primera vez que lo leí me pareció ingenuo, pero ahora… diría que la línea de acción más inmediata es de ‘ambulancia’, de supervivencia; se trata de mantener los mínimos vitales en espacios, comunidades o personas que están cayendo como moscas. Eso sí, el tiempo nos ha enseñado que no deberíamos focalizar toda la energía ahí, porque al final es ponerle parches a una rueda que el propio sistema está pinchando metódicamente. Diría que debemos intentar algo más exploratorio, más creativo, que arraigue en la forma de vivir, en las formas de estar, en la forma de hacer las cosas, más que en el hecho de hacer las cosas. Porque, hasta ahora, el “hacer” no ha conseguido parar el tsunami y eso nos debería animar a la autocrítica en el pensamiento crítico y en los movimientos sociales. De hecho, la crítica, si no es autocrítica, es trampa.
Sin embargo, más que a la creatividad pareciera que estamos apelando a los mesianismos, a pensar que una persona, un liderazgo fuerte de una u otra tendencia ideológica es el que nos salvará…
Definitivamente hay una vuelta a los mesianismos, a la personalidad autoritaria… Cuando las personas entramos en crisis radical (respecto a la forma de vida, a los vínculos, al trabajo…) esa angustia del yo tiende —casi como mecanismo reflejo— a proyectarse en una especie de 'superyó' que lidera, un superyó salvífico, mesiánico, al que se le supone el poder de salvarnos. Cuando se produce el gesto de depositar nuestra energía en ese otro… ahí ya hemos perdido. Lo que nos tocaría, y en esto habría que recurrir al sicoanálisis, es aprender a explorar la energía de cada cual, que, por cierto, también pertenece a los demás, y ver qué podemos y queremos hacer con ella en lugar de depositarla en el líder mesiánico.
Está pidiendo mucho, ese es un ejercicio de responsabilidad, de no delegación, al que parece complicado apelar…
Claro, pero es que si no estamos dispuestos a aceptar esa responsabilidad no deberíamos quejarnos. Responsabilidad viene de “responder” y, si no queremos responder, no nos quejemos. Si decidimos responder, deberemos hacerlo desde nuestra propia vida. Fíjese, ahora mismo, la industria de Hollywood ha vuelto a poner de moda las sagas de súper héroes, las vidas de las grandes estrellas se presentan como ejemplares, hay un fuerte discurso banalizado sobre el liderazgo en los medios, nos dicen que si no tenemos seguidores no somos nadie, y que si fallamos en todo esto o nos volvemos disfuncionales hay un poder terapéutico que nos 'reparará' para que volvamos a saltar al ruedo… Es un círculo vicioso que funciona como circuito y ahí vamos cayendo a nivel personal. Se trata de un nuevo campo de concentración de puertas abiertas donde si te quemas es tu responsabilidad, es porque “te lo has montado mal”. La individualización del daño logra que no veamos quién produce el daño.
…y te hace sentir culpable.
Así es… cuando aparece el dolor en una sociedad individualizada lo vives como tuyo. Y si no lo ves así tú, ya se encargará la familia o el trabajo de hacerte ver que el problema eres tú. Fíjese lo que ocurre con las nuevas generaciones: ansiedad y problemas de salud mental inundan la vida de la gente entre 15 y 25 años. ¿Qué pasa? ¿Que de repente nos hemos empezado a sentir mal porque sí? ¿O hay un porqué que reparte cartas en la sombra? Si el teatro de títeres funciona es porque un montón de gente ha asumido lemas tipo 'si quieres puedes' o porque han decidido creer la ficción de que vivimos en un supermercado en el que te puedes llevar todo lo que quieras. La realidad es que sólo te puedes llevar aquello que puedas pagar y, si no tienes dinero, te quedas en la puerta a pedir limosna. Es ahí, en la ficción económica donde sí juegan un papel clave los partidos políticos y los gobiernos, que legitiman un sistema de valor que está exterminando gente en masa.
¿Qué ha pasado en estas últimas décadas para que este 'ambiente' fascista haya prosperado y se haya naturalizado de la forma que usted describe?
Han pasado muchas cosas, pero si tengo que elegir la más relevante diría que es la 'pantallización' del mundo. El fenómeno ya existía de forma tímida con la televisión, pero en los últimos 20 años hemos vivido la llegada del ordenador, de internet, de los teléfonos 'inteligentes' y de las redes sociales. Ahí ha estado el pivote estratégico para canalizar las energías de autorrealización de las personas, de interacción en un espacio mercantilizado, vigilado e instrumentalizado. Esto ha traído el ensalzamiento del yo, la dinámica de la influencia y de los influencers, el autobombo (esa necesidad de publicitarte para ser algo —no alguien, sino algo—). Se ha formado un bucle en el que la gente se siente en relación con los demás sin que, en realidad, sea así. No soy un ludita ni estoy en contra de la tecnología como tal, sino de su uso mainstream, de esa absorción de lo real en ese fascismo cultural espectral… Creo que todo esto necesita una revisión urgente. Necesitamos repensar a qué estamos apostando antes de que se nos lleve la corriente del todo.
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